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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Alfonso Ussía miente

Lo que ha escrito diciendo que el manantial de su creatividad se ha secado es una de las mayores trolas de los últimos años, casi de dimensiones Sánchez

El jueves por la mañana estábamos en la luminosa sede de El Debate, que ofrece las mejores vistas en redondo sobre Madrid, cuando avanzando desde el fondo de la redacción apareció Alfonso Ussía, que venía conversando con Ramón Pérez-Maura, en una especie de justa de dandis de otra era, indudablemente más elegante.

Recuerdo a veces, y no con especial nostalgia, aquellas redacciones todavía bohemias que me dio tiempo a conocer cuando empecé, allá en los ochenta del siglo pasado. Una nube de humo de Ducados opacaba las estancias, que no olían exactamente a lavanda. Caía algún chupito al descuido entre los veteranos. El bar de abajo constituía una segunda redacción. Había hasta escapadas al bingo de la esquina en horario laboral. Las tertulias en el trabajo eran largas y muy jocosas, sin prisa alguna. En realidad se trabajaba bastante menos que ahora, por la sencilla razón de que solo existía un cierre, mientras que con la aceleración digital los cierres son instantáneos y constantes.

Es decir, en los periódicos ya no hay tanto tiempo para el cachondeo como antaño. Pero si Alfonso Ussía baja de su Shangri-lá verde y santanderino y aparece por la redacción de El Debate, el asunto merece siempre un corrillo para departir con él y escucharle.

«He venido a Madrid por la ITV», comentó Alfonso muy de pasada, pues como buen gentleman sabe que una norma básica de cortesía es no aburrir a los demás detallándoles los lances médicos. La ITV imagino que salió bien, pues se le veía como siempre, con el ingenio engrasado y rápido. Antes de irse, le dio tiempo a contarnos un chascarrillo, una parodia de eso que ahora llaman «progresismo» y antes se llamaba izquierdismo turras. En la anécdota de Ussía, una pareja muy progre y muy prisera está en la alcoba presta a solazarse. Ella comienza a desembarazarse de sus ropas, pero cuando ya están a punto de consumar, la mujer no puede dejar de hacer un comentario para dar fe de que el compromiso izquierdista es constante y no desaparece ni en las más fogosas situaciones: «¿Has visto la reflexión que hacen hoy en El País sobre la situación de Palestina?», pregunta la tía al tío, destrozando el clima del momento.

La gracia, por supuesto, estaba en ver a Ussía contándolo, partiéndose de risa con su historieta sobre esos majaderos, «comprometidos» con la causa hasta en el tálamo.

Como siempre, sus compañeros felicitamos a Alfonso por su éxito. Le recordamos que arrasa, que tiene unos niveles de seguimiento casi asombrosos, que le convierten en el columnista más leído hoy en España. Agradeció con una sonrisa de restarse importancia, nos dijo adiós muy cariñoso y se marchó rumbo a su refugio norteño.

Pero al día siguiente, sus lectores nos encontramos con un artículo titulado Otoño mental, de corte pesimista, despectivo con su propio talento y donde parece estar casi tirando la toalla. Llega a decir: «Llevo más de treinta años escribiendo un artículo cada día, y me he secado». Durante la mañana de ayer, varios amigos me guaspearon inquietos, o sorprendidos: «Oye, ¿es verdad eso de que Ussía se retira?». Les respondí con lo primero que me vino a la cabeza: «Ni de coña». Y es así.

El otoño no le sienta bien a todo el mundo. Pasar por las ITV, tampoco, porque te recuerda el hecho de que todos tenemos un límite de kilometraje y pueden asaltarte las últimas preguntas. Imagino además que si has disfrutado aquí en Madrid, durante décadas, de una existencia tan vitalista como la suya, pasar de visita por la capital supondrá un baño de melancolía. Te anegará la nostalgia de los días del esplendor en la hierba, que diría Elia Kazan, tiempos risueños, noctívagos, audaces, donde nada parecía tener fin, donde el escocés era un tónico sin daños aparentes, donde las risas salían más fáciles, porque todavía no habían llegado algunas decepciones que deja siempre el devenir de los años. Pero pese a toda esa mochila, que es ley de vida, me parece que hay Ussía escritor para rato. Calculamos incluso que hará un Carrascal, o un Manuel Alcántara. Es decir, que le dará a la tecla hasta el penúltimo instante.

Lo que ha escrito Ussía de que su manantial creativo se ha secado supone hacer un Sánchez. Es una de las trolas más mayúsculas de los últimos años.

Alfonso, hombre, ¡que en los Rolling Stones con tus 76 tacos serías el benjamín!, ¡que Trump es dos años mayor que tú y quiere repetir! Conservas la sonrisa pilla intacta, los remanentes del pelazo, y sobre todo, las neuronas efervescentes que hay debajo, con tu socarronería, con el tesoro de tu anecdotario único –y a donde no llega la realidad ya llegará la fabulación– y con la facilidad de contarlo todo con un salero que hace que parezca que tus columnas se han escrito solas, que es lo más difícil que existe.

Cuando los cultos ensalzan a Shakespeare suelen proclamar como piropo máximo que «sus personajes parecen haber cobrado vida propia y ahora caminan solos». Y eso es lo que ha logrado Ussía, un género único, que empieza y acaba en él mismo y cuyo valor supremo es fácil de resumir: se trata de una de las poquísimas personas de este país que se permite el lujo de ejercer su perfecta libertad y decir lo que le da la puñetera gana.

¿Cómo no va leer la afición a Ussía en una España con una hornada de «articulistas y articulistos» híper-muermos, constreñidos por esa aburridísima camisa de fuerza del humor y el ingenio que se llama «corrección política»?

Sigue, Alfonso. Haznos felices.