El voto secreto nos habría salvado de Sánchez
Si nadie supiera lo que va a votar el de al lado, a más de uno en Moncloa le recorrerían sudores fríos por el cuerpo
Se cumple un año de la legislatura. El 17 de agosto de 2023 se componían de nuevo las Cortes después de aquel 23 de julio que iba a cambiar todo y no cambió nada. El Congreso elegía como presidenta a Francina Armengol, cuyos méritos consistían en haberse ido de copas de madrugada en plena pandemia siendo presidenta de Baleares y haber sido fiel al todopoderoso líder sanchista. Ni hubo opción para que, al menos, quien había ganado en las urnas rigiera la Cámara Baja. Cosas de la nueva democracia, que juzga en función de la mano con la que se vota.
Habría que esperar hasta noviembre para conformar una mayoría que le valiese a Sánchez para revalidar su mandato. También cosas de la nueva democracia: ganar las elecciones y que alguien que ha conseguido menos votos que tú acabe teniendo la llave del poder pese a llevar siete años fugado. Puigdemont cambió sus escaños por una amnistía de la que nunca se podrá beneficiar pero que disfrutan ya más de cien condenados. Una amnistía que nunca habría entrado en vigor si el reglamento del Congreso permitiera otro tipo de votación para elegir al presidente del Gobierno que no fuera la pública por llamamiento.
Los políticos velan por su bolsillo. No le puedes pedir al diputado raso de Cuenca que vote contra Sánchez en su primer día en el Congreso por mucho que se lo pida el cuerpo, porque al segundo se queda sin trabajo (y sin sueldo) por mucho que lo hayan elegido los ciudadanos. Sin embargo, si la ley diera la posibilidad de que nadie supiera lo que pone el de al lado en su papeleta, a más de uno en Moncloa le recorrerían sudores fríos por el cuerpo en cada votación.
La fórmula del voto secreto ya existe, no hace falta ni siquiera innovar. Se utiliza el primer día de legislatura en el Congreso y en el Parlamento Europeo para elegir al presidente de la Comisión. De esta forma, el candidato nunca sabe a ciencia cierta si su investidura saldrá adelante y tiene que ganarse los apoyos uno por uno, ya que los diputados han sido elegidos por los ciudadanos y, por tanto, deben responder ante ellos; no ante unas siglas que se pueden ir a la deriva como el PSOE de hoy.
Con el voto secreto se pondría fin a la disciplina de partido que tanto daño está haciendo a España en los últimos años. Porque Page y Lambán no son los únicos que navegan a contracorriente en su partido, pero tampoco se atreven a pedirle a los suyos que arriesguen su sueldo por votar contra el líder. Con la papeleta dentro de la urna, habría entrado en juego la ética de cada uno y habríamos evitado la reelección de Sánchez, la amnistía y la futura reformulación de la financiación autonómica.