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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Haciendo el «pailán» contra los madrileños

El hostelero del puerto de Mera, en las afueras de La Coruña, que se ha metido con los madrileños quizá se autorretrata como un tanto gañán

Una peculiaridad de los vecinos de La Coruña es que están tan satisfechos con lo suyo que muchos veranean en Mera, Veigue o Sada. Es decir, se marchan de vacaciones… a unos 15 o 20 kilómetros de la estupenda ciudad donde viven normalmente. Mi familia es del club de Mera, donde mis padres tenían una casa desde que éramos pequeños y todavía la conservan, a la vera de una fraga desde la que a veces nos visitan los jabalíes (gracias a la tontuna animalista que impide controlarlos).

La pequeña Mera siempre ha tenido dos grandes encantos. Uno es lo bonito que es el paisaje, que incluye desde una playa coqueta a lo francés hasta los impresionantes acantilados a lo escocés del Seixo Blanco y el faro. El otro punto fuerte es su tranquilidad, porque en invierno no pasa de 700 vecinos y en agosto la mayoría de los veraneantes encajan en la etiqueta de «los de toda la vida».

Ser «meracho» es una categoría que no está al alcance de cualquiera. Lo logró el encantador Pepe Domingo Castaño, que ponía allí a punto su perenne bronceado y vigilaba la playa desde la terraza de La Perla. Yo no sé si he alcanzado el honor de ser un «meracho», probablemente me faltan todavía un par de lustros. Pero en Mera viví bautizos, comuniones, fiestas inolvidables y hasta despedimos a mi padre. Como hombre de mar se empeñó, y hubo que respetar su voluntad, en que lo incinerásemos y lo reuniésemos con las aguas –heladas– de la playa de Mera, donde bajaba siempre a nadar (y traer mejillones de las rocas).

Ahora Mera se ha hecho visible en el mapa de España por una impertinencia de un bocazas. El hombre lleva un bar de nuevo cuño, abierto hace solo un par de años. Como aspirante a ser algún día un «meracho» de pro, yo no paro allí, porque no me gusta el rollete guay-alternativo que llevan. Como si las bermudas, las chanclas, el camisetismo, algún tatuaje y poquito de rock -mal tocado- en la terraza supusiesen una categoría superior al ambiente de «los de toda la vida», entre los que figuran también muchos madrileños hijos y nietos de gallegos, que vienen en verano a la tierra y las casas de sus ancestros.

El tío del bar, al que no vamos a hacer propaganda escribiendo el nombre del local, escribió este apunte en vísperas del puente de agosto: «Después de la última oleada de expresiones tales como: me pones 2 barcelós cola y 4 vasos, tendrás un pincho de tortilla para acompañar con el café que solo no me entra, o aparte de macarrones con carne y empanada de pulpo tendrás otros pinchos ya que soy celiaca. Y ante la inminente llegada del puente del 15 de agosto, donde si cae una bomba en Mera quedan sin tontos en la meseta, hemos decidido cerrar» del 12 al 19 de agosto.

El que ha escrito eso, al que no tengo el placer de conocer, es simple y llanamente lo que en Galicia hemos llamado toda la vida «un pailán». En primer lugar refleja un localismo bastante gañancete. En segundo lugar expide categorías universales y mendaces (viene a decir que todos los madrileños son unos gilis). En tercer lugar demuestra que no conoce Madrid, donde si se le ocurre abrir una sucursal de su chiringuito será perfectamente bienvenido y nadie le preguntará nada. En cuarto lugar, en efecto, hay muchos clientes insufribles en los bares. Pero también hay muchos dueños de bares más chulos que un ocho y bastante petardos (y podría ser el caso, a raíz de la fina piel de melocotón que refleja el personaje, aunque no lo sé).

El nacionalismo, político y mental, es una enfermedad muy mala. Así que como gallego que vive contento en Madrid me da absolutamente igual que este tío no abra, porque estos días seguiré tomando el aperitivo encantado en las terrazas del Nai Pai y La Perla, donde todo el mundo es bienvenido, nadie pregunta nada y no hay ningún tontolaba poniéndose epatante con las personas de fuera que visitan la hermosa Mera y contribuyen a mantener su economía, su buen tono y su agradable calma.