El retiro del enamorado
Este hombre tiene que relajarse para volver con renovadas fuerzas al mal, donde es un empleado a tiempo completo. Pedro arrastra un esfuerzo titánico que solo Groucho Marx puede comprender: ha adaptado «sus principios a las necesidades»
Caminamos hacia el ecuador de agosto y estoy preocupada. De tanto verle luchar contra el fascio o señalar con el dedo a jueces y pseudoperiodistas, he caído en la cuenta de que Pedro, el héroe de la justicia social, de la redistribución de la riqueza -fundamentalmente de la de los madrileños y andaluces- no se ha tomado vacaciones como las de antes: un mes de sombrilla y hamaca. El pobre libertador se ha tenido que conformar con cinco días, solo cinco, de reflexión, de interiorización de su misión histórica, de asunción de que ese mesiánico compromiso con la democracia en el mundo solo puede llevarlo adelante él. Menos de una semana que le sirvieron para constatar que se queda para no dejarnos huérfanos de líderes espirituales pero, sobre todo, para refrescar el amor por Begoña, esa pobre esposa perseguida por ser su mujer, cuya cátedra en la Complutense era una obligación moral de la universidad pública con quien tanto capital intelectual y profesional tiene, palpable si uno la escucha en alguna de sus conferencias en internet y no muere hiperventilando.
Para que luego digan que la izquierda no trabaja por la mañana y lo pasa a limpio por la tarde. Tras su castigado año, donde ha tenido que batallar contra los molinos de viento que su fanática fantasía ve en la ultraderecha y hasta con algún periodista progre que se ha atrevido a preguntarle en su balance de año por la salida de Cataluña de la caja común, Pedro está exhausto. Ya no le salen ni las risotadas siniestras que erizarían los cabellos hasta de las ranas. Tengamos en cuenta que ha librado cruentas guerras con fachas argentinos, genocidas israelíes, lunáticos con apósito en la oreja, periodistas preguntones y presidentas autonómicas tabernarias. Es demasiada tralla para un progresista que pasó de ser concejalillo en Madrid a presidir el Gobierno de España. Mucho arroz para tan poco progreso. Te lo juro por Snoopy, le dijo entonces a Begoña, cuando ella captaba fondos en las puertas de los comercios para las ONG y todavía no soñaba con el imperio profesional que creció exponencialmente desde que puso un pie en el palacio de La Moncloa.
Con esa carga sobre sus anchas espaldas de cavador de trincheras y exhumador de odios, no es extraño que cada vez tenga más tics en su semblante. Es fruto de la fatiga. Sostener las políticas LGTBIQ+ y pergeñar cómo seguir añadiendo letras y signos a ese apostolado debe ser definitivamente agotador. Como tapar con una mano los enjuagues del hermano y con la otra los de su mujer y encima que se la cargue con un par de querellas el juez que está haciendo su trabajo. Al bruxismo se unen ahora unos ojos tristes, carentes de ese brillo pícaro cuando colocaba urnas a escondidas en Ferraz, ojos vacuos de animal herido. De animal herido, pero profundamente enamorado.
Y encima vive con el corazón repartido, porque un progre que no reparte no es un verdadero progre. Por eso, Pedro tiene dos almas donde depositar su cariño, mientras otros pasan por la vida sin encontrar ni siquiera una. Él, doblemente tocado por las flechas del amor, ha fijado su horizonte en el músculo cardiaco de una imputada y en el de un prófugo, así que, como Sísifo, empujar el peñasco gigante montaña arriba hasta la cima para que luego vuelva a caer por el mero hecho de que se enfade Oriol, Yolanda o Puchi, requiere un esfuerzo sobrehumano, solo posible si el que emprende esta empresa es un obcecado resistente. Por eso, clamo ya por el veraneo de nuestro esforzado servidor público: La Mareta es una justa recompensa, aunque venga de manos de un Rey al que ha echado de España. Haberse pasado por el arco del triunfo -que él sueña ya con denominarle arco de la victoria- todas sus promesas, unas tras otras, haber avergonzado a todo el país negociando con un cobarde prófugo en el extranjero, haber dejado que 3.397 energúmenos separatistas decidan que la llave de la caja la tenga ahora quien quiere desvalijarla deja molido a cualquiera.
Este hombre tiene que relajarse para volver con renovadas fuerzas al mal, donde es un empleado a tiempo completo. Pedro arrastra un esfuerzo titánico que solo Groucho Marx puede comprender: ha adaptado «sus principios a las necesidades». Y eso no hay cuerpo que lo aguante. Ni alma.