Pedro Trump
El culto al líder nunca había alcanzado esos niveles de indecencia política por estos predios europeos como en la España de Sánchez hasta asimilarnos con repúblicas bananeras o regímenes totalitarios tipo Corea del Norte
Miren , no podemos llamarnos a engaño. El problema no es Pedro Sánchez sino la secta en la que ha devenido el PSOE. Ya no es un partido, sino un sindicato de intereses al servicio de un dirigente político cesarista que fulminó cualquier atisbo de disidencia y autocrítica colocando a perros fieles y leales en listas electorales y puestos remunerados de su Gobierno.
Lo de perros fieles lo ha dicho sin rubor su candidata europea Teresa Ribera: «A los socialistas nos pueden llamar perros porque somos fieles y leales». El culto al líder nunca había alcanzado esos niveles de indecencia política por estos predios europeos como en la España de Sánchez hasta asimilarnos con repúblicas bananeras o regímenes totalitarios tipo Corea del Norte.
Sánchez se siente impune e inmune ante cualquier contrariedad política o jurídica porque su partido-secta le ampara y defiende con fidelidad canina. Sólo así puede exhibir a su esposa ante los suyos para provocar adhesiones inquebrantables y la aclamación entusiasta de la «rehala» al grito de «Begoña , Begoña», sin importar las sospechas ni los acreditados indicios por corrupción que le investiga la Justicia.
Cristina Fernández Kichner hizo lo propio en Argentina cuando fue condenada por corrupta y apeló a la masa peronista para que la defendiera de una justicia que actuaba contra su persona por motivación política.
Ese término anglosajón de «lawfare», manoseado por todos los populistas de izquierdas y derechas para convertirse en víctimas y así legitimar o justificar sus desmanes, ha sido abrazado definitivamente por el autócrata Sánchez como antes lo hicieron la Kichner, Trump, los independentistas y los «podemitas» de Pablo Iglesias, importadores del concepto desde la América chavista y bolivariana.
Sánchez ya no tiene reparos en mimetizarse con el «trumpismo», el separatismo y el «podemismo» que ataca a los jueces y a la independencia del poder judicial, cuando aquellos aplican la ley en el sentido correcto y contrario al que le dicta a su fiscal general del Estado.
El iracundo y colérico Sánchez clama contra el juez que ha osado citar a declarar a su esposa en plena campaña electoral obviando que años atrás Baltasar Garzón inculpó a Bárcenas por la «Gurtel», en vísperas de unos comicios en Galicia y País Vasco, y los socialistas no solo no se quejaron sino que el actual presidente del TC y entonces fiscal general del Estado, Cándido Conde Pumpido, justificó la decisión del hoy ex-magistrado señalando que «los asuntos judiciales no tienen, a mi entender, específica incidencia en el ámbito electoral». Amén.
Estamos ante la reacción visceral de quien se ha visto pillado y no sólo por un juez local sino por la Fiscalía Europea , esa que no depende de sus intereses políticos, cuyas investigaciones a su mujer han puesto en evidencia su rabia e hipocresía al contraatacar con el mantra de la máquina del fango y la ultraderecha en defensa de su esposa y de su continuidad en la Moncloa cuando hace dos días exigía la dimisión de Ayuso por el caso de su pareja.
La presunción de inocencia a la que tiene derecho Begoña Gómez no es compatible ni comparable, según Sánchez, con la que debería exigirse también para el novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Tampoco debe serlo la actuación de la Fiscalía , babosa y obscenamente de parte de Begoña Gómez y beligerante y contraria a la pareja de Isabel D. Ayuso.
En el «caso Begoña» se advierten todos los tics autoritarios que definen su forma de ejercer el poder lejos de los estándares democráticos y convirtiéndose en el presidente de Gobierno menos demócrata que ha pasado por la Moncloa. Ha llegado al convencimiento de sentirse cual sultán impune ante la justicia junto a su esposa.
Si las urnas de este domingo le propician un buen resultado aun perdiendo frente al PP, Sánchez retorcerá ese resultado y se presentará como el triunfador de unos comicios que le servirán para legitimar las presuntas corruptelas de su mujer hasta absolverla y refrendar sus políticas tóxicas como la infame ley de amnistía que ha escondido durante la campaña, sin publicarla en el BOE, para que no le perjudicara electoralmente en demasía.
Nada de esto sería factible si no contara con el apoyo cómplice de un partido convertido en una secta «sanchista»; el favor mayoritario de unos medios públicos y privados entregados a su causa por puro interés crematístico y una sociedad anestesiada que no termina de calibrar el retroceso que sufre nuestra democracia en términos de libertad y contrapoderes.
O las urnas frenan a Sánchez o termina emulando a Donald Trump en todo su esplendor cuando dijo sin inmutarse: «Tengo a la gente más leal. ¿ Alguna vez habéis visto algo así»? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes». El «Puto Amo» va por el mismo camino con licencia para todo.