Fin del camino
Durará la legislatura lo que el presidente quiera que dure, pero, hasta que acabe, será, en el peor de los casos, una agonía. En el mejor, un precioso tiempo perdido
Es el Congreso el que designa al presidente del Gobierno. Este es el argumento que ha empleado de forma recurrente Pedro Sánchez para defender la legitimidad incuestionable de su mandato. No ha ganado las elecciones, por mucho que se carcajee cuando Feijóo tiene a bien recordárselo, pero ha logrado conformar una mayoría. Ha roto los usos y costumbres de la democracia, pero la Constitución le avala. Formalmente, con la ley en la mano, puede conservar el poder hasta que agote la legislatura. Sin embargo, cabe preguntarse si traiciona su espíritu una vez que pierde el respaldo de las Cortes. Y está a punto de perderlo, si no lo ha perdido ya.
No sólo pierde una votación tras otra, es que, además, es incapaz de sacar adelante las normas que le permiten cumplir el mandato que tiene asignado como Poder Ejecutivo que es. Sin techo de gasto aprobado –no logrará el visto bueno de los diputados– será incapaz de sacar adelante un presupuesto. Dos años de prórroga, en plena transformación del modelo económico, supone una década perdida. Otro tanto se puede esperar de la reforma del sistema de financiación autonómica que ha comprometido en Cataluña. El resto de España, representada por sus presidentes autonómicos, se ha rebelado. Algunos de los socios que le quedan en el Parlamento terminarán por hacerlo si quieren sobrevivir.
La prueba de que en el mismo seno del gobierno ya se afilan los cuchillos, ante el fantasma de un posible adelanto electoral es la rueda de prensa, a cara de perro, que han protagonizado esta misma semana las dos vicepresidentas, tras la primera reunión del consejo de ministros del curso político. Yolanda Díaz apretaba reclamando nuevos impuestos sobre la sanidad y la educación privadas. Ella es capaz de hacerse un programa bramando contra la oposición, los colegios y los médicos al mismo tiempo, cual si fueran todos yates de lujo. María Jesús Montero replicaba, con rictus avinagrado, sin mirarla siquiera de frente, recordando la catarata de nuevas tasas y gravámenes que ha aprobado desde que tomó el mando de la Hacienda Pública. Mejor no pensar lo que sucedió a puerta cerrada, en la reunión previa.
Durará la legislatura lo que el presidente quiera que dure, pero, hasta que acabe, será, en el peor de los casos, una agonía. En el mejor, un precioso tiempo perdido.