Elogio del juez Peinado
El Estado paralelo de Sánchez se moviliza contra un magistrado impecable que necesita sentir el respeto y afecto de todos los españoles
Cada solemne perorata de Pedro Sánchez en la oposición ha venido sucedida, ya en el Gobierno, con un crimen de su propia palabra, que vale lo mismo que la de un vendedor de crecepelo, una experta en Tarot o un mago de provincias.
Suya fue la norma, para Rajoy o el Rey Juan Carlos, de que la ejemplaridad era más determinante que los indicios penales para marcharse del puesto, situando el listón de la exigencia a unos niveles que, por supuesto, él siempre se salta para adaptarlos a sus formidables excesos.
También apeló a la necesidad de endurecer el delito de rebelión, a la imposibilidad constitucional de una amnistía, a las líneas rojas con Bildu, al compromiso de poner a Puigdemont delante de un juez o a la renuncia a alcanzar la Presidencia si solo podía conseguirla gracias al voto del separatismo.
Todo eso y mucho más lo ha hecho un dirigente amoral cuya relación con la verdad es idéntica a la de un tigre con una gacela: la devora cuando tiene hambre. Y tiene hambre a menudo.
Ahora va a tener que sentarse con el juez Peinado, que tiene cara de Gary Cooper en «Solo ante el peligro» y de Elliot Ness frente a Al Capone, rodeado por mafiosos, truhanes y sicarios que, a diferencia de los habituales, en España tienen la placa de sheriff, concedida por el jefe de los forajidos para que le apañen sus tropelías.
Resulta emocionante y enternecedor ver a un modesto magistrado, cerca de la jubilación, enfrentarse a toda una banda bien armada, a sabiendas de que lo abatirán en un callejón oscuro si se dan las circunstancias, le inventarán nuevos bulos infectos como el del doble DNI y le buscarán las cosquillas como hacen los chantajistas para extorsionar a sus víctimas.
Pero también es desolador que la España de los dos bandos creada por Sánchez se mantenga incluso en las actuales circunstancias: a un lado está una 'presidenta' que creó una empresa privada, la disfrazó de cátedra, la dedicó a negocios íntimamente dependientes de las decisiones de su marido y la asoció a patrocinadores beneficiados por el Gobierno.
Y junto a ella, todo el aparato del Estado contaminado de Sánchez como la Costa da Morte de chapapote en tiempos, dispuesto a hacer lo mismo que Marlaska con los becarios de Nacho Cano: fabricar un caso falso para tapar el verdadero, que es la sospecha más que razonable de corrupción en la familia del presidente del Gobierno.
Al otro está Peinado, un poco llanero solitario, pero es de esperar que sienta el calor de esa abrumadora mayoría de españoles agradecidos por el involuntario heroísmo de unos pocos servidores públicos insobornables, atacados por el Régimen y señalados por ese tipo de periodismo mamporrero que se traga lo más grande por un puñado de dólares.
Los medios de «derechas», si acaso esa definición es correcta, nunca miraron para otro lado con la Gürtel, Bárcenas o Urdangarin, y varios de ellos fueron decisivos en la denuncia y esclarecimiento de los hechos.
Los de izquierdas, que en su caso sí llevan la militancia y el negocio hasta las últimas consecuencias, no solo renuncian a perseguir la verdad, sino que además actúan gustosos de fábricas de mentiras y ponen en la diana a quienes se niegan a secundarlas, como los delatores de la época de Stalin o los infames que tiraron a la hoguera a Servet para satisfacer a Calvino. Ánimo, señoría, que no está solo.