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VertebralMariona Gumpert

Ni aquí ni ahora

Respecto del pasado, por ejemplo, ETA y sus adeptos ya no existen, sólo es una turra manida de la ultraderecha. Ah, ¡si al menos tomaran la misma actitud con Franco!

Hay dos cosas que tienen en común la mayoría de los filósofos clásicos. La primera, creer que sus predecesores lo hicieron todo mal y, por tanto, pensar que es su deber refundar la disciplina desde cero. Puede resumirse así la historia de la filosofía como un «aparta, déjame a mí que tú no sabes». La segunda concordancia entre pensadores consiste en afirmar que somos seres temporales: la conciencia de esta limitación condiciona nuestro humano existir. Vaya por Dios, no nos habíamos dado cuenta, dirán muchos. Algunos señalarán que nuestra tendencia es hacia la melancolía, a idealizar un pasado que siempre fue mejor. Otros, que sólo sabemos mirar hacia adelante, sin disfrutar el famoso «momento» que nadie sabe definir bien en qué consiste (cuando intentamos capturar uno para conseguir la famosa paz mental del aquí y del ahora caemos en la cuenta de que se nos ha ido de las manos. No lo hemos disfrutado porque estábamos concentrados en no dejar escaparlo. ¡Oh, la ironía! Qué mal se nos da el carpe diem).

A pesar de esto, no dejan de existir muchas personas que viven en un puro presente, que no consiste en la sencillez del cada día tiene su afán. Es un presentismo líquido y subjetivo en el que el individuo vive atrapado sin atender a datos, informaciones u opiniones que no encajen bajo sus premisas. Por decirlo en lenguaje de estar por casa, se montan su propia película y de ahí no les sacas. Respecto del pasado, por ejemplo, ETA y sus adeptos ya no existen, sólo es una turra manida de la ultraderecha. Ah, ¡si al menos tomaran la misma actitud con Franco! Lo que no parecen entender es aquello de las profecías autocumplidas. Deseo con fervor equivocarme, pero a fuerza de tildarnos de fascistas a todos no tardarán en coger fuerza grupos que se tomen en serio, y con orgullo, el sambenito y lo lleven a la práctica. Ojo con esto.

Es natural que resulte imposible comentar nada de lo ocurrido hace veinte años con un borrego presentista, pero ¿qué sucede cuando se le habla de la actualidad? Depende de quién lo haga. Si dialogan con un venezolano, y éste comenta cómo la corrupción institucional degradó y hundió en una dictadura populista a su país, harán oídos sordos. Aquí no sirve el comodín de la superioridad moral del inmigrante huyendo de la pobreza. Vaya por Dios.

Cambiemos de tercio de actualidad, ¿comprenden ustedes la exhibición múltiple de banderas pro-palestina durante la celebración del orgullo gay? Ya me dirán qué tiene que ver un tema (la orientación sexual) con el otro (lo que sucede en el extremo oriental del mediterráneo), y por qué deben ir de la mano. Por esa misma regla de tres, si Sánchez es sincero sobre su orientación sexual (y ya no sé qué pensar, porque «Sánchez» y «sinceridad» riman mal en la misma frase), él y yo deberíamos coincidir de modo incondicional en alguna cosa, y me cuesta pensar cuál podría ser.

En todo caso, la homosexualidad debería unir al menos en torno a una idea: el deseo de vivir en una sociedad donde no se nos conculquen derechos ni libertades por causa de la orientación sexual. Pero no caerá esa breva. Los del puro presentismo padecen, además, de un localismo y etnocentrismo recalcitrantes. Oyen, pero no escuchan; ven, pero no miran; tocan, pero no sienten. Ni el instinto de supervivencia los salva a muchos de preferir un califato islámico a un «gobierno de la ultraderecha» (si no me creen, busquen en redes sociales). Manejan internet y les domina la obsesión por viajar y, a pesar de esto, mejor Irán que Marine Le Pen. Les falta argumentar sus posiciones negacionistas respecto de la inmigración musulmana en Europa con un «¿A quién va a creer usted? ¿A mí o a sus propios ojos?»

Comprendo a los presentistas, me veo reflejada en ellos en diferentes aspectos de mi vida. Cuesta anticipar el futuro, cuesta aprender del pasado, cuesta escarmentar en cabeza ajena. Lo urgente no suele dejar tiempo para lo importante. La lenta pero segura destrucción del Estado de derecho por parte de Sánchez es un asunto que, por desgracia, cumple ambas características. Ahora bien, si nos centramos en exclusiva en esto, lo único que quedará de la nación española a largo plazo serán sus estructuras jurídicas y estatales. Y quien crea que éstas últimas se sostienen al margen del tipo de ciudadanía sobre la que recaen son más ingenuos, si cabe, que yo al tratar de argumentar con un presentista.