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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Kamala, qué mala…

La izquierda mediática española ha iniciado el proceso de abrillantamiento exprés de una vicepresidenta que en su país era considerada un paquete

Todo huele un poco a chamusquina en el comportamiento del Partido Demócrata en el caso Biden. Durante los últimos dos años, mientras todo el planeta veía que el pobre Joe no estaba ni para una partida de dominó en un amable casino de jubilados, los demócratas y sus medios afines mantuvieron la ficción de que era perfectamente válido. Estaba fuerte como un roble. Incluso ignoraron un extenso informe del Wall Street Journal que reflejaba sin lugar a dudas sus mermas físicas para ejercer la primera magistratura del mundo.

El calamitoso debate contra Trump lo cambió todo. Mostraba menos reflejos que una estatua hierática del románico. Su actuación resultó tan inconexa que los grandes donantes le cortaron el grifo. En paralelo, se despeñó en las encuestas. Con notable cinismo, todos los que sostenían que estaba como un toro de lidia, mintiendo así al público, pasaron a enseñarle la puerta de salida por incapaz. Hasta que cedió. El siguiente paso ha supuesto otra burla a la democracia: colocar como sustituta exprés a la vicepresidenta Kamala Harris, saltándose el exigente proceso de primarias que distingue al modelo estadounidense.

Con la llegada de la californiana a la parrilla de salida frente a Trump, en España asistimos al risible intento de nuestra izquierda política y mediática de convertir a Kamala, que es muy mala, en una auténtica fenómena. Los corresponsales de Tele Sánchez (antaño TVE) le dedican tales panegíricos que va camino de una beatificación exprés. Por eso merece la pena detenerse un poco en la verdad del personaje:

¿Qué vende Kamala Harrris? ¿Cuál es su punto fuerte? Carece de una visión articulada sobre el futuro de Estados Unidos. Dialécticamente forma parte de la insigne escuela oratoria de nuestra Marisu Montero. Sus incoherentes discursos son conocidos como «ensaladas de palabras», con sandeces como la que sigue, que ella pronuncia como si estuviese redescubriendo la Teoría de la Relatividad: «Es tiempo de que hagamos lo que hemos venido haciendo. Y ese tiempo es cada día». No lo pillo, demasiado elevado para mis limitaciones neuronales.

Su desempeño como vicepresidenta ha sido paupérrimo, con la peor valoración en el cargo en tiempos modernos. En su cuarto año de mandato, Gore disfrutaba de una aprobación de +30% y Cheney, de +10%. La de Harris es de -17%. Su principal tarea consistía en controlar la inmigración irregular. Ha sido un barco a la deriva. Ni siquiera ha visitado la candente frontera sur del país. Tampoco tiene pegada con el público. En las primarias demócratas de 2020, cuando quiso aspirar a candidata a la presidenta, cayó en la fase preliminar, antes ya de las primeras votaciones.

Entonces, ¿qué vende Kamala Harris? Pues que puede ser la primera mujer y la primera mulata en convertirse en presidenta de Estados Unidos y que conoce de primera mano el sufrimiento de los desposeídos. ¿Supone un mérito político ser mujer a estas alturas del siglo XX? Por favor, memoria. Thatcher, la mandataria más duradera del siglo XX en el Reino Unido, llegó al poder hace 45 años. Indira Gandhi ejerció de primera ministra de la inmensa India de 1966 a 1977 y de nuevo desde 1980 a 1984. Merkel mandó 16 años en Alemania. Meloni gobierna Italia… Si somos feministas no podemos asombrarnos de que mande una mujer y considerarlo una proeza excepcional, pues en realidad supone hacer de menos a las mujeres.

En cuanto a lo de la pobre chica que sufrió «el racismo y el machismo estructurales»… Es cierto que la californiana Kamala Harris fue alumna en el segundo curso de integración de alumnos negros en colegios antaño reservados en su Estado para estudiantes blancos, y desde luego nadie puede negar los dolores de la repugnante segregación racial en su país, y más en aquellos tiempos. Pero Kamala no es hija de ningunos desheredados, sino de una pareja de la élite académica piji-zurda (sus padres se conocieron en la Universidad de Berkeley). Ella, Shyamala Gopalan, era una investigadora de origen indio, experta en cáncer de pecho, que había llegado con 19 años a Estados Unidos. El padre, profesor de Económicas en Stanford, era un inmigrante jamaicano.

En cuanto al «machismo estructural»… Kamala estudió Derecho y se convirtió en 2004 en la fiscal de distrito de San Francisco, pero ahí recibió una buena ayuda por parte de su amante de entonces, para más señas el alcalde de la ciudad, según ha reconocido él mismo. Su próximo paso sería convertirse en fiscal general de California en 2011 y senadora en 2016. En la Fiscalía se la recuerda por su mano dura contra el crimen, lo cual no gusta a las radicalizadas bases del actual Partido Demócrata. Tal vez para compensarlo, Kamala comulga con los postulados más izquierdistas de la formación.

¿Y no ofrece nada más esta señora que tan arrobada tiene a nuestra izquierda? Pues sí: es muy activa en la lucha a favor del aborto, lo que la izquierda estadounidense denomina en lamentable eufemismo «los derechos reproductivos de las mujeres» (eliminar al feto se llama ahora reproducirse).

La valía de Kamala Harris se ve clara cuando se recuerda que ni siquiera Biden la veía idónea para convertirse en su sucesora. Pero las élites plutocráticas de Silicon Valley, el feminismo más combativo, la logia arcoíris y la papanatas izquierda española ya están fascinados con Súper Kamala, hasta ayer mismo carne de memes en su país por su torpeza e inanidad.