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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Margarita y el genocidio

Margarita Robles es de lo malo, lo mejor. Juez número uno de su promoción y primera mujer al frente de una Audiencia Provincial, su carrera académica y profesional es brillante. Salta a la política en los estertores del felipismo, con el noble intento de limpiar la suciedad de Roldán y los GAL. Lo cierto es que cuando González pierde el poder en 1996 ella toma una puerta giratoria y retorna a la carrera judicial. Como si nada hubiera pasado, transita por los poderes del Estado, teóricamente independientes, como Pedro por su casa.

Y, hablando de Pedro: en 2018 Margarita toma otra vez esa puerta giratoria en sentido opuesto para volver a la política como número dos de Sánchez por Madrid, la guinda de un pastel tóxico, del que por entonces forman parte Pablo Iglesias, Irene Montero, Alberto Garzón e Ione Belarra, entre otros frutos rojos. Con todos ellos se sienta en el Consejo de Ministros tras la moción de censura a Rajoy.

En ese contexto y junto con los bueyes que aran para Su Sanchidad, su credibilidad e institucionalidad brillan con luz propia. Sostengo que es la mejor ministra que tiene Sánchez. Por lo menos la más preparada y la que tiene un sentido de Estado que ya le gustaría a su presidente. De hecho, las ha tenido tiesas con Iglesias, Belarra y Echenique, y gozar de esos enemigos la coloca en un buen sitio en la historia. Que defendiera al CNI frente a Bolaños también le otorgó cierta honorabilidad política, o que fuera el único miembro del Gobierno que durante la pandemia acudió a la morgue del Palacio de Hielo a rezar por las víctimas, sin que pudiera evitar derramar unas lágrimas, como todo español de bien. Sin embargo, mucho me temo que embarcarse en un Gobierno en el que su bomba de oxígeno son los filoetarras y golpistas no es precisamente un gesto de coherencia con esa biografía. Quizá lo más congruente hubiera sido no aceptar nunca ir de la mano de un jefe de Gobierno que no es precisamente un amante de las libertades y del decoro institucional. Sobre todo cuando, como es el caso de la titular de Defensa, tiene ya la vida resuelta gracias a su esfuerzo y méritos profesionales.

Porque cuando uno se junta con esos compañeros de viaje, lo menos que te puede pasar es que te intoxiquen de demagogia e irresponsabilidad. Lo último de la ministra ha sido tildar de «genocidio» la respuesta de Israel en Gaza, abriendo un nuevo conflicto diplomático a nuestro país, que ayer reconoció por las bravas al Estado Palestino. Como Margarita no es, ni mucho menos, estulta, y sabe perfectamente que esa palabra solo es aplicable cuando se persigue el exterminio completo de una raza –hasta dos millones de árabes y palestinos viven tranquilamente en Israel–, solo cabe pensar que sabe bien que su permanencia en el puesto de ministra de Defensa está vinculada a que pierda la integridad intelectual. Israel estará cometiendo crímenes de guerra o una masacre, pero en absoluto es un Gobierno genocida.

Ya fue triste ver cómo una magistrada de carrera, que conoce perfectamente el daño que los indultos y la amnistía hacen a la igualdad entre españoles y a la seguridad jurídica de nuestro Estado, haya callado y votado sin pestañear tamaños desafueros a cambio de siete sucios votos de un forajido de la Justicia, Justicia a la que Robles prometió defender. Ella sigue apoyando sin titubeos la ayuda militar a Ucrania, pero calla ante los comunistas pro Putin que la rodean en el Consejo de Ministros y piden que se corte; defiende al CNI pero los servicios de inteligencia están arrodillados ante los aliados separatistas de su jefe y ahora nos viene con esta salida de tono, más propia de la frivolidad de la lacada vicepresidenta segunda. Es evidente que el Gobierno de Sánchez es corrosivo y acaba con cualquier hoja de servicios decente.