¿Quo vadis, Yolanda?
Ella, que se disfraza de dialogante mientras impone por Real Decreto sus necesidades, ha decidido ganarse las simpatías del personal exigiendo a los empresarios que firmen doce días adicionales de vacaciones a sus trabajadores
Su asiento en el consejo de ministros no le pertenece. Ateniéndonos al precedente de Irene Montero, ni siquiera Pedro Sánchez podría destituirla. Yolanda Díaz ocupa una plaza en el Gobierno de coalición reservada a Sumar. Y, mientras ostentaba el bastón de mando en el partido, podía reservarse una vistosa vicepresidencia, en el mismo plano de cámara que el presidente en el banco azul del Congreso. Pero si mañana es otro el coordinador de esa sopa de siglas mal amalgamadas, puede mandarla de vuelta a Galicia o darle un Ministerio de Consumo, como a Garzón, que viene a ser casi lo mismo. Por eso Yolanda Díaz necesita hacer ruido.
Ella, que se disfraza de dialogante mientras impone por Real Decreto sus necesidades, ha decidido ganarse las simpatías del personal exigiendo a los empresarios que firmen doce días adicionales de vacaciones a sus trabajadores. En eso se traduce la reducción de la jornada laboral que pretende instaurar manu militari la ministra, según el cálculo de la CEOE. A estas alturas del año, que vamos arrastrando los pies a ver si nos topamos con la playa, el aplauso del personal lo tiene garantizado. Pero ya se nos va poniendo otra cara si nos dicen que, a fuerza de sumar días de asueto, la señora puede llevarse la empresa por delante.
¿Y qué le importa a Yolanda, si ella –abnegada como pocos– trabaja para que los demás no trabajemos? Necesita esa reforma como necesitaba que bajaran los precios de los supermercados, aquella cesta de la compra tasada que se quedó en nada, en humo de propaganda. Necesita ser la más sonriente, la más popular, la más amigable, la que nos regala de todo, porque sólo su popularidad puede permitirle seguir repantingada en el sillón que ahora ocupa hasta el final de la legislatura. Ha probado la exposición a la luz de los focos, las comidas en los reservados de los grandes restaurantes en Madrid, la casa pagada por el contribuyente en el Paseo de la Castellana, el coche con chófer para cruzar la calle, el pisar moqueta y le gusta. El problema es que, como no tiene mayoría en el parlamento para sacarlo adelante, pretende que Garamendi le firme el cheque en blanco con el que pagarlo.
No parará hasta que logre arrancar la sonrisa del César de la Moncloa a su iniciativa. Será un espectáculo digno de ver, pese a todo. Y provocará un agujero más en el maltrecho mercado laboral español. Porque, cuando pase Yolanda, cuando pase este gobierno y se pongan negro sobre blanco las estadísticas, la realidad que encubren nos va a dejar de piedra. Hay parados que no aparecen como tales porque están en cursos de formación o en situación de inactividad disfrazada bajo un contrato fijo-discontinuo. Hay empresas con el agua al cuello que no encuentran trabajadores porque no pueden subir los salarios, pero padecen unos costes laborales que se han disparado. Y hay empleados en la Administración, que, aunque no merecen el más mínimo guiño de la simpática Yolanda, llevan años encadenando contratos precarios. El TSJ de Galicia acaba de condenarles por mantener a un trabajador como interino durante trece años. ¡A ver quién es el guapo que se atreve a tanto en la empresa privada! Esos funcionarios, personal laboral del sector público, no merecen la atención de la vicepresidenta, porque, si los hace fijos, enfada a los que han aprobado la oposición y, si los echa, pueden manchar su imagen en el periódico de mañana. A Yolanda le sale más rentable atizar a Garamendi. ¡Eso sí que le granjea vítores entre la grey sindical! Lo de los votos, ya es otra cosa.