No es chantaje
Macron ha elucidado el escurridizo concepto: antes con la extrema izquierda antisemita, amiga del terrorismo, plenamente antidemocrática, que con el partido al que votó Serge Klarsfeld
«Chantajes ninguno» es una vacilada potente. En dos palabras se encierra tanta intención, tanto encubrimiento, tanto marketing político y tanta bravuconada extemporánea que parece mentira. Una advertencia tal invita a la audiencias desinformadas y sesgadas a lanzar exclamaciones de admiración que se reservan al torero o al futbolista inspirado. Incluso al futbolista de otro equipo cuya maestría te deja rendido. ¡Cómo habrá tenido que complacer a los otros partidos ese dedo levantado a la formación que detestan! Solo que esos otros partidos son todos cómplices del sanchismo y de su golpe de Estado. Que te detesten es buena señal.
Chantajes ninguno, desde luego. El chantaje es cosa de separatistas; ya lo practicaban los nacionalistas antes de echarse al monte. Empezaron con Aznar, que cedió, cuando lo adecuado habría sido ahorrarse el Majestic, no vender a Vidal-Quadras, y poner a Pujol en la tesitura de impedir gobernar al ganador de las elecciones. Los jóvenes creerán que lo habría hecho, pero es porque analizan con esquemas actuales la España de hace veintiocho años.
El más dañino chantaje al que ha cedido y cede el PP es el moral, donde los chantajistas estructurales son los dueños de la hegemonía cultural. Solo como fruto de un chantaje pesado, denso y permanente ha ido asumiendo el PP las sucesivas ampliaciones de la ventana de Overton (el rango de lo admisible por el público). Así, recurrieron la ley del aborto ante el TC y han acabado celebrando que no les den la razón. Por eso se dice que el PP es el PSOE con cinco años de retraso. Diez para los asuntos de mayor enjundia.
Se chantajea al PP enseñándole los dientes en los medios cuando parece que va a ser coherente con el ideario propio del grueso de sus votantes. Pero no solo: la gente del cine, entre otras, también sirve para amedrentar a los que se reivindican de centro. Macron ha elucidado el escurridizo concepto: antes con la extrema izquierda antisemita, amiga del terrorismo, plenamente antidemocrática, que con el partido al que votó Serge Klarsfeld. Eso es el centro, y no se lo vamos a discutir a la encarnación europea del mismo.
Chantajes ninguno, claro. Pero fantasías como la del PSOE bueno, ninguna. Puesta en peligro de las mujeres, ninguna. Secretos como el del choque cultural —los grupos de jóvenes varones musulmanes recién llegados ven a las europeas como fulanas—, ninguna. (Hay que leer a Ayaan Hirsi Ali). Ocultación de las estadísticas y de la autoría de los crímenes, ninguna. Fanáticos destructivos como Úrsula von der Leyen, ninguno. Negociaciones con Junts, ninguna. Regularizaciones masivas, ninguna. Reparto partidista de los miembros del CGPJ, ninguno. ¡Ay, pero todo eso ya lo ha hecho el PP nacional! Sus barones gobernando en coalición no tienen problemas con su socio; de hecho, el entendimiento cordial es la norma. Pero en temas especialmente graves, un partido es su cúpula, e informar sobre diferencias que están a punto de hacerse insalvables no es un chantaje, es un anuncio.