Por qué Carvajal no traga con Sánchez
Quizás haya que remontarse al verano de 2016, cuando buena parte de la selección le tomó la matrícula al personaje
Andan las groupies del sanchismo un poco revueltas porque varios jugadores de la selección no quieren cerca al presidente. Cómo puede ser esto, se preguntan, si es usted un «icono». El caso es que Dani Carvajal y algún que otro campeón de Europa le dieron la mano a Sánchez con desgana, cuando no con desprecio mal disimulado. Lo hicieron «por imperativo legal», como dirían sus socios de Junts o Bildu, a los que debe el asiento, el palacio y buena parte de su estabilidad mental.
Sin embargo, ese rechazo no es de ayer. En primer lugar, Dani Carvajal es hijo de policía nacional. Y no hace falta decir qué hace Sánchez con la investigación policial y la instrucción judicial si esta le incomoda. A veces se indulta al delincuente, otras se le amnistía y, si la cosa canta mucho (como con los ERE), se eleva el caso a Conde-Pumpido, guardián último de la impunidad del socialismo.
Pero en segundo lugar (y aquí está el origen de todo) hay unas palabras de Sánchez en 2016 que todavía le persiguen.
Ese año, en vísperas de una Eurocopa en la que defendíamos título, saltó un caso de índole sexual en el que implicaron entre otros a David de Gea, portero de la selección. En ese momento, Sánchez salió a decir que no se sentía «cómodo» viendo al manchego de titular. «Estamos hablando de una referencia social (...) y por tanto esas personas exigen de una ejemplaridad absoluta», añadió entonces, fingiendo afectación como solo él sabe hacer: con ese tono de voz que no pasaría el escrutinio de un detector de mentiras. Aún no era presidente del Gobierno, pero ya se sentía legitimado incluso para hacer alineaciones de la selección.
¿Qué pasó al final? Pues que la acusación se demostró falsa y David de Gea no tuvo ni que declarar. Pero el portero ya le había cogido la matrícula al personaje, que se destapó por entonces como un gran propagador de bulos.
Dos años después, ya como presidente, Pedro Sánchez acudió a la Ciudad del Fútbol de Las Rozas para despedir a la selección antes del Mundial de Rusia 2018. Lo hizo en compañía de Luis Rubiales, entonces presidente de la Federación. En esa visita, Sánchez hizo un aparte con David de Gea para limar asperezas y de paso evitar que le arruinara una de sus primeras fotografías como inquilino de la Moncloa. Finalmente el portero le dio la mano, con rostro serio, pero luego no aplaudió su discurso. El resumen es que Sánchez quiso arreglar su señalamiento público con una conversación privada, lo que da buena medida de la talla moral del presidente. Es decir: le denigró en radios y teles, pero se disculpó en un corrillo sin cámaras.
Y así fue como algunos integrantes de la selección conocieron a Pedro Sánchez, con uno de sus primeros bulos. Y así se explica que muchos no le quieran cerca.