Golazo de Meloni
Se agradece que alguien confronte con el consenso izquierdista y rechace sin ambages la subcultura de la muerte y la desesperanza
Giorgia Meloni, romana de derechas de 47 años, presenta luces y sombras, como todo ser humano. Por ejemplo, su desempeño económico no es ninguna fiesta, pues una cosa es predicar y otra dar trigo (aunque también es cierto que hace décadas que Italia es un pequeño desastre y eso no se revierte en un año). Su balance en lo que hace al bolsillo resulta magro, hasta el extremo de que lo está haciendo incluso peor que la España sanchista. Nuestro país creció el año pasado un 2,5 % frente a un rácano 0,9 % de Italia. El PIB per cápita transalpino también subió menos que el español. La deuda pública italiana es del 134 % del PIB, y no baja, mientras la de España, aun siendo también enorme y sostenida, es del 109 %.
Políticamente, Meloni está fuerte, como acaba de mostrar ganando las europeas. Sin embargo, tampoco lo ha hecho con el arrase que se está contando. En realidad ha obtenido el 28,8 % de los votos, mientras aquí Feijóo las ha ganado con un 34,2 % (si bien es cierto que frente a un PSOE en estado terminal).
Y sin embargo, Giorgia Meloni, aún renqueando en economía, es hoy uno de los mandatarios más interesantes de Europa, por una sencilla razón: ofrece un pensamiento alternativo al del rodillo cuasi obligatorio de la izquierda, y lo hace además desde el sentido común y con templanza y realismo político.
Las eminencias del periódico global y similares la tachan de «ultraderechista» y «postfascista», por supuesto. No es tal. Se trata simplemente de una mandataria conservadora de ideario católico, que ha decidido poner pie en pared frente a la subcultura de la desesperanza, del olvido de nuestra civilzación y del rencor igualitario de lo que podríamos llamar el «wokismo progresista». Lo que ocurre es que el izquierdismo está tan asentado y tiene tan inflado su ego que no tolera a quien se aparta del «correcto» canon (y no digamos si osa a confrontarlo). Ya saben: o eres de la logia, o eres un puñetero facha.
Meloni no es una niña bien, a diferencia de Von der Leyen, Macron o Sunak, que se sientan con ella en el G-7, todos de infancia muelle en familias acomodadas, como ocurre también con nuestro bilingüe Peter. Su padre era un bandarra que abandonó el hogar cuando ella tenía un año y se largó a Canarias, donde acabó en la trena por tráfico de drogas. Giorgia se crió en la Garbatella, barrio duro de Roma, y trabajó desde muy joven para salir adelante (de niñera y en un club nocturno). No es una persona demasiado formada, se quedó en un título menor de Turismo y luego ejerció un poco de periodista.
A los 15 años se metió en las juventudes del MSI, partido creado en su hora por nostálgicos de Mussolini. De ahí le viene la etiqueta que le ha endosado la izquierda, la de que es fascista. Lo cuál supone una estupidez. Lo ha rechazado expresamente, y como ella misma ha recordado, «hace décadas que la derecha italiana ha condenando sin ambigüedades la privación de la democracia y las infames leyes antijudías». Pero Meloni muestra completa la foto de los terribles totalitarismos del siglo XX. Así que tiene también duras palabras contra el comunismo y el socialismo. Y eso ya no mola, pues vivimos en la hipocresía de que el comunismo, la ideología más letal de la historia en número de muertos, es guay. En España incluso tenemos a una florida vicepresidenta con ese carnet y un presidente autoritario de extrema izquierda, embarcado ya en la persecución a jueces y periodistas.
¿Quién es entonces Meloni? Pues una conservadora católica con sentido común, algo así como una democristiana pasada por la batidora de la elocuencia del siglo XXI, donde para llegar a un público despistado y que se aburre al instante hay que hablar muy claro (a veces, por desgracia, sin los necesarios matices). Meloni quiere a su país y cree en Dios y en la familia ¡Horror! Admira, como yo, los escritos del elocuente filósofo conservador inglés Roger Scruton (a ver si organizamos una cuestación para mandar a Génova una colección de sus mejores obras). Y no está dispuesta a ponerse la venda «progresista» en los ojos ante problemas sociales serios que castigan a barrios y villas de su país, empezando por el de una inmigración totalmente descontrolada. Ha tenido incluso la oportuna diligencia de poner a parir al figurín quedabien Macron recordándole que Francia mantiene comportamientos neocoloniales en África, lucrándose con sus materias primas sin dejar allí riqueza alguna, lo cual favorece la riada de cayucos que luego nos comemos italianos y españoles.
Meloni es una católica sui generis, que por ejemplo nunca se casó con sus pareja –ahora ya ex–, padre de su hija. Pero le gusta la melodía del cristianismo y le disgusta la del tótem ideológico que promueve la alergia hacia la familia tradicional; el ensalzamiento del aborto, un horrible fracaso que venden como una fiesta y un «derecho» chachi; la eutanasia, que conlleva el absurdo de que aquellos que juran dedicar su vida a curar tienen que matar; o los vientres de alquiler, repulsiva utilización mercantil de las mujeres y la maternidad.
Ya ven: Meloni es fachísima… Y sin embargo, muchos pensamos que lo que apunta es razonable, mientras que el «woke party» que nos están endilgando retrata la decadencia de Occidente (que se completa con el desprecio al esfuerzo y un creciente gusto por la gandulería). Meloni no ha prohibido el aborto. Pero ha legislado para que las aspirantes escuchen antes el latido del feto, y además permite que los provida defiendan al indefenso nascituros frente a las clínicas abortista. Es decir, ha hecho lo que quisieron hacer aquí Vox y PP en Castilla y León… antes de acobardarse ante el vociferío orquestado por el sanchismo.
Meloni acaba de marcar un gol por la escuadra en el G7. Ha logrado que se retire de su declaración una frase que defendía «la importancia de preservar y asegurar el acceso al aborto seguro y legal y los cuidados post-aborto». Le ha doblado la mano a Macron para borrar la cláusula de la deprimente subcultura de la muerte. La ponen a parir, faltaría más. Pero se merece un brindis en su honor, y no ya con un prosecco chisposo de poco caché, sino descorchando, por ejemplo, un opulento chianti clásico Monteraponi.
No es obligatorio ser de izquierdas. Aunque ya lo parezca.