La heroína fondona
La postal del acceso a España de Marta Rovira no es para enmarcar. Cuando, al fin, pisó tierra española, le ofrecieron una señera estrellada, que al desplegarla, y por culpa del viento, le cubrió rostro y cabeza
No deja de sorprenderme el separatismo catalán. Una mujer que delinque, huye y deja a merced de la Justicia a sus compañeros delincuentes sin posibilidad de fugarse, ha sido recibida por un ridículo grupo de abandonados que han vitoreado su heroísmo. La heroína no se exilió, como ella dice y repite. La heroína huyó como una coneja en pos de una madriguera segura. Y la madriguera segura, en la que ha permanecido durante siete años, era una madriguera de cinco estrellas según los baremos de la hostelería para logomorfos. Para hospedarse en Suiza durante siete años hay que tener mucho dinero, o recibir descaradas cantidades provenientes de los bolsillos de los majaderos que acudieron a recibirla.
Lo malo es que, una parte importante del dinero que ha ayudado a sobrevivir con toda suerte de lujos suizos a la heroína, también venía de los impuestos de los madrileños, los andaluces, los castellanos y demás gentes prescindibles.
Lo que no ha podido mejorar ha sido la estética. Para cruzar a pie la frontera que separa a Francia de España, hay que ofrecer un cierto empaque, una serenidad emotiva. Hasta Manuel Azaña, que no era estético, alcanzó a pie el suelo de Francia huyendo de su derrota haciendo gala de una emocionada entereza, flema y filosofía. Narra su huída admirablemente Federico Jiménez Losantos en su libro La Última Salida de Manuel Azaña. Nuestra logomorfa, traviesa conejilla, se escapó a toda pastilla de España, y eligió Ginebra para glorificar su libertad, coincidiendo allí con Anna Gabriel, más tonta aún que la heroína, por cuando la Justicia no había dictado orden de detención contra ella. Y como buena comunista, se refugió en Suiza, y no en La Habana, esa maravillosa ciudad que se cae a trozos gracias a la economía socialista.
La postal del acceso a España de Marta Rovira no es para enmarcar. En Suiza ha engordado, se le han puesto los muslos como a Roberto Carlos, el genial futbolista del Real Madrid, y no le han cambiado ni el rostro ni el pelochichi de la cabeza. Se dejaba acompañar de colegas de poca monta, y cuando, al fin, pisó tierra española, le ofrecieron una señera estrellada, que al desplegarla, y por culpa del viento, le cubrió rostro y cabeza, hecho que demuestra que hasta las señeras separatistas son útiles si se dan las oportunas circunstancias. «Venimos a ultimar lo que empezamos». Y como es de lágrima fácil, muy de chacha de los años cuarenta del pasado siglo, no pudo alargar su discurso. Imagen tan ridícula como la del viandante que alza el brazo para detener un taxi en la ciudad, y el taxi no repara en él y continúa su marcha, dejando al viandante con el brazo en alto y expresión de simio desencuadernado.
Como era de esperar, Marta Rovira, la de los siete años en Suiza, se refirió a su autonomía como «nación invadida». Referencia obligada que aún conmueve el sentimiento de muchos empecinados en seguir haciendo el ridículo creyendo a pies juntillas las promesas falsas de sus dirigentes. A ninguno de sus recibidores , se le ocurrió preguntarle de qué había vivido estos siete años en Suiza y quién o quienes le mandaban el dinero para comer, comprar chocolates y no ir a la peluquería. Los separatistas catalanes son muy discretos y respetuosos con los que juegan con sus ilusiones, y no se les ocurre preguntar obviedades. Ahora se propone cargarse a Junqueras, otro que tal, pero con una diferencia. Junqueras tuvo tiempo de escapar, fue citado por la Justicia y posteriormente detenido, juzgado y condenado, mientras Marta Rovira vivía a cuerpo de divorciada de millonario en la ciudad donde el dinero es lo más importante. Más aún que Guillermo Tell, el héroe nacional suizo, leyenda de cenutrios.
Así, que habrá que seguir los pasos de Marta Rovira en pos de concluir lo que tan malamente inició.
Mi humilde persona, como parte insignificante de la invasión de Cataluña, le desea, como mínimo, que se ponga a dieta.
Fondona.