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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Vigilante de la decencia

Doña Luisa abonó en comisaría 5.000 pesetas de aquellos tiempos con la advertencia de ser llevada ante el juez en caso de reincidencia. Jamás volvió a la playa

Doña Luisa se autonombró «Vigilante de la Decencia de la Playa de Ondarreta». Un amigo, dueño de una gestoría, le procuró el falso documento acreditativo. «La Señora Doña Luisa López de Oyarzun y Hortelano, marquesa de Jabugo, está autorizada por el Gobernador Civil de Guipúzcoa a ejercer su cometido de Vigilante de la Decencia en la Playa de Ondarreta». Se ruega a los guardias municipales Elósegui, Lacaveundúa y Morales-Berri se pongan a su entera disposición. Firmado. José de Chantaco, primo del Gobernador Civil. Y el sello de unas mantequerías.

Doña Luisa bajaba a la playa como si fuera un chipirón. Vestía de riguroso luto –El color negro se respeta más–, decía con su habitual gracejo. Yo era amigo de su nieto, Potón Arrancudiaga, de alocado pasar por la vida. Doña Luisa se dejaba acompañar por su chófer, Arturo, y vigilaba con unos prismáticos alemanes de alta precisión los aconteceres playeros.

–Arturo, ¿Qué guardia está hoy de servicio?

–Creo que el municipal Lacaveundúa, señora–.

–Que se presente inmediatamente.

Barca

Y el guarda acudía: –Agente Lacaveundúa, en la quinta carpa de la fila tercera, a la altura del monumento de la Reina Cristina, hay una pareja que se está besando de manera escandalosa–.

Y el guardia se presentaba y desplumaba a los delincuentes.

Otro día, de calor subido por el viento sur, le tocó el turno al municipal Morales-Berri. –Agente, en la orilla, a la altura del bar, con un traje de baño amarillo, hay un señor, por llamarlo de alguna manera, que no para de rascarse sin pudor sus partes. Aplíquele un justo correctivo.

Y el pobre señor, pagaba la sanción.

Pero un día recaló el vendaval. Doña Luisa reparó en su nieto, Potón Arrancudiaga, que sin pudor paseaba agarrado por la cintura con una chica atractivísima. Para ella, la moral y la decencia estaban por encima de los parentescos. Y doña Luisa, no dudó, mediante gestión de Arturo, en el cumplimiento de su deber. –Agente Elósegui. Ese joven con taje de baño anaranjado con el triángulo de «Yoldi» de la marca «Meyba», no deja de tocar a esa agraciada joven con el biquini verde floreado en amarillo. Deténgalos inmediatamente–.

Elósegui llegó hasta Potón y la sirena del biquini. Pero la detención no fue inmediata. Se estableció una charlita entre Potón y Elósegui. Con gran escándalo, doña Luisa advirtió que su nieto y aquella desvergonzada seguían su camino y que el agente Elósegui se dirigía a su toldo con expresión de malas pulgas.

–Señora, queda usted detenida–.

–¿Yoooooo?–

Sí, usted. Su nieto me acaba de informar de que usted, frecuentemente, en su casa, calumnia al Caudillo y su Señora, con frases y expresiones hirientes y despreciativas.

Doña Luisa abonó en comisaría 5.000 pesetas de aquellos tiempos con la advertencia de ser llevada ante el juez en caso de reincidencia. Jamás volvió a la playa. Doña Luisa denominaba a la playa de Ondarreta «Gomorra», y a la de La Concha «Sodoma». Nunca más.

Potón Arrancudiaga pasó el mejor verano de su vida.