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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Lógico crimen

Nadie pensaría que aquel hombre vestido del siglo anterior estuviera poseído por tantas manías y supersticiones

El marqués de la Retuertilla vivió en el siglo XX, pero jamás superó el XIX. Patillas alfonsinas, cuello duro, bastón, capa en primavera y verano, y en otoño e invierno, paletó. Un paletó de paño inglés. Voz profunda y barítona, y gran tacañería. No obstante, reconocido mujeriego. Su única obligación diaria era la de tomarse, siempre bien acompañado, una copa en el bar del Palace.

CrimenBarca

Se decían de él cosas y acciones terribles. Poco a poco fue aburriéndose de las normas y buscaba nuevas sensaciones. Por su aspecto, nadie pensaría que aquel hombre vestido del siglo anterior estuviera poseído por tantas manías y supersticiones. Mataba gatos negros a bastonazos, si era invitado a comer a una casa con pecera, también a bastonazos rompía la pecera y pisoteaba a los indefensos peces, y las mujeres le gustaban extremadamente culonas. Su manera de hablar era decimonónica. —Oh, cuánto me agrada, mi simpar Felisa, observar el bamboleo de tus glúteos cuando acudes a la «toilette»—. Un tipo de cuidado.

Después de una noche accidentada en el bar, en la que fue abofeteado por propasarse con la culona de turno, la simpar Griselda, el marqués de la Retuertilla pagó la factura y, en lugar de volver a su casa paseando, con el fin de ahorrarse el taxi de turno, solicitó al portero del Palace un taxi amplio, limpio y de confianza.

Acomodado en el asiento trasero, ordenó al taxista: —Auriga, pórteme a mi hogar con la máxima celeridad—. El taxista, que no conocía al marqués, le preguntó amablemente por la ubicación de su hogar.

— Lógicamente, mi casa no se ubica en su barrio. Vivo en la calle de Claudio Coello número 42.

El taxista subió por el Paseo del Prado, Recoletos y La Castellana. Esquina a Goya, se dirigió a la calle de Claudio Coello, y se detuvo cuando alcanzaron el número 42 de la noble calle. El taxímetro marcaba 7 pesetas y cuarenta céntimos. El marqués reunió las siete pesetas y cuarenta céntimos y depositó el dinero en la mano del taxista mientras le decía.

— Como usted comprenderá, no ha propina a quien ignora do vive el marqués de la Retuertilla.

La calle estaba desierta. El taxista guardó el dinero, y descendió para abrir la puerta al arrogante cliente. El marqués de la Retuertilla interpretó el gesto como una victoria del feudalismo sobre el proletariado. Pero el proletariado no le abrió al marqués la puerta para que este se sintiera más importante. Le abrió la puerta para abrirle a renglón seguido la cabeza con una llave inglesa.

El golpe fue brutal y definitivo.

Un sereno oyó algo raro y se encontró con el marqués en el suelo.

El taxista había huido.

La Policía no halló indicios del crimen.

El taxista se jubiló veinte años más tarde.

Pero redactó su esquela cuando intuyó que la muerte se aproximaba.

Rogad a Dios por el alma
De
Don Luciano Jorros López
Taxista de Madrid
Asesino del imbécil del Marqués
de Retuertilla
Ruega una oración por su alma.

En el funeral, no cabía un alfiler.