El curioso caso del traidor que va denunciando traiciones
Sánchez quiere que se hable en España de deslealtades y sus deseos son órdenes
Para Sánchez, presidente del Gobierno y marido de Begoña, y no necesariamente en ese orden, es una deslealtad no acompañarle en su agresión a Israel, sus insultos a Milei, su suicida política de gasto público o su intento homicida de asaltar la Justicia.
Todo lo que no sea decirle «sí bwana», como si fuéramos la mona Chita y él Tarzán, equivale a traicionar los intereses de España, que se parece ya a la Cataluña de Pujol o la Venezuela de Chávez, donde discutir las decisiones de sus capos equivalía a traicionar a la patria.
Tomar la parte por el todo, confundir el interés propio con el del Estado o diluir la identidad nacional, necesariamente plural y ancestral, es una característica definitoria de los regímenes autoritarios, en los que se registra una lamentable metonimia entre el país y quien lo regenta.
Que Sánchez se atreva a hablar de «deslealtades» en tono acusatorio es como si Putin lo hiciera de derechos humanos, Mengele de medicina, Belén Esteban de poesía o los líderes de CC.OO y UGT de empleo, eso que una vez tuvieron cuando se pagaban los salarios en maravedíes.
Desleal es gobernar gracias a Puigdemont, Otegi y Junqueras. Desleal es permitir que tus socios acosen e insulten al Rey. Desleal es preferir un pacto con Bildu que un diálogo con el PP. Desleal es asaltar la Justicia cuando tu esposa, tu hermano y tu partido están en los juzgados. Desleal es enfrentar a España con Argentina o Israel y permitir la apertura de embajadas «catalanas» contra España. Desleal es comprarte el puesto que no te dieron las urnas pagando con amnistías, un cupo económico empobrecedor para las comunidades más humildes y quizá un referéndum.
Desleal es machacar a impuestos a trabajadores y pequeñas empresas para generar un boquete económico pero tener recursos eternos para cautivar a electores sumisos y subvencionados y financiar chiringuitos a la mayor gloria del partido y de sus zánganos.
Desleal es trasladar a etarras al País Vasco para que salgan antes de la cárcel. Desleal es gobernar sin ganar gracias al apoyo envenenado de los enemigos de tu país. Desleal es insultar a Feijóo, Abascal o Juan Carlos I y callarte con Otegi, Txapote o Maduro.
Desleal es acusar a Ayuso de dañar a España y permitir que Zapatero sea el embajador oficioso del dictadorzuelo Maduro. Desleal es romper con Argentina porque llamen corrupta a tu mujer y cerrar la boca cuando en México, Colombia o Ecuador acusan a España de colonialista y genocida.
Desleal es acosar a Madrid, la región más solidaria de España, y privilegiar a Cataluña, el País Vasco o Navarra, las más egoístas de largo. Desleal es poner a un sicario en la Fiscalía General del Estado y a un puñado de conmilitones en el Tribunal Constitucional para que persigan a rivales y blanqueen tus excesos.
Desleal es llamar ultraderechistas a tus rivales, golpistas a los periodistas críticos, manipuladores a los jueces independientes y encerrar tras un muro a los votantes adversos. Desleal es pisotear la Transición y apostar por un retorno a los años 30, imponiendo el relato infantil de los nietos burgueses de la Guerra Civil al perdón y la convivencia de los abuelos que la libraron.
Desleal es exigirle Transparencia a la Casa Real y actuar con opacidad y alevosía para uno mismo o dejarle abandonado al Rey en un viaje oficial mientras movilizas tú el Falcon o 900 asesores para ir de vacaciones a Doñana o perpetras un sondeo manipulado con el CIS.
Desleal es castigar a Andalucía, Extremadura o Galicia porque no te votan y premiar a Cataluña para que una minoría supremacista te respalde. Desleal es negociar la Presidencia del Gobierno en Suiza y el programa inconstitucional en Waterloo.
Desleal es inflamar lo poco que separa a la inmensa mayoría de los españoles y enterrar lo mucho que les une. Desleal es anular las condenas de los ERE, legalizar la okupación o auxiliar a delincuentes sexuales y perseguir al autónomo, al comerciante y al pequeño empresario como si fueran ladrones de guante blanco con el calcetín lleno de billetes de 500 euros.
Y desleal es recibir más felicitaciones directas o sutiles de Hamás, de ETA, de Venezuela o de Irán que de las asociaciones de víctimas de cualquiera de esas lacras por ti blanqueadas.
Claro que hay que hablar de deslealtades: las de un presidente que, en cualquier país civilizado, acabaría destituido, juzgado y condenado por hacer lo contrario de lo que se espera por su condición, obligaciones constitucionales y sentido del deber y del honor.
La lealtad tiene un corazón tranquilo, decía Shakespeare, y solo hay que ver el rictus de soberbia, codicia, agresividad y chulería que Sánchez destila en cada aparición para concluir que nada hay más desleal que un tipo dispuesto a vender su país para lograr su triste supervivencia. La deslealtad, en política, se llama traición. Y quien la comete, de manera tan reiterada, es simplemente un traidor.