Las contradicciones culturales del comunismo
El objetivo hoy ya no es la lucha de clases. Es una amalgama de reivindicaciones en las que los oprimidos no son los obreros (al menos, no en primer lugar)
El comunismo ya no es marxista. Se nota, entre otras cosas, en su decadencia intelectual. Marx, aunque equivocado en lo fundamental, es un gran pensador. El cambio fundamental reside en que el centro de la actividad revolucionaria no es la economía, sino la cultura. El obrero es sustituido por profesores, periodistas y escritores mediocres con dieta de lecturas escasa y unilateral. Ya lo anticiparon autores marxistas, especialmente Gramsci. El objetivo consiste en lograr la «hegemonía cultural». Mientras tanto, la mayoría de los conservadores y liberales siguen aferrados a la economía. Y no es la economía. La barbarie criminógena de Mao al menos tenía bien puesto el nombre: revolución cultural.
En su particular guerra cultural, las cosas no le van nada mal, pero es posible que su relativo imperio actual pronto se derrumbe. En 1976, el sociólogo Daniel Bell publicó un interesantísimo libro titulado Las contradicciones culturales del capitalismo. La tesis fundamental es que el capitalismo, a pesar de sus indiscutibles éxitos, genera una cultura que tiende a destruirlo. Los peligros para él no provienen del socialismo, sino de su propia cultura. El capitalismo tiende a destruirse a sí mismo. Tal vez cabría pensar que el comunismo actual adolece de inmensas contradicciones que pueden llevarlo a la tumba o al exilio fuera de Occidente. El objetivo hoy ya no es la lucha de clases. Es una amalgama de reivindicaciones en las que los oprimidos no son los obreros (al menos, no en primer lugar), sino las mujeres, los negros, los indígenas y los homosexuales, entre otros. Y la nómina sigue creciendo, pero cuanto más crece, más contradicciones genera. Algunos ejemplos. El feminismo se desgarra en formas incompatibles, irreconciliables, en guerra permanente. Las reivindicaciones de naturaleza sexual (eso que se denomina LGTBI y creo que alguna letra más) es una amalgama de contradicciones. La ideología de género destruye el feminismo, pues niega la condición sexuada de la persona. Si el sexo no es algo natural y biológico, sino una opción personal y una construcción social, no hay propiamente varones y mujeres, y si no hay mujeres no tiene sentido el feminismo. Transexualidad y feminismo son también radicalmente incompatibles. Cabe apreciar la existencia de una grieta en el asunto de la maternidad subrogada. Todo esto con independencia de que se trate verdaderamente de minorías oprimidas, lo que ciertamente no es el caso en las democracias liberales. Pero la revolución es un fin en sí mismo y nada tiene que ver con la verdad ni con la bondad de los medios.
Claudio Magris escribió que «el diablo es conservador porque no cree en el futuro ni en la esperanza». Esto prueba que la condición de gran escritor no garantiza la lucidez. Por el contrario, creo que el diablo es revolucionario. Se rebela contra Dios y aspira a derribarlo y hacerse con el poder. El diablo sí cree en el futuro, en el suyo, y no carece de esperanza, pues espera su triunfo. Además, el diablo, como el revolucionario, es el espíritu negador, que dice a todo no. Por lo demás, es falso que el conservador no crea en el futuro ni en la esperanza. Si acaso el conservador sería Dios, no el diablo. Creó el mundo y al hombre, y vio que era bueno.
Pedro Sánchez es el jefe español de este proceso de comunismo descabezado. Y la derecha no parece enterarse del todo. Menos mal que si el comunismo avanzó a pesar de sus errores y horrores, tal vez también sucumba sin necesidad de factores externos. Quizá basten sus propias contradicciones. La mentira y el error son pésimos cimientos para construir nada. Antes o después, todo se vendrá abajo. Pero también es conveniente echar una mano. Si la cultura es el cultivo del alma, poco tienen que hacer en ella quienes niegan el alma. Una cultura sin alma es una cultura desalmada, es decir, no es una cultura.