Envenenados de ideología
Resulta execrable que en una jornada en la que han matado a cuatro mujeres y dos niños la ministra de Igualdad salga a señalar a la derecha por los crímenes
Cuando gobiernas tienes que pasar de las musas al teatro, de predicar a dar trigo, y en España sufrimos a un Gobierno que va de feminista hasta el empalago, pero que ha resultado un desastre para las mujeres. ¿Por qué? Pues por tres motivos: 1.- Porque ha beneficiado a 1.400 violadores, aliviando sus penas con una insensata ley de Irene Montero, perfecta ignara en materia jurídica. 2.- Porque el Gobierno ha fracasado estrepitosamente en la lucha contra los asesinatos de mujeres, que están disparados. 3.- Porque con su delirante Ley Trans está comenzando a perjudicar a las mujeres en su vida práctica, además de negar su hecho biológico.
Este fin de semana hemos vivido 24 horas espeluznantes de violencia contra las mujeres y los niños, con seis muertos. En Fuengirola, un hombre de 76 años llamado Antonio estranguló a su pareja, Petra, de 76. En Zafarraya (Granada), Eugenio mató a tiros a su exnovia, Laura, de 20 años, y a la madre de ella, María Angustias, de 49, y luego se suicidó. Y en Las Pedroñeras (Cuenca) se produjo el crimen más atroz: un marroquí llamado El Mahdi asesinó a su exmujer, Ammal, que se había acogido al programa de prevención VioGén, y a sus dos hijos de cinco y siete años.
Y entonces apareció ante los medios la actual ministra de Igualdad, la vallisoletana Ana María del Carmen Redondo, para ofrecer su valoración y condolencias. ¿Y qué dijo? Pues los tópicos habituales y sin duda necesarios –«día negro y tristísimo»–, además de apelaciones vacuas a que hay que poner todos los mecanismos para «erradicar este enorme problema que tiene la sociedad española».
Pero la ministra Redondo hizo algo más, algo execrable. Se aprestó a relacionar la dolorosa ola de sangre del viernes y el sábado con lo que ella llama «los discursos negacionistas» de la derecha: «Hay que decir claramente que esas declaraciones matan, porque alimentan el odio, la dominación, el machismo y la violencia de género». Y esas declaraciones son inadmisibles, ministra, y muestran que en el Gobierno de Sánchez se sientan personas enfermas de ideología, que llegan al extremo de politizar la violencia contra las mujeres y los niños cuando todavía se están llorando los crímenes.
La ministra podría haber hecho muchas cosas. Podría haber asumido que el programa de prevención del Gobierno está fallando. Podría haber reconocido que tenemos un problema con los extranjeros y la violencia contra las mujeres, pues suponiendo las personas nacidas fuera el 13 % de nuestra población, resulta que los hombres de origen extranjero cometen el 44 % de los asesinados de féminas en España (pero ese aspecto del drama no lo afrontarán jamás, pues el Gobierno y sus medios afines ocultan incluso el dato de que el autor del descuartizamiento de su mujer y sus dos hijos era marroquí). La ministra podría haber presentado alguna medida nueva y concreta para ayudar a las mujeres, detallándola y presupuestándola. La ministra podría haber hecho una reflexión sobre si la pérdida de valores morales, que se inculcaban sobre todo en el seno de la familia tradicional, puede tener algo que ver con este creciente desprecio de la vida humana que castiga especialmente a las mujeres.
Pero no hizo nada de eso, sino que se lanzó a la política cutre de soflama, cegada por una aversión dogmática a los que no piensan como ella.
Esta señora no es ya Irene Montero, que era mujer joven de mínima experiencia laboral y discreto bagaje académico. Ana Redondo, militante del PSOE, tiene 57 tacos, es doctora en derecho Constitucional y ha sido profesora universitaria, amén de diputada autonómica. Es una mujer castellana formada y experimentada, a la que se le presupone una cabeza más o menos normal. Pero no. Las orejeras ideológicas del «progresismo» se anteponen a cualquier consideración realista de los hechos. El dogmatismo les ha envenenado el corazón. Las que llaman «políticas de género» ofrecen en la práctica unos resultados lastimosos, empezando por burradas como las que ayer profirió esta eximia doctora.