Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

Los frescos arrestados

En el espacio que ocupaban Colón y los Reyes Católicos, los nuevos artistas comprometidos con el «Procés» –Prusás-, inmortalizarán la entrada en un túnel del coche en cuya maleta se fugó de la Justicia con heroicidad cimera, el ex presidente Puigdemont

Creo haber narrado mi única visita al Palacio de la Generalidad en la plaza de San Jaime. El presidente de la Generalidad de Cataluña ofreció una comida al presidente de Prensa Española, nuestro añorado Patrón Guillermo Luca de Tena, al que acompañamos el director de ABC, Luis María Anson, el delegado en Cataluña del centenario periódico, Tomás Cuesta, Catalina Luca de Tena, Antonio Mingote y éste que les escribe. Fue la comida del aperitivo del hambre. Antonio Mingote y yo preferimos dormir en nuestras casas de Madrid y embarcar en un Boeing 727 del Puente Aéreo. Nos reunimos con los Luca de Tena, Anson y Cuesta en un hotel, y de ahí, en dos taxis, nos trasladamos a la plaza de San Jaime. Con todos los respetos que merecen los gustos particulares, el palacio de la Generalidad me pareció bastante feo e intrincado, como construido a trozos. Y muy austero en su despensa. Antonio Mingote se caía de hambre, y el aperitivo que nos ofreció el Muy Honorable –por aquel entonces–, presidente de la Generalidad consistió en frutos secos y unos cuencos con aceitunas. Al fin, un camarero surgió altivo portando con elegante empaque un plato de jamón. – ¡Jamón!–, susurró Mingote alborozado. Pero el camarero se dirigió al sofá en el que se ubicaba el Muy Honorable –por aquel entonces, hasta que dejó de serlo por el 3 % de las comisiones y la herencia del abuelo Florenci–, y Pujol se comió todo el plato de jamón.

Mingote, que no recurría a los venablos y expresiones groseras en los momentos difíciles, casi llorando, me comentó: –Este cabronazo se ha comido el jamón–. Comentario que mereció mi sintética confirmación:

-Sí-.

El gran salón se adornaba con tres grandes frescos en paredes y bóveda, representado acontecimientos históricos. La visita a Barcelona de Cristóbal Colón para informar a los Reyes Católicos del Descubrimiento de América, la batalla de Lepanto y el Compromiso de Caspe. Pinturas notables, realizadas por pintores catalanes en 1926, al principio de la Dictadurilla del general Primo de Rivera. Los frescos no eran de Miguel Ángel o Goya, pero alegraban la lúgubre estancia. Por orden del nieto del empresario y alcalde franquista y presidente de la Generalidad Pere Aragonés, los frescos han desaparecido y el gran salón de la Generalidad se ha convertido en un acogedor vestíbulo de hospital vetusto. A Pere –Pera-, Aragonés se le antojaban las pinturas excesivamente integristas, autoritarias y antidemocráticas. De todos es sabido que Cristóbal Colón fue un votante de Vox decepcionado del PP, de Pons y Gamarra.

El problema es que hay que sustituir los frescos arrestados por otros más adaptados a la realidad social catalana. En el espacio que ocupaban Colón y los Reyes Católicos, los nuevos artistas comprometidos con el «Procés» –Prusás-, inmortalizarán la entrada en un túnel del coche en cuya maleta se fugó de la Justicia con heroicidad cimera, el ex presidente Puigdemont. Y acompañarán al histórico vehículo rodante, alegorías de la pacífica e incendiada revuelta popular durante el golpe de Estado. En sustitución del Compromiso de Caspe, un homenaje al santo político catalán Lluis Companys, firmando en su despacho sentencias de muerte con la aureola de santidad iluminando su calva. Y en lugar de la Batalla de Lepanto, la reproducción de un gol de Messi, si bien éste último motivo no ha sido aprobado todavía por los que consideran ofensas contra la nación catalana algunos tuiquismiquis imperdonables. Que en catorce años Messi no aprendiera a pronunciar ni una sola palabra en catalán, y que ya, lejos de Barcelona, haya declarado que el mejor club del mundo es el Real Madrid. Si se cumpliera el rechazo, el fresco lo alegrarían las figuras de Marta Rovira y Anna Gabriel con fondo de montañas suizas y la sombra inquietante de Guillermo Tell llorando la muerte de su hijo atravesado por una de sus flechas.

Quedará el gran salón, más colorido y más mono.