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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Abrazadores

El practicante de la arboterapia, no sobresale por su higiene. Es ecologista, claro, y muy coñazo, claro también, y siempre de la izquierda más tonta, clarísimo

La arboterapia se ha puesto de moda. Lógicamente, como casi todas las modas, la arboterapia es una majadería. Una memez con una víctima indefensa. El árbol abrazado. Se organizan concursos y certámenes, convenciones y talleres, como se dice ahora. Algunos propietarios de pequeños bosques, han encontrado en los tontos que abrazan árboles, un suplemento económico considerable. En mi jardín norteño, pongo en oferta de abrazo a un abedul, un tulipero de Virginia, un liquidámbar, un roble, un haya, tres magnolios, un acebo, y un grupo de laureles. No recomiendo el abrazo al acebo, porque sus hojas acharoladas y navideñas, pinchan en demasía. Pero del resto, resumo las tarifas. Abrazar al abedul, 10 euros. Al tulipero de Virginia, tronco liso y acogedor, 20 euros. Liquidámbar, más áspero en su madera, 15 euros. Los magnolios, que son cariñosos y receptivos, 25 euros. Si el abrazador desea abrazar a los tres, se le hace un precio especial de 50 euros. Los laureles no son fáciles de abrazar, y rechazan ser besados. De sus troncos nacen ramas que se convierten en otros troncos, y resulta imposible distinguir al tronco receptivo de los troncos que rechazan los mimos de los abrazadores. El roble es muy amable, pero su tronco es rugoso y si el abrazo es prolongado y prieto, el abrazador puede salir poco airoso del trance. De cualquier forma, siempre estoy dispuesto a la negociación.

El practicante de la arboterapia, no sobresale por su higiene. Es ecologista, claro, y muy coñazo, claro también, y siempre de la izquierda más tonta, clarísimo. El dueño de los árboles debe procurar que, en los momentos previos al abrazo, el abrazador se desprenda de su camiseta con el Che Guevara estampado o la bandera palestina sobre fondo negro que ocupa sus pectorales. He indagado en las redes sociales la fórmula más adecuada que se recomienda a los abrazadores de árboles –hug trees–, en inglés, para solicitar el permiso del magreo. El abrazador debe acercarse al árbol elegido en plan sumiso, con la mirada en el suelo, y al llegar a sus dominios, preguntarle con voz piana y melodiosa. «Querido árbol ¿ me permites abrazarte y aprender de tu sabiduría?». Sólo el abrazador oye la respuesta. «Sí, buen amigo ecologista, abrázame», o en su defecto, si el árbol pasa por un momento de depresión, desesperanza o irritación, y dependiendo de la educación recibida durante su crecimiento, el abrazador no debe molestarse si la respuesta es negativa. «No, bajo ningún concepto, abrace usted a su puta madre», o «no me toque, que me da muchísimo asco». Los árboles tienen esa virtud, que en ocasiones se confunde con un defecto. Que son sinceros.

Aquí, en el norte, los abrazadores de árboles acostumbran a ser usuarios de caravanas rodantes. Un bosque de secuoyas reúne a decenas de practicantes de la arboterapia en la carretera que une Comillas con Cabezón de la Sal. Las secuoyas, según me han comentado algunos guardas rurales, están indignadas. Los abrazadores solicitan la venia del árbol, el árbol no responde, el abrazador cree haber recibido el permiso, se abraza al tronco, y con disimulo desprende del tronco una pequeña porción de rugosa madera y se la lleva de recuerdo a casa. Las secuoyas se están quedando, por la parte baja de sus troncos, literalmente en pelotas. No obstante, y como ellos manifiestan –los abrazadores–, «el abrazo a un árbol mejora la concentración. Reduce la ansiedad y el estrés. Combate pensamientos negativos y ayuda a evitar la depresión. Nos alivia de enfermedades como el asma bronquial, la hipertensión arterial, el insomnio, y el trastorno de déficit de atención e hiperactividad».

El 99 % de los abrazadores de árboles, de practicantes asiduos de la arboterapia, se reconocen de izquierdas.

¿Entienden ahora por qué seis millones de españoles votan a Sánchez?