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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Para qué adelanta Sánchez el congreso del PSOE

El Congreso del PSOE es el nombre utilizado por Sánchez para escenificar una ejecución política y una rendición «plurinacional».

El PSOE habla de sí mismo como si hubiera inventado la democracia y su historia estuviera marcada por la honradez, el sacrificio y los éxitos, con un relato místico que ha encontrado en Pedro Sánchez a su profeta definitivo.

La realidad es que sus renglones son muy torcidos y que siempre, con la excepción de Felipe González pese a sus errores, ha estado en las sombras de la insurgencia, la agitación, el fracaso, el enfrentamiento o la desaparición algo cobarde: aunque los frutos electorales de la Transición los recogieron los socialistas, la siembra la hicieron los comunistas de Carrillo, infinitamente más activos y temerarios en la defensa de sus postulados.

Los socialistas impulsaron revoluciones, ajustes de cuentas, pactos siniestros y después se dieron a la fuga, pasando siempre por encima de sus mejores cabezas pensantes, arrinconadas por la embestida de los Largo Caballero de turno, siempre victoriosos en cada pulso interno.

Sánchez, que se siente muy cómodo recordando al Lenin español, quiere hacer ahora con Page o Lambán lo mismo que sus ancestros hicieron con Julián Besteiro y terminaron haciéndole también a la República, más víctima de la conjura de extremistas que de la respuesta conservadora.

A eso atiende la convocatoria precipitada de otro Congreso Federal, que se suma al agitado calendario de eventos más o menos electorales que caracterizan el advenimiento del pequeño Belcebú: cinco investiduras, dos mociones de censura y cinco Elecciones Generales en apenas siete años jalonan la odisea sanchista, en la que él se siente Ulises buscando Ítaca, pero no pasa de ser el bruto Polifemo del poemario de Homero.

La disidencia a Sánchez ha sido una fábula, un quiero y no puedo, un no me atrevo por si acaso, resumido en la frase que Churchill le dedicó a Chamberlain por cobarde: «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra».

Hubo un tiempo en que los barones, y también las viejas glorias, tuvieron la fuerza e influencia suficiente para frenar a Sánchez, pero esa época ya pasó y ahora les toca esperar su cita en ese corredor de la muerte que es Ferraz para todo aquel que ose desafiar al patrón, aunque sea con pellizquitos.

En la sede socialista solo hay dos puertas, cuenta la leyenda: una para pedirle trabajo al capo, a cambio de besarle el anillo, y otra para beberse un vaso de cicuta.

Por tentador que sea esperanzarse con que Page y compañía ofrezcan pelea y recuperen a un partido transformado definitivamente en una maquinaria peronista sin escrúpulos, es más fácil ya imaginarlos como a Boabdil entregando las llaves de Granada. Desechen, pues, todo atisbo de magnanimidad porque Sánchez no hace prisioneros, especialmente si proceden de sus propias filas.

A la purga le añade un objetivo mayor al mero placer personal de ejecutar a sus disidentes: silenciar la réplica al verdadero objetivo del Congreso, que es hacer con el PSOE lo que quiere hacerle a España y a la Constitución por la puerta de atrás. Lo llamará «proyecto plurinacional», el eufemismo de la rendición definitiva.