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Desde la almenaAna Samboal

Circo, sin pan

Que Pedro Sánchez y sus ministros no tienen capacidad para tomar decisiones es un hecho. En 2024, contraviniendo letra y espíritu de la Constitución, ni siquiera se molestaron en llevar un presupuesto a las Cortes

Cuentan los que algún día mandaron que el primer síntoma de la abrupta pérdida del poder es el silencio de los teléfonos. Desconozco si los de la Moncloa continúan sonando, aunque no lo deben hacer con mucha frecuencia, dadas las largas vacaciones de las que ha podido disfrutar el presidente. Pero de lo que no cabe duda es de que lo hacen cada vez con más urgencia en los despachos de los grupos de oposición. Ante la parálisis de un gobierno atado de pies y manos, el rumor de una moción de censura, que corte de raíz con el sinfín de propuestas disparatadas con las que se ha tratado de maquillar la pavorosa ausencia de gestión, ha sido la serpiente del verano.

Que Pedro Sánchez y sus ministros no tienen capacidad para tomar decisiones es un hecho. En 2024, contraviniendo letra y espíritu de la Constitución, ni siquiera se molestaron en llevar un presupuesto a las Cortes. Para 2025, aún eliminando mediante subterfugios en la Ley de Paridad el más que probable veto del Senado, todavía deben lograr -y está por ver que Puigdemont ceda- que el Congreso apruebe el techo de gasto. Salvo la Ley de Amnistía, que no es suya, nada de relevancia ha logrado pasar el trámite parlamentario. El presidente puede jactarse de haber colocado a uno de los suyos al frente de la Generalitat o de controlar todas las instituciones del Estado a través de amigos y exministros varios, pero poco más puede anotar en su haber. Eso es poder, sin duda, pero no le faculta para ejercer sus políticas. Parece que durante el descanso estival ha caído en la cuenta y ha cambiado el guión.

Si los primeros diez meses de legislatura han sido un ir y venir de la Moncloa a la carrera de San Jerónimo, para acabar dándose contra el muro de la realidad, que es una minoría parlamentaria que les deja en evidencia, lo que resta promete ser un ejercicio de propaganda capaz de superar las charlas sin preguntas que nos endosaron a las horas de la siesta en los meses en los que nos tuvieron encerrados en casa. En sólo dos días hábiles de septiembre, Pedro Sánchez ha comparecido dos veces para decirnos lo que ya sabíamos: que va a colocar a su ministro como gobernador del Banco de España porque le da la real gana, diga lo que diga Frankfurt. Seguirá cuidando de su gente para que no le traicionen, subirá impuestos a los ricos porque su hermano todavía no le ha explicado que se han ido con él a vivir a Portugal, tratará de asfixiar a la Comunidad de Madrid por haber cometido el error de hacer presidenta a su enemiga Isabel Díaz Ayuso, contentará con miradas nuevas al mismo tiempo a ERC, Junts y a Coalición Canaria y, por supuesto, agotará la legislatura. Para partirse de risa. O para llorar.

Puede que lo haga. Puede que haga lo contrario. Y es probable que no haga nada. Sólo hay que echarle imaginación a la inacción para ir lanzando invectivas lo suficientemente estrambóticas como para provocar algo de ruido, encender el debate público, confundir a la oposición y entretener al personal. Llevamos unas cuantas: el concierto catalán, la cesta de la compra limitada, la jornada laboral reducida, la ley de Extranjería… Al ritmo que vamos, llegará el momento en que tenga que adelantar la Navidad. Y, sin duda, lo hará.