¡Y votarán «Free Begoña»!
En España hay más de once millones de votantes a los que la corrupción de Sánchez les resbala con tal de que no gane la derecha
Un presidente modelo sepulcro blanqueado. A golpe de propaganda mantiene la máscara de su pompa narcisista. Pero tiene a su mujer, a su hermano y a su partido en los juzgados por corrupción, ha trucado los datos del paro con una añagaza semántica y su Ejecutivo está maniatado y es incapaz de aprobar unos presupuestos. De propina, ha aceptado que la gobernación de España dependa de un fugitivo golpista y ha sacado adelante una infame ley de amnistía, que supone la condena del Estado, sus jueces y el Rey y la quiebra de la igualdad entre españoles al dictado de los separatistas. Por último, ha alcanzado tal nivel de inmoralidad que ha convertido el caso de corrupción que salpica a su mujer en un arma electoral, con pulseritas de apoyo a la presunta corrupta («Free Begoña») en los mítines del PSOE, un partido peronista a todos los efectos.
Si contásemos lo anterior a un guiri lejano y le pidiésemos un pronóstico para este domingo, nos diría: «Ese tipo se la va a pegar en las urnas. El pueblo no traga con todo».
Pero la era de ese tipo de reacción político-moral tal vez ha pasado ya. El panorama ha cambiado debido a la exaltación del radicalismo que ha traído internet y por el retroceso de las condiciones de vida de la clase media occidental, con el consiguiente y justificado cabreo, que a veces la lleva a sucumbir ante los señuelos del populismo milagrero. Los hechos empíricos ya no cuentan. La discusión pública discurre en blanco y negro, sin gama de dudas, a garrotazo dialéctico limpio. Nadie está dispuesto a cuestionarse sus apriorismos a la luz de la razón. Se aplica en cierto modo la máxima de la vieja mafia: «Sí, ya sabemos que es un perfecto hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…».
No es solo un fenómeno español. Hace treinta o cuarenta años, una condena como la que acaba de sufrir Trump lo habría apeado de inmediato de la carrera electoral, pues su propio partido lo habría echado. Hoy el revés judicial lo espolea en las encuestas.
Todo vale si se trata de los míos. Esa manera de pensar se exacerba en España, porque aquí la izquierda ha reabierto los odios de una Guerra Civil de los años treinta para levantar una valla contra la derecha. El presidente alardea de su «muro», que liquida la base de la democracia, pues niega al adversario su derecho a existir. Además insulta a quienes no le votan tachándolos de «fachosfera» o ultras. Ha florecido incluso un nuevo Frente Popular, que está gobernando la nación, merced a la execrable alianza de un partido que se apellida todavía «Español» con los más contumaces enemigos de España.
La izquierda ha logrado que cale un discurso tan pueril como el de que si la derecha vuelve alguna vez «peligran nuestros derechos». PP y Vox están gobernando en coalición sobre más de once millones de españoles en cinco comunidades. Huelga decir que impera la normalidad y no ha habido merma alguna de las libertades (más bien al contrario, pues el rodillo de la izquierda intrusiva las coartaba). Sin embargo, el lema «hay que parar como sea a la ultraderecha» le funciona al mal llamado «progresismo», que sigue beneficiándose de una falsaria y cansina superioridad moral. Contando solo a PSOE y Sumar, la izquierda radical conserva cerca de once millones de votantes, cada vez más intolerantes (como en la otra orilla por reacción).
Nuestra izquierda maniquea se nutre además de una anomalía española: un panorama televisivo donde goza de un cuasi monopolio, con varias cadenas militantes a su favor, entre ellas el conglomerado público RTVE, mientras que no existe nada parecido enfrente. Además, la izquierda conserva su dominio entre el artisteo, los «intelectuales» –valga la expresión, pues a algunos les queda grande– y la universidad pública.
¿Resultado de todo ello? Aunque hay alguno más optimista, en general los sondeos privados de las últimas horas dan al PP un triunfo pelado, de dos o tres eurodiputados, frente a un PSOE que debería estar boqueando por los escándalos de Sánchez y los suyos (Tezanos directamente asegura que ganará su partido).
La alternativa a Sánchez tiene una tarea ingente para desmontar el imperio de la izquierda. Pasadas las europeas, su primera misión debería ser triple: pensar más y mejor; intentar armar algún tipo de entente que le dé más fuerza electoral en las generales, en lugar de andar a bofetadas; y moverse para intentar que algún empresario –o varios– se anime a abrir una alternativa televisiva a la de la izquierda (lo cuál supondría un buen negocio, pues existe la demanda y no hay oferta, situación de mercado que siempre indica una oportunidad).
Sánchez volverá a perder este domingo. Pero había hecho méritos para hundirse por completo. Si no ocurre así, algo falla en la oposición y en los pensadores y comunicadores de derechas.