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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Los problemas de la Universidad

Acaso el más profundo sea el descenso de nivel producido en las últimas décadas. Hay profesores que ni siquiera merecerían ser estudiantes universitarios. De ahí derivan los demás

El problema de la Universidad española no es Begoña Gómez. Ni siquiera es un síntoma de sus males. Es un abuso y un indecente caso de corrupción del que es responsable, junto a ella, el rector de la Universidad Complutense. Ojalá fuese ese el mayor problema de la Institución. Lo más grave no son nunca los abusos, sino los usos indebidos o inadecuados. Denigrar la Universidad por un caso de corrupción sería como aborrecer la Monarquía por Fernando VII o la Guardia Civil por Roldán, o a la Iglesia Católica por el cisma de Aviñón.

Son muchos los problemas de la Universidad. Acaso el más profundo sea el descenso de nivel producido en las últimas décadas. Hay profesores que ni siquiera merecerían ser estudiantes universitarios. De ahí derivan los demás. Sin ánimo de ser exhaustivo, se ha producido una transformación de la Universidad en una especie de mercado en el que se busca al «cliente», el estudiante, muchas veces mediante el halago y la disminución de la exigencia. Y ya se sabe, el cliente siempre tiene razón. Es la Universidad del «señorito satisfecho» y de la barbarie especialista. Por no hablar de la burocratización. El «alma mater» se ha convertido en una especie de oficina tenebrosa. Un mes de vacaciones pagadas, como todo el mundo. Y se olvida que el saber se nutre del ocio creador. La carrera académica es una absurda yincana de necias exigencias. Así, los profesores y los estudiantes se igualan. Ninguno tiene tiempo ni vocación para leer. No digamos para pensar. Eso sí, el conocimiento del inglés y el manejo de las tecnologías son admirables. Y el trabajo en equipo. Eso es fundamental. Nadie fuera de su rebaño. Se olvida el lema de la Universidad de Humboldt: soledad y libertad. Ni lo uno ni lo otro. La soledad, si aún es posible, es sospechosa. Y la libertad queda cercenada por la censura de la corrección política. Pero la paridad no puede faltar. Una paridad que asquearía a las mujeres verdaderamente grandes como Edith Stein, Marie Curie o Hannah Arendt. La inteligencia no entiende de cupos. Y la politización que convierte a la Universidad, templo del saber, en ágora de acción revolucionaria. Y el relativismo cultural que niega toda excelencia y jerarquía e impide toda suerte de canon estético o moral. Ya lo anticipó Lenin: un par de botas de un soldado valen más que Shakespeare. Si dices que la tarea universitaria consiste en estudiar, investigar y dar clase te miran con extrañeza o conmiseración. Y no digamos si afirmas que la relación entre profesor y alumno no es igualitaria ni propia de «colegas», sino jerárquica. Uno intenta (o debería) enseñar y otro intenta (o debería) aprender. Pero ¿qué clase de petulancia es esa que consiste en que alguien pretende saber algo que puede enseñar? ¡Qué inmensa fatuidad!

Podría continuar. Pero dicho esto, tengo que decir que las descalificaciones indiscriminadas de la Universidad son fruto de la ignorancia, del resentimiento o de ambos. La degradación intelectual y moral de la sociedad no han podido dejar de afectarla. En realidad, proceden en gran medida de ella. Si existen grandes profesionales, que existen, y si hay excelente investigación científica, que la hay, se han formado y se ha desarrollado en los claustros universitarios donde se refugia lo poco de inteligencia que le queda a este gran país. Es una minoría, ciertamente, pero una minoría ejemplar. Juan Ramón Jiménez dedicó su Segunda antología poética «a la minoría siempre». A pesar de que la propia Universidad parece empeñada en que se extinga.

De la Universidad me importan los usos académicos mucho más que los abusos. A mí, como universitario, Begoña Gómez me importa poco. Ojalá fuera ella el problema o el síntoma. Es un burdo abuso. Deploro el caso y echo de menos una reacción más airada de la comunidad universitaria. Pero los trapicheos y corruptelas, y, en su caso, los delitos están en manos del juez.