Todos culpables
Recibo una viñeta en la que Olivia, la novia de Popeye, comenta a éste: «Dicen que va a haber rebelión en la granja sanchista». Y el marino forzudo le contesta: «Pólvora mojada. Ningún cerdo arriesga su ración de pienso». Pues eso
La apoteosis circense del prófugo Puigdemont en Barcelona el pasado jueves no hubiese ocurrido sin el apoyo y diseño compartidos por la cúpula de Junts y Sánchez representado sobre todo por Marlaska. Bochornoso espectáculo ofrecimos al mundo en el que fuimos engañados todos, desde las bases tontilocas de Junts que creyeron que su líder entraría en el Parlament para la sesión de investidura de Illa, acaso el peor ministro de Sánchez, que ya es decir, hasta la parte del Gobierno no comprometida en la operación, pasando por la oposición de derechas y nacionalista. El que sabía lo que hacía y a lo que iba era Puigdemont que hasta ahora se le podía acusar de casi todo menos de mentir en sus pretensiones. Ya ha mentido a los suyos.
Puigdemont no es un ejemplo de valentía. Huyó de España hace siete años mientras acuciaba a los suyos para que resistiesen a los malvados españoles. Se metió en el maletero de un coche y quienes siguieron su consejo acabaron juzgados y en la cárcel. Es cierto que su debilidad y vesania, unidas a su nula creencia en ideología alguna, llevaron a Sánchez a sacar adelante medidas como desterrar el delito de rebelión, y así los condenados pudieron salir de la cárcel; alguno llegó a la presidencia del Parlament. Una muestra más de lo que Sánchez cree en las leyes que no le convienen.
Ahora Puigdemont ha huido otra vez y puede que de nuevo en el maletero de un coche. Apostaría a que no ha salido de la ciudad pese a lo que declaran sus mariachis. O a lo mejor durmió en Moncloa como se malicia Ayuso; Sánchez es generoso con sus amigos. El alcalde de Barcelona, el socialista Jaume Collboni, autorizó la instalación de un tenderete allá donde convenía al prófugo. Curioso: el escenario tenía una puerta de salida posterior; no se veía lo que ocurría detrás. Ello favoreció la huida del prófugo, mientras por megáfono se ofrecía la falsa información de que Puigdemont acompañaría a sus convocados hasta el Parlament. Y se lo creyeron. Un detalle: Collboni debe la alcaldía a los votos del PP para impedir que fuese alcalde el veterano Xavier Trías, de Junts. Menuda vista. Al final el socialista hizo lo que hubiese hecho el de Junts,
Y así llegó la hora de las responsabilidades. Es obvio que los mossos no cumplieron. Puigdemont apareció ante los suyos andando por una calle con Jordi Turull y otras tres personas, momento oportuno para detenerle y sin riesgo de alboroto. Se dijo que un juez había citado a declarar a Turull por su papel en la fuga, pero el TSJC lo negó. El juez Llarena pide lógicas explicaciones. ¿Y la Guardia Civil y la Policía Nacional? Desaparecidos. Son dos instituciones solventes y reconocidas, pero su dependencia jerárquica es del Gobierno. ¿Y el CNI? Nada de nada.
Junto a Turull, Gonzalo Boye fue muy activo en el periplo del prófugo. Le marcó los tiempos de intervención y el abandono del escenario. Es un personaje controvertido, un chileno de ultraizquierda condenado en 1996 a 14 años de prisión por colaborar con ETA en el secuestro de Emiliano Revilla; cumplió seis. Luego fue acusado de blanqueo de capitales para el narcotraficante Sito Miñanco. Este es el abogado y hombre de confianza de Puigdemont.
Culpamos del esperpento de Puigdemont a Sánchez y es razonable. El presidente es partidario de manifestarse, de palabra y por escrito, aunque le desmientan siempre las hemerotecas por cambiar tanto de opinión sin explicación alguna, y esta vez no ha dicho ni pío. Sus ministros tampoco. Solo el verborreico Oscar Puente dejó sus vacaciones de golfista para acusar a Nuñez Feijóo de no sé qué. Debieron tirarle de las orejas porque borró su insulto, cosa anormal en él.
Lo cierto es que todos somos culpables porque hemos dejado que las aguas turbias llegaran hasta donde las padecemos ahora. Los ciudadanos, que parecen ajenos a la realidad de su suicidio democrático, los sucesivos gobiernos bondadosos con el independentismo pensando que tendría un límite lógico y constitucional, desde los tiempos de Aznar que ya pactó sumisiones al independentismo, entonces representado por Pujol, incluso mirando para otro lado sobre sus negocios. Y así hemos llegado a este último despropósito. No podemos acusar sin acusarnos todos, cada uno en su lugar. Cierto es que Sánchez ha traspasado límites insospechados.
Ahora toca esperar a la siguiente calaverada independentista. De Illa, el de las mascarillas de sus amiguetes, no debemos esperar nada. Empezó refiriéndose a la «legalidad republicana» y exigió una amnistía sin límites. Tras asegurar sus cargos y sueldos a los de ERC, no hará sino servir a Sánchez. Acaso, además de un tonto útil, sea el tapado de un independentismo con careta socialista.
Recibo una viñeta en la que Olivia, la novia de Popeye, comenta a éste: «Dicen que va a haber rebelión en la granja sanchista». Y el marino forzudo le contesta: «Pólvora mojada. Ningún cerdo arriesga su ración de pienso». Pues eso. Y ello debe aplicarse a todos los diputados del PSOE que, amarrón, eligió Sánchez cuando convocó las generales al día siguiente de perder las municipales y autonómicas. Algún socialista con poder ladra de vez en cuando pero no muerde.