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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Ensalada de pepino

A Begoña Gómez que no la graben declarando ante el juez, pero ojo cómo se te ocurra ver una cochinada, que Pedro está vigilando

Ha tenido la feliz idea el ministro Escrivá de crear una especie de carné digital, con treinta cupones mensuales, para racionar el acceso de los adultos a la pornografía y controlar de paso sus costumbres, por si acaso algún día viene bien presionar a algún juez, periodista o político aficionado a la zambomba clandestina.

Escrivá dejó la Seguridad Social como la nevera de un quinceañero en un fin de semana sin padres, en un preámbulo de lo que haría luego al frente de la inmigración: ayudar a las mafias de la trata a mejorar su negocio, animar a los pobres que no tienen dinero para pagarse un billete en el barco mafioso a ahogarse en un cayuco, colapsar Canarias y, finalmente, llenar ciudades de España, gobernadas siempre por el PP, de campos de refugiados sin otra expectativa vital que pasear doce horas al día viendo paisajes.

Con ese currículum, indigno de quien un día dirigió la Airef y hoy es otra gheisa de Sánchez con el mismo criterio tecnológico que un mejillón de batea, no es de extrañar que para controlar a los menores se le ocurra fiscalizar a sus padres, consiguiendo el curioso efecto de que los primeros seguirán haciendo lo mismo mientras los segundos se sentirán, a su edad, bajo vigilancia de la Stasi.

Estaría bien conocer quiénes han parido la parida, y las actas que recojan los sorprendentes argumentos ofrecidos para tomar la decisión. ¿Quién puso la cifra y cómo calculó el número exacto de encuentros libidinosos en el universo digital? ¿Lo hizo por experiencia propia, tras consulta a Bertín Osborne o quizá como reto personal? ¿Fue el propio ministro el inductor de la idea o tiró de un Comité de Expertos como el de la pandemia, con Fernando Simón incluido, tan bueno para los virus como para el saxofón?

La sabiduría popular, que en España es buena para el regate corto y mala para los partidos con prórroga, ya ha bautizado al asunto como el «pajaporte», con perdón, dándole toda la gracia que merece el engendro solo en un primer vistazo.

Porque bajo la mendaz idea de querer ponerle puertas al mar se esconde algo más peligroso y menos tonto que un simple ministro analógico echando cuentas sobre el número exacto de guarrerías tolerables en un mayor de edad, que siempre es cero; para desove de unos menores que han de saber que el único mecanismo de control eficaz se inventó hace milenios y se llama padre.

El Gobierno macartista de Salem, afectado por una fiebre persecutoria ya endémica, ha legislado, o lo ha intentado al menos, sobre todo, a partir de la premisa fundacional de que los hijos no son de los padres, expresada por esa lumbrera llamada Isabel Celáa con cara del ama de llaves de Rebeca.

Qué comer, qué vestir, qué soñar, qué plantar, qué viajar, qué sentir, qué pensar, qué amar y qué votar forman parte del universo mental de una recua de bomberos salidos de Farenheit 451, siempre dispuestos a quemar en la hoguera todo atisbo de libertad individual en pos de conformar una comuna, o una granja, donde no haya rebeliones.

Lo malo del «pajaporte» no es que el Gobierno de Ferdinand e Imelda Marcos se crea capaz de controlar cuántas veces sopla el clarinete el personal, sino que esté dispuesto a intentarlo. Que a Begoña Gómez no la graben declarando en el juzgado por presunta corrupta; pero tú no te escapas del ojo sanchista como se te ocurra ponerte, cochino, «Ensalada de pepino en colegio femenino».