Fracasado
Soy, por lo tanto, un fracasado. Tampoco he recibido ofertas de despachos de influencias, prueba irrefutable de que no tengo ni capacidad ni categoría para influir
Aparte de ofertas de calderilla, ningún poder político o económico ha intentado sobornarme. Soy, por lo tanto, un fracasado. Tampoco he recibido ofertas de despachos de influencias, prueba irrefutable de que no tengo ni capacidad ni categoría para influir. Recuerdo una comida inolvidable. Antonio Mingote, por un dibujo publicado en ABC, recibió de un Juzgado de Instrucción el anuncio de una querella y la cita ante el juez. Cosas de Antonio. En los últimos años del franquismo, le sucedió una mañana. En tres horas, dos notificaciones. Dibujaba en su despacho cuando fue interrumpido por Isabel, su mujer. –Antonio, te ha llegado una citación del Tribunal de Orden Público. Ya te advertí que aquel dibujo nos iba a dar problemas–. Antonio adoptó una expresión muy suya, la del coronel inglés que defiende su posición en Ulundi, atacada por los zulúes, y se apercibe, de pronto, que le ha menguado su vocación militar. Y firmó el recibo de la citación. Siguió dibujando, y de nuevo apareció Isabel. –Antonio, un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores ha traído en mano una carta del ministro–. Y el imputado por el TOP leyó la carta del ministro de Asuntos Exteriores. «En atención a su permanente genialidad tengo el honor de comunicarle que le ha sido concedida la Gran Cruz de Isabel la Católica». A las 10.30, imputado y citado por el TOP. y a las 11, 45, condecorado por el Gobierno. Recuperó su expresión de coronel inglés con su vocación en duda, y siguió dibujando.
Nuestro común amigo, el gran abogado y catedrático de Derecho Penal, José María Stampa Braun, se hizo cargo de la querella contra Antonio, y el juez instructor consideró que lo justo y necesario era decretar su archivo. Y para celebrarlo, Antonio nos invitó a comer en «Jockey» a Stampa y a quien esto escribe. No recuerdo el origen de la conversación, pero los tres reconocimos que jamás habían intentado, ni políticos ni empresarios, alquilar nuestra independencia. Stampa añadió un lamento definivo. –¡Ni la masonería!-. En efecto, ni Stampa, ni Mingote ni quien esto escribe figurábamos en la agenda de captación del Gran Oriente Español. No obstante, la casualidad siempre concede una inesperada oportunidad. Observó Stampa: –De los cuatro comensales que están sentados en la mesa de la esquina, dos son masones. Me han contado algunos masones, que su seña secreta, para identificarse, consiste en tocarse, de vez en cuando, el lóbulo de la oreja izquierda con la mano derecha-. Y procedimos a ello.
En el segundo plato, uno de los que compartían la mesa con los dos masones identificados por José María Stampa, se incorporó y se acercó a nuestro sitio. Era Pío Cabanillas Gallas, uno de los tipos más listos que he conocido en mi vida. Casi tan listo como monseñor Casaroli, que ante Don Juan, en la Embajada de España cerca de la Santa Sede, calificó a Su Santidad – ya Santo–, el Papa Juan Pablo II de «bastante peligroso». – Mi respetado Monseñor – le dijo Don Juan. –Creo haber oído que el Papa Juan Pablo es bastante peligroso–. Y el cardenal lo mantuvo. «Ha oído bien, señor. He dicho que en algunas ocasiones es bastante peligroso porque, en mi opinión, cree más en Dios que el propio Dios».
Pío Cabanillas fue directo. –Estamos muy intrigados con vosotros. ¿ Cómo es posible que os pique simultáneamente a los tres la oreja izquierda? ¿Es una coincidencia o la consecuencia de vuestra gran amistad? «Pío –le informó Stampa–. Creemos que dos de tus compañeros de mesa son masones. Lo de tocarnos la oreja izquierda con la mano derecha es el gesto secreto de la masonería». Pío Cabanillas, después de una carcajada, dio su veredicto. «Los masones no hacen esas tonterías. No tenéis nada que hacer. Además, no son masones. Son, simplemente, ricos».
Y claro, nos rechazaron.
Jornada de reflexión.
A Dios gracias.