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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

Qué par de patas 'pa' un banco

Sánchez muestra mucho más respeto por la bandera catalana que por cualquier otra, pero un respeto rayano en la servidumbre. Inclina la cabeza, se detiene, parece que rece incluso

La reunión del autócrata con el golpista no tiene la menor importancia. Como si fueran algo, como si fueran alguien, les dedican portadas aparatosas que apenas esconden la farsa bilateral. Se viene otra parafernalia Barbie-Ken en la nueva cumbrecita España-Cataluña. Como si yo me reuniera con mi pierna, vamos. Digamos, por resumir, que estoy todo el tiempo reunido con ella. Cataluña es España, y, aunque la cursilada complaciente y delirante no sea delito (a diferencia de la práctica totalidad del resto de sus actividades), a veces preferiría el robo al alipori. Sánchez muestra mucho más respeto por la bandera catalana que por cualquier otra, pero un respeto rayano en la servidumbre. Inclina la cabeza, se detiene, parece que rece incluso. Hoy podría prosternarse y acabar decúbito prono, entrar en trance, entregarse a una danza de hechicero. Al fin y al cabo todo es tan tribal…

Porque toda solemnidad es poca para las chorradas, mientras ninguna es aceptable para lo serio. La alianza separata-sociata es un cóctel mortal de necesidad: ¡Póngame un dosvenenos! Voy, pero pague antes y despídase de los suyos. Considérenlo: a toda la chatarrería intelectual woke del socialismo de hogaño, que es la nada pasada por humo, rematada con inexistencia y salpimentada con sentimientos de emoción por la propia bondad, se le une el nacionalismo de secesión, con su tendencia al monotema, su insoportable victimismo, su crónica doblez, su propensión a hincharse como la rana de Esopo, sus leyendas. Y el Barça. Menudo maridaje, ¿verdad? Casquería política: la extrema izquierda sanchista encamada con la extrema derecha supremacista. Un invento primero de franquistas reconvertidos, luego de sus hijos (Llach, Aragonés mismo), luego de sus nietos.

Porque hay un tipo de gente que siempre está con el poder. Es una modalidad de la indecencia, una variante de la inmoralidad. Muy exigente, eso sí. Requiere un reinventarse la biografía propia y la de tu familia, yendo a parar a una red de mentiras de la que resulta muy difícil salir. Pero como son tantos los sinvergüenzas que llaman extrema derecha a la gente decente (y más aún la gente decente que se asusta y, por temor a que no se lo llamen a ellos se suman al coro y al linchamiento, de momento verbal, aunque no siempre), al final viven todos en la maraña de su miseria. Una miseria que alcanza a la totalidad de su ser, salvo sus cuentas corrientes. ¿Cómo no se van a entender Sánchez y Aragonés, si ambos son mentira rezumando mentira y respirando mentira?

Aun así, decía, su reunión no tiene la menor importancia, pues un agente del mal hará el bien por casualidad y reventará dos de los varios proyectos antiespañoles: el de ERC y el de Sánchez. Me refiero, claro, a Puigdemont, hombre que, como presidente de nada, conoce muy bien la telaraña que hoy celebra ridículo en Barcelona. Si Illa sí, Sánchez no. Si Illa no, Sánchez sí, aunque siempre bajo la espada de Damocles. Mola.