Bodas y monterías
Lo cierto es que esas tres o cuatro horas que dejan en el campo a los monteros, con buen tiempo y mejor abrigo, son maravillosas. El campo de oye y se mueve. La emoción del jabalí que se acerca. El temblor si se trata de un macareno de aúpa. El venado, el gamo, el muflón. En las fincas norteñas, la sombra del lobo
En las monterías se acostumbra ofrecer de desayuno migas con huevos fritos y un café calentito. Se procede al sorteo. Y ya formadas las diferentes armadas, se reza un padrenuestro por el que se pide al Señor y a la Virgen de la Cabeza, prudencia y protección. También se recuerda en los rezos a los monteros fallecidos, a los viejos monteros españoles que hicieron grande nuestra más genuína práctica cinegética. Posteriormente, si el propietario de la mancha que se va a montear es una persona de bien, se dan ¡Vivas! a España y al Rey. Las camionetas que transportan a las rehalas se dirigen hacia su punto de partida para proceder a la suelta, y los monteros van ocupando sus puestos ayudados por los postores, que marcan al cazador los limites de seguridad de sus disparos. Y a las 11 de la mañana, más o menos, se oyen las primeras ladras y se inicia la montería.
Lo decía un viejo y prestigioso montero: «La montería es un prodigio. Desayuno con los amigos. Migas y huevos fritos. Café. Una comida siempre divertida en la que se narran los lances pasados. Después de la comida, partidas de mus. Menos esas tres o cuatro horas que te dejan en el campo, todo es agradable». Lo cierto es que esas tres o cuatro horas que dejan en el campo a los monteros, con buen tiempo y mejor abrigo, son maravillosas. El campo de oye y se mueve. La emoción del jabalí que se acerca. El temblor si se trata de un macareno de aúpa. El venado, el gamo, el muflón. En las fincas norteñas, la sombra del lobo. En las sureñas, en Sierra Morena y concretamente en su sierra de Andújar, el posible paso, tranquilo y descuidado del lince, que se sabe intocable. El mirlo que vuela y avisa de la posible entrada de un cochino. Los disparos que se oyen y se cuentan. Y el canto de la sierra, tan magistralmente resumido por el mítico conde de Yebes.
Jaime de Foxá, hermano menor del prodigioso Agustín, y mayor que Ignacio, también lleno de talento, escribió uno de los libros más originales y mejor llevados de la literatura venatoria española. «El Solitario». Las andanzas de un jabalí de la sierra de Jaén, de la de Andújar, arriba y abajo del Jándula, que se metió a literato. Un libro que se recomienda a todos, incluídos los enemigos de la caza y las monterías.
Soy católico y cazador. Cristiano y montero. Perfectamente compatible. Pero de igual modo que mi fe tiembla cuando un sacerdote se extiende en su prédica – por lo normal, en las bodas a las que asiste la llamada «gente conocida»- mi afición a la montería mengua cuando el Orgánico tiene la ocurrencia de rezar La Salve de los Monteros de Jaime de Foxá. Ahí no estuvo afortunado el ilustre y añorado Conde de Rocamartí. Cuando se reza la Salve de los Monteros, los únicos seres vivientes que lo celebran y aplauden son los jabalíes y las reses. Y más aún, si el orante enfatiza el rezo, lo declama y se pone tan cursilón como el texto. En tal caso, la montería no se puede iniciar antes de las 5 de la tarde, es decir, en el anochecer con el cambio otoñal de la hora.
«Dios te salve, Virgen de la Cabeza, Reina y madre de misericordia, que desde las solanas del Jándula, atalaya sois de las cumbres incómodas.
»Vida, dulzura y esperanza nuestra en la grandeza de vuestro altar serrano, que cierran en columnas de rocas enmontadas los peñotes del Tamujar y del Rosalejo, sobre los azules retablos de la sierra Madroña.
»Dios te salve, Patrona de los viejos monteros.
»A ti llamamos, Señora de las pedrizas y las umbrías, los desterrados hijos de Eva, que ven en Vos, la luz inmaterial que ilumina los riscos.
»A ti suspiramos, Patrona de los portillos y de las manchas, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, que a tus pies dividimos para tu patronazgo en esos valles del Esterna y del Bembézar, del Bullaque y del Sardinilla, del Jándula y del Guadiana, que en el mapa de España mosaico son de nuestra humilde ofrenda.
»Ea, pues, Señora, Abogada nuestra. Desde tu alto santuario, laureado y castrense, bendice aquellos suelos que tu mirar sencillo endulzó siempre, y cierra donde la áspera negrura de los Alarcones y el Contadero, hasta la sonrisa soleada de Valdelagrana y el Socor, el garabato femenino de tu bendición generosa.
»Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, para que la fuerza de tu amparo se extienda a los lejanos alcornocales de Hornachuelos y de la sierra de San Pedro; a los bravíos montes de Ciudad Real y Toledo; a las nieves del Pirineo y de Cantabria; donde unos hombres de buena voluntad, adorando a la creación eterna, en ti adoran a la más alta y tierna de las criaturas.
»Y después de este destierro, Virgen Santa de Andújar, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
»¡Oh clementísima!¡Oh piadosa! ¡Oh dulce siempre Virgen María! Protege a cuantos aman las soledades que te sirven de manto y el aire puro que es corona de luz en tu santuario.
»Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar tus mercedes en el servicio de una caballerosa regla de intemperies, que ya condujo a Eustaquio el Romano, a Germán el Galo y a Huberto de Aquitania por la senda que lleva a gozar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén».
Tremendo. Lo lamento por Eustaquio el Romano, Germán el Galo, Huberto de Aquitania, y por todos los monteros que al llegar a su puesto, después de orada la Salve, se aperciben de que ha llegado la noche.
Y lo mismo escribo de los sacerdotes que se aprovechan de la presencia del duquesío, el marquesío y el condesío en las bodas para soltar el mismo tostón de siempre, que todos oyen pero nadie atiende.
Pelmazos.