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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Wimberlín

Fue una delicia recuperar la imagen de la reunificación de España. Los que sufrieron una patada en el estómago fueron los tibios como Illa, y los separatistas catalanes y vascos

La belleza y estética de Wimbledon para Alcaraz. La noche de Berlín para la Selección de España de fútbol, entrenada por un riojano creyente y pausado, muy distante del protagonismo futbolero. El domingo, España ganó en Wimberlín. Sánchez no quiso volar en el mismo avión que el Rey y la Infanta Sofía. Lógico desdén. Sánchez ya no puede viajar en un avión donde no se le considera la máxima autoridad. –¡Tengo hambre! ¡Mi plato de jamón!–, –perdón presidente, aguarde que se lo ofrezcamos al Rey y la Infanta, y posteriormente le prepararemos el suyo–. El Rey estuvo en Wimbledon y asistió a la semifinal de Carlitos y Medvedev. Y en Berlín, con la alegría del triunfo de la Selección, que le hizo protagonista de la victoria. A Sánchez no le permitieron que participara en la entrega de medallas y el trofeo del campeón. Iba muy malamente vestido. El Rey recibió los espontáneos abrazos de todos los futbolistas españoles. Declaró el tonto de Illa, el que estuvo a punto de convertir España en un infinito hospital, que cada gol o buena jugada de Lamine Yamal equivale a una patada en el estómago de la ultraderecha. A estas alturas, y sigue con la murga.

Supe que yo no pertenecía a la ultraderecha porque disfruté como un loco con el juego de los catalanes Lamine Yamal, Cucurella y Dani Olmo, del navarro Nico Williams, de los vascos Oyarzábal y Merino, sin olvidar al portero Unai Simón, de los madrileños Carvajal, Nacho –y algo menos, de Morata–, y de Rodrigo, de los andaluces Fabián y Navas… de todos, un equipo de amigos y patriotas ejemplares. Fue una delicia recuperar la imagen de la reunificación de España. Los que sufrieron una patada en el estómago fueron los tibios como Illa, y los separatistas catalanes y vascos. Se vendieron en Cataluña y las Vascongadas decenas de miles de envases de Omeprazol, para ayudar a eliminar las bilis separatistas.

El aperitivo maravilloso se lo debimos a Carlos Alcaraz, que no sólo superó al formidable Djokovic, sino al gafe del comentarista de Movistar, Mielgo, que no comenta, aventura, que no narra, predice, y cada vez que lo hacía, ganaba el punto decisivo el serbio. Lo contrario que Alex Corretja, tan bueno y ajustado en el comentario como en su pasado tenista, simpático y concreto, lleno de humor y sabiduría tenística.

La noche de Wimberlín pude disfrutarla en casa con mis nietos, pero preferí hacerlo con ellos y mi mujer en el Real Club Estrada, con más socios reunidos que los habituales del Bernabéu. Copas y pinchos de tortilla, raciones de croquetas y gambas… Allí, con mis amigos Adolfo y Raúl Herrera, el segundo responsable de haber convertido al club que se moría en el mejor restaurante de Comillas, lo cual nadie se lo reconoce ni agradece en su lejana Junta Directiva. Y por allí pululando y llevando a los más de doscientos espectadores, las delicias de Marga y Elías, las sombras sonrientes de Noelia, de Carmen, de Henar, de Casilda, de Alejandra, de Verónica, de Ana… Y el alarido en el gol de Oyarzábal, que produjo el susto en los bosques cercanos, la huida de los corzos, el vuelo de los jilgueros, el mosqueo de los jabalíes, el pavor de las vacas, y el estupor de los pocos patos que quedan en La Rabia, porque los ecologistas han terminado con su riqueza permanente, y es que ellos son así. Noche inolvidable, con Wimbledon atrás y Berlín en directo, Wimberlín, la noche en la que todos los españoles de bien brindaron por España.

A Sánchez no le dejaron bajar al terreno de juego porque iba como muy hortera, muy malamente vestido, lo contrario que el Rey de España, el Príncipe de Gales y el seleccionador español.

¡Wimberlín!