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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Osos

Williams IV fue ingresado en un psiquiátrico moscovita. Un cazador al que se le escapa la pieza a abatir montando en bici, no se recupera fácilmente. Tardó dos años en volver a ser el que era

Días atrás, acompañado de tres grandes amigos, vi por vez primera en mi vida un oso en libertad, en su medio natural. Ascendía tranquilo por un pecho boscoso frente a la Venta Pepín en lo alto de Piedrasluengas, límite de las provincias de Santander y Palencia. —Aquí es habitual verlos. Hace años solo se veían ciervos, pero han desaparecido, y los osos han ocupado su lugar—. Tengo que decir que me decepcionó. El oso estaba flaco, y me pareció de menguado tamaño. Quizá la distancia. Todos los osos que he visto en mi vida, en los parques zoológicos, las películas de La 2 y mi inolvidable osa Úrsula del Monte Igueldo de San Sebastián, eran enormes. De niño, en la Casa de Fieras del Retiro, una pareja de osos procedieron a copular sin tener en cuenta que casi todos los que asistimos a su explosión de amor éramos infantes de muy probada y proba inocencia. Se lo advertimos al guardia municipal. —Señor guardia, un oso está atacando a una osa, y ruge y hace cosas raras—. El municipal acudió a la jaula y nos ordenó que abandonáramos el sitio. —¡Todos los niños, fuera de aquí!—.

Y nos guio al estanque de los patos, que era aburridísimo. —Fijaos y observad a los patos, que son muy bonitos—. Pero ninguno pudo olvidar a los osos. La osa Úrsula del monte Igueldo, que tenía una jaula con muy buenas vistas a la isla de Santa Clara y el primer tramo de la bahía, a pesar de su avanzadísima edad, la teníamos abrumadoramente alimentada. Nadie hacía caso del letrero. «Prohibido terminantemente alimentar a la osa. Sanción, 10 pesetas». Le facilitábamos kilos y kilos de cacahuetes, trozos de coco, y patatas fritas. Se trataba de una osa espectacular, que al cabo de los años inició su senda hacia la muerte como consecuencia de los empachos gastrointestinales que nuestra generosidad le procuraba. Pocholo Anaiartea decidió que tenía frío. Avanzado otoño a principios de septiembre. Y le tiró el jersey para que se abrigara. Úrsula se lo tragó en un pispás. Era un jersey de lana color crema, y le costó mucho tragar y digerir las mangas. Y otro oso que forma parte de mis mejores recuerdos era polar, un oso blanco, más bien amarillento, que se exhibía en Sector Ártico de la Casa de Fieras, colindante al Sector Gallináceo, que era un tostón, ubicado en las inmediaciones de los Jardines de Cecilio Rodríguez. Pero jamás pude disfrutar de la visión de un oso pardo en libertad, y sinceramente, ni fu ni fa. Se me antojó anodino y perfectamente descriptible. Un oso menguado y sin personalidad.

Siendo embajador de España en Moscú, el magnífico diplomático y escritor granadino José Cuenca —estupendo prosista del campo y la naturaleza—, fue visitado por un amigo tejano, propietario de pozos de petróleo y cazador indomable. A los tres días, solicitó al director del Hotel Metropol, cercano a la Plaza Roja y el Teatro Bolshoi, información y precios para cazar un oso ruso. —En Rusia hay miles de osos, pero no en Moscú—. Gran decepción. Pero funcionó la mafia, y el director reclamó su presencia. «Señor Williams IV, ha sido observado un oso en un bosque cercano. Pero es muy caro. Doscientos mil dólares. El arma y la munición se las proporciona la organización». Williams IV aceptó. Fue llevado a una urbanización, una especie de La Moraleja en plan ruso, y en una ladera aguardaron la aparición del oso. La organización había comprado el oso a un circo en trance de ruina. Desataron al oso, famélico, y le azuzaron para que apareciera por donde se hallaba Williams IV. Y apareció. Bosque de abedules. El americano se puso a disparar como un poseso, y las balas rebotaban y se desviaban al contactar con los troncos. El oso, cuando se asusta y se enfada, se incorpora y se sostiene en pie apoyado en sus patas. El cartero de la urbanización bajaba tranquilamente en su bicicleta y se encontró con un oso en pie, un tipo disparando y decidió ponerse a salvo. Dejó la bicicleta en el suelo, hizo croqueta cuesta abajo, y se parapetó tras unos matorrales. El oso vio la bicicleta, corrió hacia ella, se montó, y se escapó pedaleando a toda pastilla. Era su número en el circo. Williams IV fue ingresado en un psiquiátrico moscovita. Un cazador al que se le escapa la pieza a abatir montando en bici, no se recupera fácilmente. Tardó dos años en volver a ser el que era.

Hoy me ha divertido escribir de osos. Me falta uno. El Hostal el Oso de Cosgaya, Liébana, su gente, su paisaje y su cocido lebaniego. Las cuatro hermanas, Ala y Raquel. Pero merece un texto especial, para otro día en el que nada me sugiera nuestra asquerosa situación política.