Se va acabando la fiesta, Begoña y Pedro
Begoña y Pedro –ya una unidad en lo universal– han perdido los comicios. Es verdad que no por tanta diferencia cómo auguraban hace un mes las encuestas, pero de plebiscito ganado por Moncloa, como dicen sus portavoces, 'rien de rien'
Dijo en una noche electoral Pío Cabanillas, ministro de una UCD en descomposición, aquello de «ganamos, pero aún no sabemos quiénes». Nada más lejos de la realidad: el Partido Popular le ha ganado las elecciones europeas al PSOE por cuatro puntos, el doble de la ventaja que obtuvo en las generales del 23 de julio. Las perogrulladas a veces son necesarias en la España de Sánchez, donde se ha consolidado la falacia de que no gana quien gana, siempre que no sea Salvador Illa en Cataluña, claro. Los números no se discuten: Begoña y Pedro –ya una unidad en lo universal– han perdido los comicios. Es verdad que no por tanta diferencia cómo auguraban hace un mes las encuestas, pero de plebiscito ganado por Moncloa como dicen sus portavoces, 'rien de rien', con permiso de Macron, que ayer no tuvo su mejor día.
Está demostrado que la gestión de expectativas no es el fuerte de Génova y que las campañas electorales suelen jugarle malas pasadas. Sobre todo, cuando se tiene enfrente a un líder populista poniendo anzuelos a su electorado: Palestina, la máquina del fango, Milei..., polarizando salvajemente al electorado y concurriendo dividido. Esta vez a su derecha no solo estaba Vox sino una pintoresca escisión, «Se acabó la fiesta», con Alvise a la cabeza, que se ha llevado nada menos que tres escaños y probablemente le ha hecho daño a Santiago Abascal, con seis meritorios eurodiputados pero que no ha cosechado los siete a los que aspiraba. Lo cierto es que la fragmentación sigue penalizando a ese espectro y posibilitando que Sánchez continúe en Moncloa, con la ayuda de los separatistas y proetarras. De hecho, ayer el presidente mantuvo un 30% de los apoyos y todo pese a tener a su mujer a las puertas de sentarse en el banquillo, situación inédita en España y en la Europa que ayer votaba.
El presidente del Gobierno ha perdido doblemente. Primero porque hace cinco años los socialistas le sacaron trece puntos al PP y ahora la tortilla se ha dado la vuelta y los populares han crecido catorce puntos. Después, porque Sánchez se ha autoproclamado líder de la izquierda europea en la cruzada contra la extrema derecha –Meloni le endosó ayer una manita importante– y resulta que ayer Europa dio un espaldarazo a esa tendencia política, probablemente porque se han perdido los consensos entre los partidos sistémicos en Bruselas sobre asuntos como la inmigración, lo que ha permitido que las nuevas formaciones a la derecha de los populares en Bruselas hayan conectado con las preocupaciones ciudadanas respecto a la falta de control de la inmigración ilegal. Los testarazos de Scholz, de Macron (que ayer se hizo un Sánchez disolviendo la Asamblea para polarizar más a su sociedad) y del primer ministro belga, deshecho en lágrimas, lo dicen bien a las claras.
Estas elecciones eran también interesantes por saber lo que ocurría a la izquierda del PSOE, donde Yolanda Díaz no tiene límite para pegarse bofetadas consecutivas. Se ha consolidado una realidad incontestable: Pedro Sánchez la está fagocitando en cómodos plazos. Aunque la vicepresidenta ha sacado 240.000 votos a sus enemigos íntimos de Podemos, ni siquiera ha conseguido el escaño de Izquierda Unida, que se queda inopinadamente fuera de Estrasburgo. El desastre de Podemos y Sumar lo demuestra un dato: Alvise –un candidato crecido fuera de los circuitos mediáticos tradicionales– le ha sacado a Montero 270.000 votos y Yolanda tan solo le ha superado por 10.000 sufragios. Demoledor.
Con una guerra en su flanco oriental y la decadencia de su potencial frente a Estados Unidos y China, Europa tiene que repensar la falta de interés de sus ciudadanos por lo que decide su Parlamento. En España no ha llegado al 50% la participación, siendo un país que históricamente se ha mostrado muy comprometido con la Unión. Solo superamos el 50% cuando vamos a las urnas coincidiendo con autonómicas y municipales, como en 2019 que cristalizó en un asombroso 62% de participación. Por tanto, y a pesar de la importancia creciente de las decisiones europeas en nuestra vida cotidiana, los europeos cada vez se sienten más ajenos a las instituciones comunitarias. Los verdes tuvieron hace cinco años su mejor resultado y, sin embargo, ayer en Francia pasaron de terceros a séptimos. Igual alguien tendría que hacer una reflexión sobre la cultura woke, la agenda 2030 y la decrepitud de Bruselas.
En España, la legislatura no ha comenzado, ni siquiera tenemos presupuestos, pero sí a la mujer del presidente imputada y aprobada, que no publicada en el BOE todavía, la Ley de Amnistía, la más antidemocrática de nuestra historia reciente. Y hoy comienza el mambo en el Parlamento de Cataluña, con la constitución de la Mesa y sin saber si Puigdemont –que ayer se la dio también perdiendo un escaño– vendrá a reírse de nosotros en carne mortal o lo hará por videoconferencia desde el sur de Francia. Eso sí va a condicionar el devenir de la legislatura. Ayer, Ursula von der Leyen dijo que había que conformar un bastión contra los extremismos de derecha e izquierda. Y tú me preguntas, Úrsula, por los extremismos… esos extremismos los has favorecido tú, y tu amigo Pedro.