Tú en bici, yo en Falcon
Insectos por carne, ocupación por vivienda y ahora bici en lugar de coche
Pedro Sánchez tiene la costumbre de coger un helicóptero Súper Puma para recorrer los escasos kilómetros mediantes entre la Moncloa y la base de Torrejón de Ardoz, a veinte minutos de coche o menos si el vehículo es oficial o no es hora punta.
Ese desplazamiento tiene un coste inmenso: hay que movilizar a la tripulación, despegar desde el aeródromo de Cuatro Vientos, recoger a Sánchez, ir a Torrejón y desde allí volver a la base. Todo ello por la comodidad del mismo presidente del Gobierno que ahora pretende que usemos la bicicleta o el transporte público.
Lo de las bicis lo ha dicho con un rap ya memorable: «Si te vas a mover que sea con clase, si lo haces en Lambo, quizá te retrases». De no ser por ese oportuno consejo cantado brillantemente, las empleadas de servicio de Fuenlabrada, los estudiantes de FP de Torrejón o los encargados de mantenimiento de Móstoles hubieran cogido sus flamantes Lamborghini, en lugar de disfrutar de una larga espera en un andén colapsado antes de subirse a un tren que, por emociones fuertes, recuerda al de la bruja.
Nada hay que objetar al uso de la bicicleta siempre que se pueda y el transporte público es, sin duda, una alternativa estupenda en general, y en particular cuando las grandes ciudades han declarado la guerra al coche, desde el falso convencimiento de que solo quieren usarlo los huevones y la mentira de que es el principal agente contaminante.
Le pediría yo al señor Sánchez, y también al señor Almeida, que tengan a bien explicarle a este humilde gacetillero cuáles son los transportes y trasbordos adecuados para acudir cada larga jornada desde Alcalá de Henares, con horarios más apretados que la faja de Isabel Preysler en un anuncio de Porcelanosa, al centro de Madrid, la zona de Fuencarral, la Ciudad de la Imagen, San Sebastián de los Reyes y de nuevo a mi vieja Complutum: si son capaces de cuadrarnos todo eso a los millones de madrileños que cada día trabajamos así para la Agencia Tributaria y luego para nosotros, me ofrezco gratuitamente a escribir la letra del próximo himno sobre la Agenda 2030.
La realidad es que el coche se usa, también, por necesidad estrictamente laboral (más sencilla de entender si no eres funcionario ni disfrutas del denso catálogo de moscosos, asuntos propios, vacaciones y jornadas reducidas, teletrabajo y otros tantos sacrificios del gremio en defensa de lo público) y que, con los datos oficiales en la mano, la polución de los coches es irrelevante, como la de la industria, al lado de la de la climatización, la auténtica responsable del fenómeno, sin que nadie comparezca disfrazado de Greta Thunberg para anunciar el enésimo apocalipsis si no hacemos algo ya y pagamos otro impuesto para salvar al planeta.
Más allá de eso, el mensaje de Sánchez encierra otra mina explosiva más en el largo camino de reeducación de la sociedad que la izquierda reaccionaria, falsamente autodenominada progresista, lleva tiempo imponiendo por lo civil y lo testicular: no coma carne, no coja un avión, no encienda la luz, no masifique la costa, no vaya de vacaciones, no circule por las ciudades, no tenga dos casas, no herede, no se reproduzca y, a ser posible, no piense, que nos encargamos nosotros por usted.
Hubo un momento, no tan lejano, en que la izquierda llamaba prosperidad a que todo el mundo pudiera acceder a una vivienda, a un plato caliente en la mesa, a un cochecito y, con el tiempo, a un pisito en la playa. Hoy te invita a ser okupa, a moverte en un tren de Óscar Puente y a comer insectos. Todo ello, eso sí, envuelto en un rap muy cuqui, que la ciencia ya permite los tactos rectales con anestesia.