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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

¿Cuál de las dos Palestinas?

No hay un germen de Estado terrorista hoy en lo que, en 1948, la ONU dibujó –e Israel aceptó– como nación Palestina. Hay dos: convencionalmente corrupto el heredero de Arafat en Cisjordania, alucinadamente teocrático el que financia Irán sobre la franja de Gaza

El 2 de agosto del año 2008, dos centenares de dirigentes y militantes de la OLP atravesaron, a la desesperada, la frontera de Gaza con Israel. Hamás había ya procedido a la fase final del exterminio de sus competidores de la Autoridad Palestina. Y hubo de ser el Ejército israelí quien les salvase la vida y garantizase su tránsito a la Cisjordania en la que la OLP trataba de completar su propio exterminio de Hamás.

No era nuevo. En el verano de 1970, la misma OLP, hegemónica entonces en la población palestina, había desencadenado su toma del poder en Jordania. No era un proyecto absurdo. De haber sido transformada Jordania en una convencional República Palestina, la correlación de fuerzas de los entonces dirigidos por Arafat hubiera quedado esencialmente modificada. Y, con ella, el equilibrio completo de la zona. Y la OLP habría dejado de ser un terror vagabundo, para dotarse de todas las solideces que garantiza un Estado territorialmente asentado. Fracasó el golpe de Arafat, y el Ejército jordano ejecutó masivamente a los guerrilleros palestinos que cayeron en sus manos. Al cabo, los desarbolados supervivientes no tuvieron otra alternativa que no fuera la de vadear malamente el río y entregarse al Ejército de Israel. La alternativa era clara: en Israel, la cárcel; a manos de los beduinos del rey jordano, tortura y muerte in situ. Entre muerte honorable a manos de sus hermanos y deshonrosa supervivencia en las cárceles de sus intemporales enemigos, pocos hombres de Arafat tuvieron duda.

Lo de 2008 era aún más amargo. La matanza del «Septiembre Negro» de 1970 podía ser atribuible, no a los hermanos jordanos, sino a un miserable rey despótico que no velaba más que por sus propios intereses. Y, para el cual, la masacre de lo que nunca vio más que como una plebe peligrosa infiltrada en su reino era exigencia de higiene pública. Pero, a partir de la victoria electoral de Hamás en la franja de Gaza en 2006, era una guerra civil entre facciones del movimiento armado palestino la que se había desencadenado. Y la, hasta entonces, hegemonía militar y política –que en la zona son dos nombres de lo mismo– de la Autoridad Palestina había saltado por los aires. Hamás masacró a la OLP en la Franja, hasta lograr su completa erradicación. Militar, como política. Y constituyó en Gaza un Estado terrorista de ortodoxia islamista inapelable. La OLP trató, en Cisjordania de operar una depuración paralela de los islamistas: con menos éxito.

No hay un germen de Estado terrorista hoy en lo que, en 1948, la ONU dibujó –e Israel aceptó– como nación Palestina. Hay dos: convencionalmente corrupto el heredero de Arafat en Cisjordania, alucinadamente teocrático el que financia Irán sobre la franja de Gaza. Ni la Autoridad Palestina ni Hamás van a renunciar a borrar al otro. Sólo el que sobreviva se juzgará a sí mismo legítimo Estado palestino. Sobre la tumba del vencido.

¿A cuál de los dos «Estados» palestinos soñará haber reconocido ayer la demencia diplomática de Pedro Sánchez? Da lo mismo. Habrá ganado un aliado: terrorista y palestino. Y un enemigo: palestino y terrorista.