La Sanísima
Hemos suspendido la comida, porque si Begoña se entera, y se enfada, el enamorado nos escribirá una carta anunciándonos que tendremos noticias del Fiscal General, que no se anda con chiquitas
He reflexionado y ya sé a quiénes no voy a votar. En vista de ello, un grupo de amigos reflexivos hemos decidido reunirnos para comer. Ricardo, Mani, Fito, Adolfo, Raúl, Vladimiro, Cayín… En este rincón de España hay muchos y muy buenos restaurantes, de los que dan de comer con calidad y abundancia. Han sido mis amigos los que me han encargado la elección. En lo alto de la cuerda costera de Ruiloba, está «El Remedio» de Samu; en Cabezón, la Abacería de la Sal de Leti; en la entrada de Comillas, el Real Club Estrada de Raúl Herrera; En San Vicente de la Barquera, el «Boga Boga» de los Santovenia, y Las Redes de José y Susana, y en Caviedes, Cofiño, el templo familiar de Anunciada, Mari Cruz, Beatriz, José y Rubén. Con anterioridad he hablado con los responsables, y claro, no todos los caminos están custodiados por flores. En todos los restaurantes mencionados, dan de comer de maravilla, pero no le conceden importancia a las recomendaciones gastronómicas y culinarias de Begoña Gómez, que también organiza cursos del buen yantar. Ya en Asturias, en Llanes, está el Mirador de Toró, de Sergio y Nuria, con unas vistas impresionantes de la playa, los prados de Cué, y los viveros con langostas y bogavantes. Pero tienen el mismo defecto que los demás. Dan muy bien de comer, pero no coinciden con las recomendaciones de la catedrática Gómez, que más que «cordon bleu» es «cordon d´or». Y en Liébana, en Cosgaya, «El Oso» de las hermanas Rivas, que también saben dar de comer de maravilla, pero no se ajustan a las sugerencias de la enamorada del enamorado epistolar. Y todavía no he encontrado el restaurante que aconseja Madame Gómez, que en cuestiones culinarias es fundamental dominar el francés, como ella, si bien su segundo idioma es el inglés: nadie como Begoña, ni la nueva duquesa de Westminster, sabe poner los labios para pronunciar «sostenéibol», al igual que el difunto y cultísimo José María de Areilza, conde de Motrico, de quien mi maestro Santiago Amón decía que era tan elegante, que para decir «sí» ponía boca de «oui».
Es difícil encontrar por aquí un restaurante tipo Gómez. Es decir, un restaurante que eduque en la comida sana. Que ofrezca perspectivas de cambio, y genere educación gastronómica con productos ecológicos de proximidad. Un producto ecológico que no garantice la proximidad de su siembra y cosecha, no es admisible. Si comemos en Caviedes, las zanahorias ecológicas no pueden ser de Ruiloba, y si lo hacemos en Ruiloba, los tomates de Liébana no son admisibles, porque hay que recorrer setenta kilómetros para hacerse con ellos, y setenta kilómetros no pueden considerarse proximidad. Además, la catedrática Gómez, que es muy suya en este aspecto, es muy partidaria del «sostenéibol» y muy adversa al «emendéibol», de tal forma que, para comer educadamente con productos ecológicos de proximidad, es exigencia imprescindible constatar la proximidad «in situ». De tal manera que, para ingerir un lenguado ecológico de proximidad, el cliente está obligado a pedir que el lenguado sea pescado en su presencia, y si el lenguado no pica en el anzuelo, el cliente tendrá que elegir otro producto «sostenéibol», por ejemplo, un rábano de la huerta del restaurante. Y claro, me dicen mis amigos, todos ellos muy aficionados al lenguado, que para celebrar el día de reflexión con un rábano, lo mejor es quedarse en casa y comer patatas lejanas, lenguados de pescadería y arroz blanco de Alicante con bonito de lata y mayonesa «Kraft, que es muy 'recomendéibol'».
De tal modo, y cabe destacarlo, que hemos suspendido la comida, porque si Begoña se entera, y se enfada, el enamorado nos escribirá una carta anunciándonos que tendremos noticias del Fiscal General, que no se anda con chiquitas.
En mi casa, el único producto ecológico de proximidad es el limón. Tengo un limonero con limones. Y con educación, me comeré el más grande. Y si nadie me ve, calentaré una lata de fabada, y a los productos ecológicos de proximidad, que les den muy mucho por donde hay que darles.