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VertebralMariona Gumpert

Callaté

El eslogan de la revolución francesa –«libertad, igualdad, fraternidad»–, más el posmoderno «orgullo» (fierté) configuran gran parte del lío mental de Occidente

Hace ya doce días de la famosa inauguración de los JJ. OO. de París, aunque parece que ha pasado medio año. Esa misma noche Macron nos regalaba el siguiente tweet:

«Liberté, Égalité, Fraternité.

Fierté.»

Me salió del alma, no lo negaré, responderle con un «callaté» hastiado. Para canalizar el hartazgo jugueteé en mi cabeza con diferentes combinaciones de palabras: «callaté, café-olé», «callaté, oh, la, la», «callaté, pedazo de croissant deconstruido y ensartado en una baguette intersexual». Infantil, lo reconozco. Inofensivo, al menos.

El eslogan de la revolución francesa –«libertad, igualdad, fraternidad»–, más el posmoderno «orgullo» (fierté) configuran gran parte del lío mental de Occidente: enarbolar conceptos abstractos que suenan bien para acometer desde ellos luchas intestinas de las que no se comprende de la misa la media.

Liberté. El concepto de libertad es de los más abstrusos en filosofía. De él puede decirse lo que afirmaba San Agustín sobre el tiempo: sé lo que es, pero si tengo que explicar en qué consiste me quedo sin palabras. Y el ser humano –al menos el occidental– parece que, ante el misterio y la complejidad, en lugar de optar por la humildad, prefiere la vía alejandrina de abordar el nudo gordiano: sacar la espada y romper las cuerdas. De esta forma vemos que libertad ahora puede significar muchas cosas (o ninguna en absoluto. Sí, hay científicos por ahí defendiendo la idea de que estamos 100 % determinados).

Tenemos, por un lado, la libertad para decidir sobre el cuerpo de una misma cuando está embarazada. La libertad de definirme como una persona del otro sexo y obligar a los demás a que me traten como tal. En el otro extremo del absurdo ideológico, la libertad de traficar con el propio cuerpo (vientres de alquiler, venta de órganos no vitales, etc.). La libertad de quienes se llaman hombres hechos a sí mismos, como si no vivieran en un contexto social y económico determinado que permitió que las opciones elegidas dieran fruto positivo. La libertad de los adictos.

Égalité. Otra que tal baila. Podría decirles que uno de los errores de base consiste en obviar que, cuando hablamos de igualdad, no nos referimos a identidad con uno mismo o «mismidad». El protector solar que está usando estos días no es idéntico al que usa su vecino de toalla, aunque sea el mismo producto de la misma marca. Si lo fuera, no habría problema en que usara indistintamente uno u otro. Son iguales en la medida en que establecemos que lo son según unos patrones o reglas determinados, y no otros.

Resulta que cada ser humano es único e irrepetible, incluso cuando comparte carga genética con su gemelo. ¿En qué medida afirmar, entonces, la igualdad entre personas? De nuevo, cada uno la coloca –o desea imponerla– donde le sale de la vaina. Desde ahí y de forma analítica y de espaldas a la realidad la gente se monta sus teorías e ideologías. Ahora, por ejemplo, está de moda proponer eliminar las herencias de padres a hijos. Una versión original del concepto «igualdad de oportunidades». Imaginen la infinita potencialidad que tiene la idea para tratar de encajarnos a todos en el lecho de Procusto, de asimilarnos todos de forma artificial y dolorosa.

No tienen idea de los desparrames mentales que se hacen muchos al manejar conceptos cual aprendices de brujo, pero nos afectan en asuntos relevantes como lo es el de igualdad entre españoles: ¿por qué País Cataluña, País Vasco y Cataluña tienen o deberían tener su propia gestión fiscal? ¿La igualdad es entre ciudadanos o entre regiones? ¿Qué desigualdad justifican esas distinciones?

Fraternité debería ser el más interesante de los tres conceptos revolucionarios. Siempre he imaginado a un par de franchutes con peluca blanca y traje de época ante un folio y plumín en mano manteniendo el siguiente diálogo con acento francés:

- Y nuestro grito de guerra será «Liberté! Egalité!»

- Pero Pierre, ¿no resulta contradictorio? ¿No pondrá en peligro la revolución?

- La gente no piensa tanto, Jean Marie, no le des tantas vueltas

- Justo ahí es donde veo el peligro, mon amie. ¡Y el canon estético, Pierre, el canon! Tres mejor que dos, siempre.

- Agh, vaya, añadiremos…ehm…fraternité. Asunto finiquité.

Es lo único que explica que no se haya profundizado apenas en qué significa e implica la fraternidad. Eso, o el saber que aquello a lo que apunta el concepto ya se delimitó en su día y, por su origen y exigencia, la mayoría prefiere obviar:

«El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.»

Igualito que la fierté de Macron, oui? Feliz domingo.