Paseing
El «paseing» o «andanding» o «promenading» no es otra cosa que el paseo. Todo el mundo pasea. No conozco actividad más aburrida, por preciosos que sean los paisajes y los caminos. Además, altamente peligroso
Hoy, en señal de máximo respeto por los malos momentos que estará viviendo la acosada por la ultraderecha, dispongo a relajarme, apartarme de la política, y plantear una duda que me corroe desde hace muchos años. Además de aburrido, ¿es bueno o malo para la salud corporal e intelectual el «paseing»? El «paseing» o «andanding» o «promenading» no es otra cosa que el paseo. Todo el mundo pasea. No conozco actividad más aburrida, por preciosos que sean los paisajes y los caminos. Además, altamente peligroso. El 90% de los ataques de perros a los seres humanos se producen en los paseos. Y se ha puesto de moda pasear en familia. Así que va uno cómodamente sentado al volante de su coche, por carriles y sendas entre prados y montañas, y se topa con los abuelos, los padres, los nietos, los amigos de los nietos y los dos o tres perritos que viven a costa de tan abigarrada familia, en pleno «paseing». En semejante tesitura, el conductor del agradable coche, con asiento mullido, aire acondicionado y música al gusto del consumidor, es obligado pisar el acelerador.. Jamás el saludo, y menos aún, con amable sonrisa. El profesional del «paseing» siempre tiene una necesidad. O necesita agua, o tiene hambre, o solicita descanso o uno de los abuelos se ha torcido el pie y dañado el tobillo mientras exclamaba en voz alta: ¡Qué maravilla de paseo! Es entonces, cuando la familia ruega al conductor que la libere del anciano lesionado, lo lleve hasta el más cercano centro de urgencias, y así poder seguir paseando libremente, ajena a los dolores del veterano pariente.
Así me ha ocurrido en la mañana de hoy.
Desde mi casa a Caviedes hay más de treinta kilómetros de distancia. Se pueden recortar tomando desde La Hayuela un camino de tierra, en invierno tranquilo y solitario, y en verano poblado por multitud de familias, senderistas y ciclistas perfectamente prescindibles. Así que admiraba un maravilloso hayedo, a mitad de camino, cuando, después de una cerrada curva, me he topado con una familia descansando. Todos, cubiertos por gorras de béisbol y entre ellos, tres perritos comprensiblemente malhumorados. Perritos de ciudad, para nada aficionados a los paisajes y las sorpresas que las sendas naturales procuran.
Los que aparentemente descansaban, se interesaban por un individuo que soltaba toda suerte de ayes y maldiciones. He estado a punto de acelerar, pero algo bueno queda en mi conciencia, y a sabiendas del peligro que corría, me he detenido.
¿Están bien?
Nosotros sí. El que está mal es el abuelo Rubén. No puede andar. Y no tenemos coche.
No se preocupen. Llamen a «urgencias» y en diez minutos tendrán aquí una ambulancia.
No hemos traído nuestros móviles. Queríamos pasear de manera ecologista y modo sostenible. ¿Podría llevar al abuelo Rubén a un centro médico?
La verdad es que no entraba en mis planes llevar a su abuelo Rubén a ningún sitio.
Usted es insolidario.
Plenamente insolidario.
Hemos apuntado su matrícula y nos proponemos denunciarle a la Guardia Civil.
En tal caso, metan al abuelo Rubén en la parte trasera de mi coche, con una manta para evitar que el sudor impregne los asientos y me deje un tufo solidario.
Se ha llevado a cabo la operación. Los tres perritos insistían en subir también al coche, a lo que me he negado.
Los perritos se los quedan ustedes.
Cucufate es el del abuelo.
Me da igual.
El abuelo, ya asentado en el coche ha gritado.
¡Cucufate, arriba!
Y ha subido Cucufate.
Durante el trayecto al centro asistencial, ni una palabra. Hay que agradecer en situaciones como la mía, que los lesionados sean antipáticos. Un simpático puede acabar con la paciencia de cualquiera.
Llegados al centro asistencial, y antes de que me pidieran mi tarjeta sanitaria, he dejado en un banco al abuelo mientras Cucufate hacía por mí.
Todavía me estoy recuperando.
Pero continúo en trance.
Anda, Begoña, no mientas que es peor.