El Papa y el proceso venezolano
El nombramiento del nuncio resultó ser una baza ofrecida al dictador ya que suponía, de hecho, un reconocimiento. Y un síntoma
María Rabell García, corresponsal de El Debate en Roma y El Vaticano, es una periodista de amplios registros. Sus informaciones son interesantes y nunca decepcionan. Hace pocos días Rabell publicó «¿Es lícito no estar de acuerdo con el Papa?», con el texto inicial: «Comprender los grados de autoridad que tiene el magisterio de los Pontífices es importante para entender que no todo cuestionamiento es insurrección o desafección hacia el sucesor de Pedro». Me declaro lego en el asunto, pero concernido como católico. El artículo me ha tranquilizado y, en cierta manera, ha sumado paz a mi espíritu.
Reproduce la periodista aquellas palabras de Cristo a Pedro, el pescador: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» y recuerda que el propio apóstol, acaso el más cercano, negó a Jesús tres veces. Fue la piedra inicial de la Iglesia y guía y custodio de su unidad y permanencia. La obediencia al Papa es fundamental para preservar la misión universal a la que todos los católicos nos debemos. La infalibilidad del Papa es indiscutible.
El Magisterio de la Iglesia nos llega a través de los concilios, de los dogmas. Las enseñanzas del Pontífice exigen una adhesión sin fisuras. Es revelación divina. Y hay asuntos que, sin ser dogmas, están asumidos universalmente por la Iglesia, como la posición sobre el aborto considerado inmoral desde el momento de la concepción. No pueden entenderse con esa fuerza de cumplimiento las opiniones de los Papas sobre cuestiones mundanas, sobre asuntos políticos, que nada tienen que ver con el Magisterio. En esos casos pueden no compartirse y no comprometen la fidelidad debida a la Iglesia.
Cita Rabell al padre Cedric Burgun, destacado canonista, que aclara: «Depende del nivel de autoridad magisterial: si el Papa explica el dogma de la Inmaculada Concepción no es lo mismo que tomar posición sobre la inmigración, por ejemplo, en una homilía». Y llega a San Agustín, al que se debe: «En lo esencial unidad, en lo dudoso libertad, en todo, caridad». El Doctor de la Iglesia refleja la libertad de opinión sobre temas que no rozan la infalibilidad del Papa. Los asuntos que podríamos considerar no definitivos son opinables desde el respeto y la fidelidad.
Lo anterior viene a cuento de mis dudas personales, con las que coincidirán otros católicos, sobre las posiciones del Papa Francisco en relación con el proceso electoral en Venezuela y el propio Nicolás Maduro, autor de un fraude electoral que la comunidad internacional reconoce y en el que pide transparencia. La mentira vence sobre la verdad objetiva. El Papa ha jugado un papel a veces decisivo en procesos de paz y en situaciones complejas. Es clara su posición respecto a la guerra de Ucrania, iniciada en 2022, cada vez más abierta y sin salida aparente. Igual es clara su postura sobre otros conflictos pasados y presentes.
El Papa recibió en su día a Maduro en audiencia, como recibe a muchos políticos sin atender a sus adscripciones. Ha recibido desde Putin a Biden. Y de España a varios ministros actuales, entre ellos a Yolanda Díaz cuyo posicionamiento respecto a la Iglesia es conocido. Se ha declarado marxista. Como Maduro. En el caso de Venezuela recibió a Maduro y a Henrique Capriles, dirigente de la oposición. Pero no se conoce, o no ha trascendido, su opinión sobre la penosa y violenta situación venezolana y la continuidad del dictador. El Papa es un reconocido líder mundial con lo que ello conlleva como referente ante cualquier detalle.
Lo último en el proceso venezolano es la ratificación por el Tribunal Supremo de Justicia de la victoria electoral de Maduro, sin que el Consejo Nacional Electoral haya publicado las actas que, por ley, deberían haberse conocido 48 horas después de los comicios. De nuevo Maduro se burla de la ley. Para la comunidad internacional es una nueva farsa. La presidente de ese cómodo Tribunal Supremo de Justicia es Caryslia Rodríguez, política del PSUV, el partido de Maduro, por si pensaba el lector que era Cándido Conde-Pumpido. Tal cual.
Sorprendió que el Papa Francisco tomase, en esa situación compleja, una decisión, de gran calado en Venezuela, de enviar un nuncio a Caracas, el español Alberto Ortega Martín. La nunciatura llevaba sin cubrir tres años y la realidad que vive el país no parece la más oportuna para cubrir la vacante. La audiencia de Maduro al nuncio en el Palacio de Miraflores, llena de cordialidad, como es normal, fue utilizada inmediatamente por la propaganda de la dictadura.
Maduro aseguró al nuncio que hará lo posible por acercar a las iglesias católica y evangélica. El conductor de autobuses venido a más ignora que esa no es responsabilidad suya. El Papa Francisco ha seguido importantes acciones para acercar a las diferentes iglesias y, desde luego, a las que tienen un tronco común. El nombramiento del nuncio resultó ser una baza ofrecida al dictador ya que suponía, de hecho, un reconocimiento. Y un síntoma.
El artículo de María Rabell García me reconforta. Estoy en desacuerdo con esa decisión del Papa Francisco. No es la única. Y las discrepancias, obviamente, no han afectado a mis principios.