Un PSOE golpista
Sánchez da la penúltima vuelta de tuerca a su asalto a la democracia, pero tendrá cumplida respuesta
Sánchez hace ya con jueces, periodistas, reyes y princesas lo mismo que con sus rivales políticos: no contesta a lo que ocurre, sino a lo que le gustaría que ocurriera para justificar su deriva autoritaria. De igual modo que se inventa enemigos inexistentes en la política, en la que solo percibe ultraderechistas peligrosos donde simplemente hay contrincantes legítimos; convierte a profesionales impecables de la información en meros fabricantes de bulos y a magistrados de amplia trayectoria y reconocido prestigio en burdos militantes de una conspiración de togas para derribar a un Gobierno legítimo.
Esa estrategia, más antigua que la tos, define como pocas a los dirigentes totalitarios a lo largo de la historia, cuya incesante búsqueda de una amenaza externa, geográfica o ideológicamente, se ha esgrimido como coartada para la imposición de regímenes que, en nombre de la defensa propia, apostaron por la represión liberticida, derribaron los contrapoderes y se consagraron al latrocinio en todos los órdenes.
Que el actual líder socialista haya dado el salto al extranjero, con sonoros desafíos a Argentina o Israel, solo es una consecuencia de su devenir doméstico, sustentado en una espuria colonización de las instituciones y una campaña de acoso y derribo a las que aún no se han sometido a sus designios.
Señalar a la prensa y a los jueces es en primer lugar una manera de protegerse a sí mismo, a su esposa, a su hermano y al propio PSOE, enfangado en una trama de corrupción con la pandemia de involuntario escenario que, cuando avancen los acontecimientos, ocupará el lugar que merece: el propio de un abyecto negocio mafioso que una entente de socialistas protegidos por su cúpula perpetraron mientras morían miles de españoles y se confinaba a millones.
La búsqueda de inmunidad e impunidad es el primer objetivo de Sánchez, cuya agresividad delirante es una involuntaria confesión de culpa y complicidad con todos los casos supuestamente ajenos; pero también el prólogo inevitable de su deriva autoritaria.
Solo fabulando con enemigos poderosos, capaces incluso de atacar con mentiras despiadadas a su familia y de poner en peligro la mismísima democracia puede intentar legitimarse un asalto real al Estado de derecho, con la adopción de medidas excepcionales necesarias por la dramática situación.
El relato de Sánchez, que oscila entre el trastorno mental, la autodefensa judicial y el afán de supervivencia, se cae como un puente de Calatrava a poco que la decencia intelectual se imponga al prejuicio ideológico, el interés espurio o el sectarismo tribal.
Porque el ordenamiento jurídico español ya prevé herramientas suficientes para defenderse de cualquier abuso, venga de donde venga incluyendo a un juez o a un periodista, sin necesidad de detonar una bomba en el corazón del edificio institucional ni de improvisar recetas liberticidas incompatibles con una democracia liberal sustentada en la separación de poderes y la autonomía de la sociedad civil con respecto al poder político.
Y porque, para rematar el aguafuerte guerracivilista de Sánchez, basta con ver cómo trata a los enemigos reales, con indultos y amnistías formales o morales a golpistas, terroristas y delincuentes útiles en general; mientras acosa a enemigos artificiales y olvida a las víctimas de todos los anteriores.
La excepcionalidad que imprime Sánchez, colocando a la democracia al borde de un acantilado, requiere de respuestas excepcionales, pero dentro del sistema amenazado, nunca miméticas en el sentido contrario a las que él trata de aplicar con torpeza, nerviosismo y una sobreexposición propia de quien se ve fuera y quizá en un banquillo.
Por tentadora que sea la réplica hiperventilada, la respuesta sosegada de la Justicia, la reacción pacífica pero vistosa de la ciudadanía y la resistencia de la prensa no amamantada por el Gobierno son suficientes para frenar a un sátrapa peligroso que, sin embargo, está llegando al final del camino: en su mundo paralelo solo existen Conde Pumpido, Silvia Intxaurrondo, José Félix Tezanos o Álvaro García Ortiz, pero en el real están el Tribunal Supremo, la Comisión Europea, el Senado, las comunidades autónomas, la Corona de nuevo atacada en Mallorca o Navarra por el PSOE, unos cuantos medios como El Debate y millones de españoles decentes dispuestos a plantar cara y a poner a este traidor en el oscuro lugar que la historia ya le tiene reservado, como a todos los golpistas.