Bambi es Golum
Salvador Illa se convertirá en cuestión de horas en presidente de la Generalitat. Desde la Moncloa, se apresurarán a vendernos la conquista de esa plaza como el triunfo de la estrategia de un Pedro Sánchez que rebosa democracia por todos los poros de su piel
Si el numerito de Puigdemont no logra impedirlo -no parece probable, aunque nada es imposible en la vida política catalana-, Salvador Illa se convertirá en cuestión de horas en presidente de la Generalitat. Desde la Moncloa, se apresurarán a vendernos la conquista de esa plaza como el triunfo de la estrategia de un Pedro Sánchez que rebosa democracia por todos los poros de su piel. Acorralado por los tribunales y al frente de un gobierno en parálisis funcional, necesita de esa imagen, pírrica victoria, para hacer creer a los españoles que sigue vivo. Al festival preparado para exhibir en la tele, no faltarán los aduladores, lectores de argumentario, que hagan méritos adornándole con la areola de estadista.
Y, sin embargo, a los ciudadanos les preocupa más el asfixiante calor que la política. Y la gesta, si es que se puede denominar de ese modo a la vergonzante cesión de soberanía que ha perpetrado el inquilino de la Moncloa, ni siquiera puede anotarse en su lista de méritos. Es un hito más en el plan de Zapatero, ese personaje falsario y siniestro que, a pesar de salir corriendo tras dejar al país al borde del rescate, lleva más de dos décadas condicionando, cuando no dirigiendo desde la sombra, la deriva de España.
Mientras, como aspirante a presidente, ofrecía con una sonrisa el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo al Gobierno de España, con la otra mano dirigía las conversaciones con ETA. La negociación estaba abierta, prueba de ello es la tregua parcial que la banda terrorista concedió a la Cataluña gobernada por Maragall y Carod-Rovira. Separatistas vascos y catalanes comparten un mismo fin. Y Zapatero, por convicción, por ambición de poder, no dudó en satisfacer sus demandas. Hasta que los jueces, garantes de la ley, se interpusieron en su camino.
Lejos de dedicarse a contar nubes, como prometió en su retirada, no tardó en visitar al ministro del Interior de Rajoy para darle instrucciones. Aún esperamos que Fernández Díaz dé cuenta de esa conversación. Y, tras la moción de censura, cuando Pedro Sánchez tuvo la opción de gobernar con Ciudadanos, desbarató, en comidas en Toledo y cenas en Barcelona, cualquier posibilidad de acuerdo. El tridente Zapatero-Bono-Moratinos, una asociación muy rentable, marcó a Sánchez el único camino que tenía para convertirse en presidente: era él o era Podemos, con muchos menos remilgos para agradar a Maduro, los ayatolás o el mismísimo Putin. Porque la partida que se juega en España trasciende nuestras fronteras.
En 2003, en la batalla por el futuro de Europa, que no otra cosa fue la preguerra de Irak, mientras Aznar se alineaba con Estados Unidos, Inglaterra y Portugal, Zapatero hacía lo propio con Chirac y Schroeder. Entonces se alzaron como adalides de la paz. Hoy, sabemos que eran los peones en la Unión Europea del sápatra ruso. Es el mismo Putin que hoy, crecido, amenaza las fronteras de la OTAN, entrega armas a Teherán para alimentar a los terroristas de Hamás y Hezbolá contra los civiles israelíes y el que sostiene al dictador golpista venezolano.
Bajo las alfombras del palacio de Miraflores, secuestrado por el narcogobierno de los sucesores de Chávez, se esconden demasiados secretos. Rendir esa plaza no sólo puede suponer un punto de inflexión en la deriva expansionista de los personajes que, en nombre de los supuestos valores democráticos del socialismo marxista, pretenden convertirse en autócratas en los países que gobiernan. Puede también revelar al mundo las vergüenzas de siniestros gobernantes, como Zapatero.
Como el Golum de «El señor de los anillos», él sigue aferrándose al anillo de poder, aunque sea otro el que se desgaste portándolo. Si en su mano está, forzará al Grupo de Puebla y a todo aquel que se le ponga por delante a mantener a Maduro en Venezuela, del mismo modo que envió a Delcy Rodríguez a Barajas para que Ábalos la recibiera. Hará todo lo que sea necesario para conservar la joya que tantos réditos económicos le proporciona y, sobre todo, el misterio que le dio acceso a ella.