Otoño mental
Creo que la esclavitud asumida voluntariamente no es motivo de protesta. Lo malo es el otoño de las ideas, la ilusión que se pierde. Hoy me siento seco, y les ruego que me perdonen. Es incapacidad, no estafa
Decía Rubinstein que si dejaba de tocar un día al piano, sólo lo notaba él; Si eran dos días de vacaciones, lo sospechaban los críticos y los entendidos. Si eran tres, lo notaba el público. En esto de los artículos no sucede lo mismo. Me han sacado de mi paisaje, mi despacho y mi biblioteca. Escribo lo que sigue desde Madrid. Y no se me ocurre nada. Todo lo que ha sucedido hoy en el mundo, me aburre soberanamente. Creo que me ha llegado el otoño mental. Las hojas de los árboles caducifolios se están preparando para representar, un año más, la caída de la muerte. Y mucho me temo que de mi cabeza van a otoñar las ideas y desparramarse por el suelo. Sin orden ni concierto. Leí hace días a un respetuoso y respetable comentarista de mis artículos. Opinaba que mis artículos en El Debate le aburren y que ese aburrimiento no le afecta a su futuro, sino al mío. Y le sobraba razón. Llevo más de treinta años escribiendo un artículo cada día, y me he secado. Con la experiencia se puede disimular la decadencia, pero es cosa de la artesanía, no del arte. Llega el momento que las circunstancias se cruzan y discuten, y sólo el oficio impide el desenmascaramiento. Quizá, de vuelta a mi casa, a mis jardines, a mis lluvias y a mis libros, pueda disfrazar, con el dichoso oficio, el otoño mental que se ha instalado en mi cabeza. No obstante, me siento orgulloso.
Decía mi compadre Antonio Burgos, que los escritores a diario en los periódicos somos los «últimos esclavos atados a la columna». No me refiero a la calidad de los textos, sino a la obligación de escribirlos y enviarlos. Amanecer cada día con la obligación de escribir algo que sea –para algunos, interesante–, o gracioso –para algunos–, o simplemente indignante, resulta demoledor. Y estoy hasta la coronilla de la política, del gobierno, de la oposición, de los partidos políticos, de sus representantes, de los separatistas, los terroristas y todo lo que nos rodea. Pero tampoco se puede abusar del anecdotario personal para salir del paso y distraer a los lectores. Perder un lector es como perder un voto, algo importantísimo. Y para mí, que este otoño se ha iniciado con un vendaval que se ha llevado miles de votos de mis árboles.
Creo que la esclavitud asumida voluntariamente no es motivo de protesta. Lo malo es el otoño de las ideas, la ilusión que se pierde. Hoy me siento seco, y les ruego que me perdonen. Es incapacidad, no estafa.