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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Cursis del lenguaje

Sucede que tenemos un idioma en común con 500 millones de hispanohablantes en el mundo, y nos hemos empeñado, por simple cursilería autonómica, en convertir el español en una menestra de lenguas

La culpa de la cursilería reinante consistente en mezclar el español con los idiomas autonómicos es de los políticos, los periodistas, los comunicadores y los presentadores de programas de televisión. Se cuenta que unos alemanes viajaron a Vitoria para asistir a la boda de unos amigos. Llegados a «Gasteiz» preguntaron a un transeúnte: –Por favor, ¿la carretera de Vitoria?–; el transeúnte quedó anonadado con la pregunta. –Están ustedes en Vitoria, que es el nombre de «Gasteiz» cuando mandaba Franco–. Y asistieron a la boda.

Don Manuel Fraga Iribarne, además de honesto y superdotado intelectualmente, no estaba libre de protagonizar tonterías. Lo decía su gran amigo, el también gallego Pío Cabanillas. –A Manolo le cabe todo el Estado en la cabeza, pero ni una letra más–. Y se empeñó en galleguizar el artículo singular femenino de La Coruña. La Coruña pasó a denominarse oficialmente «A Coruña». Los conductores y usuarios de la autopista de La Coruña, confundieron al principio el artículo con la preposición «a». –No entendemos que nos avisen que nos dirigimos « A Coruña», y no lo hagan también con «A Valladolid», «A Salamanca» o «A León». Puedo asegurar y aseguro, que no he oído a nadie más o menos normal y ajeno a Galicia referirse a La Coruña como «A Coruña». Cuando se habla español, es de cajón usar la toponimia española, y cuando se habla en vascuence, catalán, valenciano, gallego o mallorquín, las de sus correspondiente territorios.

En español, que es el idioma que más utilizo y domino, se dice Gerona y no «Girona», Lérida y no «Lleida», y San Sebastián y no «Donostia», que además suena peor que su añejo nombre en vascuence, «Donosti». Fuenterrabía y no «Hondarribia». Lean los tratados y estudios en vascuence de Larramendi, Astarloa, Perochegui, Mendizábal o Barandiarán, y todos ellos utilizan el topónimo de Fuenterrabía. Aparece una chica muy mona ante el mapa de España para adelantarnos el tiempo que nos espera al día siguiente, y con gran serenidad nos anuncia que una gran borrasca se adentra por «Fisterra». Después resulta que «Fisterra» es Finisterre, es decir, al modo de Roma, «Finis Terrae», el Fin de la Tierra. Como es Orense y no «Ourense», Pamplona y no «Iruña», Ibiza y no «Eivissa», Alicante y no «Alacant». Y llegamos a la eliminación de la U intercalada que tanto molesta al vasco «batúaparlante». El canalla es Arnaldo Otegui, no «Otegi», que en tal caso se pronunciaría Oteji, Guernica y no «Gernika» o Jernica, y por supuesto, siempre en español Navarra y no «Nafarroa». Y con los cargos políticos, igual. El «president de la Generalitat» es el presidente de la Generalidad, el «conseiller» el consejero, y el «Euskadi Buru Batzar» es la Comisión Ejecutiva del País Vasco, si bien Alfonso Guerra, gran acuñador de ironías y sarcasmos, al referirse al «Euskadi Buru Batzar», lo hacía con síntesis y sorna andaluzas. «El Burubazá ese».

Esta petición de normalidad nada tiene que ver con un desafecto a los idiomas y dialectos autonómicos o locales. Sucede que tenemos un idioma en común con 500 millones de hispanohablantes en el mundo, y nos hemos empeñado, por simple cursilería autonómica, en convertir el español en una menestra de lenguas. Otro día escribiré de los analfabetos –hay excepciones–, que retransmiten los partidos de fútbol. Días pasados, una mujer nos repitió más de diez veces que en las porterías de un campo de fútbol hay un palo corto y un palo largo, es decir, que no son rectangulares, sino trapecios.

No pretendo otra cosa que el equilibrio lingüístico de la normalidad.

Para los que denominan al español «castellano», esta observación de don Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura: «El castellano es el bellísimo español que se habla en Castilla».

Gracias, don Camilo.

Cursis.