El federalismo del PSOE vuelve
En las Cortes Constituyentes de 1978 el federalismo volvió a ser la bandera del pragmatismo socialista, que envolvía su pretensión republicana en sus confusas alusiones a la autodeterminación y su larvada vocación revolucionaria
En estos días en que Sánchez nos ha anunciado como un autócrata que ha puesto en marcha el proceso de federalizar España al margen de la Constitución vigente, no está de menos recordar que el PSOE ya tuvo esos principios en su pasado revolucionario. Es cierto que los relegó con el gran pacto constitucional de 1978, pero latía bajo su piel. No es que yo crea que Sánchez recupera el viejo Programa Máximo de su partido. Más que nada porque no creo que Sánchez tenga ninguna ideología. Su único principio es su interés personal.
Ya sabemos que la hemeroteca es un tipo de biblioteca que corre el peligro de ser prohibida porque en ella se encuentran tesoros que son muy inconvenientes para las autoridades políticas del momento. En este momento en que el federalismo toma protagonismo en la política española –¡quién nos diría que íbamos a tenerlo como tema político de debate en pleno mes de agosto!– ha caído en mis manos una «Tribuna abierta» publicada en ABC el 14 de septiembre de 1987 –¡hace 37 años!– por el que entonces era un editorialista del periódico y que firmaba su artículo como letrado del Consejo de Estado, y más tarde fue presidente de la Cortes y ministro de Defensa: Federico Trillo-Figueroa. Su título era muy simple: «El federalismo del PSOE».
Creo que vendría muy bien a toda la clase política actual leer ese artículo porque les ilustrará sobre una realidad política de la que estoy seguro que ni María Jesús Montero ni Óscar Puente tienen la más remota idea. Bueno, casi es mejor que Puente dedique su tiempo a ocuparse de que los trenes funcionen y no a ilustrarse ideológicamente.
Permítanme unas amplias citas del artículo de Trillo-Figueroa: «El resello marxista que Pablo Iglesias se esforzó por imprimir en su partido le llevó de una parte a una fuerte centralización organizativa interna y, de otra parte, a minimizar los primeros brotes nacionalistas de catalanes y vascos, a los que calificó como meros ‘servidores de la burguesía’. Habrá que esperar a que la ‘praxis’ demostrara la potencialidad política de esos movimientos nacionalistas, para que el tema se planteara en el XI Congreso del partido en 1918, que constituye el segundo hito en esta evolución. No es casual que fueran precisamente los delegados catalanes y vascos quienes introdujeran el problema de las nacionalidades ibéricas y la forma de Estado en el programa entonces aprobado; tras debate interno, se adoptó –con el apoyo dialéctico de Julián Besteiro– la llamada ‘Propuesta de Reus’ conforme a la cual tras la abolición de la Monarquía y el establecimiento de las libertades públicas, era preciso consagrar ‘la confederación republicana de las naciones ibéricas’… Se observa ya el carácter estrictamente pragmático e instrumental del federalismo socialista, que reabsorbe sus orígenes internacionalistas para ponerse al servicio de los intereses coyunturales del partido, tras comprobar la importancia que el factor nacionalista había adquirido en la movilización política contra el sistema de la Restauración (…)»
«Ese oportunismo político, y no una sensibilidad especial con las nacionalidades y regiones españolas, es el que lleva al PSOE a enarbolar de nuevo el federalismo en la transición hacia la democracia actual. Era la época en que la democracia en el País Vasco y Cataluña iba indefectiblemente unida al reconocimiento de la autonomía («libertad, amnistía y estatuto de autonomía»). Por ello en las Cortes Constituyentes de 1978 el federalismo volvió a ser la bandera del pragmatismo socialista, que envolvía su pretensión republicana con sus confusas alusiones a la autodeterminación y su larvada vocación revolucionaria. El federalismo era un comodín que aventajaba cualquier posible combinación en la distribución del juego de poderes territoriales: así, en las llamadas nacionalidades históricas, les permitía solicitar competencias tan altas como cualquier nacionalista, sin otro techo que el de la soberanía del Estado miembro; en las demás, el uniformismo básico que el federalismo entraña les permitía poner sobre el tapete la tesis del «agravio comparativo», que facilitaba la acumulación de poder en aquellas regiones –como Andalucía– donde el partido tenía más arraigo.»
«Este doble y peligroso juego, en función exclusivamente de los intereses del partido, al conjuro del federalismo, no desaparece tras el rechazo por la Constitución española de la solución federal. Antes al contrario, el XXIX Congreso del PSOE considera al federalismo –en este caso ya en sentido técnico– como una fase posterior, que exige la generalización previa del proceso autonómico en régimen de igualdad, para conseguir así ‘una política de Estado desde la lógica de la unidad de clase’, frente a ‘los nacionalismos particularistas, burgueses o pequeñoburgueses’, ‘de raíz tradicionalista’, lo cual ‘constituye un proceso histórico cuyo desenlace lógico y político puede y debe ser el Estado federal.’»
Hay ocasiones en que la hemeroteca nos enseña que las cosas no han cambiado tanto.