Bandas latinas
¿Cómo demonios se permitió el crecimiento de este horror y qué van a hacer para arreglarlo?
Cualquier padre con hijos en edad de salir lo sabe: a los peligros tradicionales de la noche, con el alcohol, las drogas y la velocidad al frente, se le han añadido dos novedosos; las agresiones sexuales, para ellas, y las bandas latinas, para ellos.
El primero es evidente y medible: los delitos sexuales denunciados llegaron a los 22.000 el último año cerrado, 2023, con un crecimiento del 12% anual en la última década, sin que sirva de consuelo la certeza de que se resuelven ocho de cada diez. Es una animalada, se mire por donde se mire, que justificaría por sí misma un nuevo Pacto de Estado ajeno a bisuterías ideológicas y centrado en soluciones contundentes.
Con las bandas latinas es más difícil calibrar estadísticamente el fenómeno, pero la memoria de la Fiscalía General del Estado lo reconoce y califica de «alarmante», una denominación incluso escasa a poco que se escuche a la Policía Nacional y se analice un espeluznante dato.
No solo operan en las grandes ciudades, también en los núcleos medianos y pequeños van asentándose poco a poco, reclutando bajo esa horrible bandera de violencia descerebrada, ritos iniciáticos sangrientos y delincuencia organizada a menores españoles dispuestos a sumarse a la «hermandad».
La alcaldesa en funciones de Madrid, Inmaculada Sanz, ha puesto esta semana el grito en el cielo, con toda la razón, después de la enésima pelea mortal sucedida en la capital, donde ñetas, trinitarios y otras hierbas peligrosas proliferan sin el control debido, se adueñan de barrios y zonas enteras y actúan con aparente impunidad.
No es una alarma exagerada, y basta con charlar un rato con cualquier veinteañero de la Comunidad de Madrid para entender hasta qué punto han crecido estas organizaciones armadas, en cuyas cúspides hay verdaderos capos de negocios ilegales perfectamente engrasados: no son solo pandilleros, también son mafias.
En 2022 crecieron casi un 15% los delitos de asesinato u homicidio, consumados o en grado de tentativa, imputados a menores de edad adscritos a estas maras, originalmente un producto importado que hoy es plenamente nacional.
Hay que preguntarse dónde estaban las autoridades, tan rápidas en reformar el Código Penal para auxiliar a sus socios parlamentarios y tan lentas para atender los problemas de la calle, cuando tuvieron la ocasión de evitar la gangrena, hoy obvia y creciendo.
Pero a ese error germinal no puede sumársele el de seguir mirando para otro lado, mientras engorda cada día la crónica negra y los barrios se derrumban como espacio comunitario de convivencia para transformarse, poco a poco, en territorios privativos de sus peores vecinos.
La experiencia de Bukele en El Salvador, que es a este problemón lo que la NBA al baloncesto o Las Ventas a los toros, indica que hay antídoto si se tiene la disposición de buscarlo, encontrarlo y aplicarlo.
Y aunque no se puede ni se debe trasladar miméticamente una solución que allí quizá era necesaria, con todos sus efectos secundarios inquietantes pero sus beneficios evidentes, y aquí resultaría desproporcionada; no se debe ignorar por más tiempo los notorios estragos de hacer carecido de una auténtica política de integración, pareja en obligaciones y derechos, con los premios y castigos que distinguen una civilización de jauja.