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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Edmundo González e Inmundo Sánchez

Claro que el Gobierno es cómplice de Maduro, y claro que el blandito líder de la oposición venezolana no está a la altura

De no ser por lo que está en juego y él simboliza, aunque sea mal, a Edmundo González habría que darle un tirón de orejas y mandarlo a dar de comer a las palomas en el Retiro: él fue el capitán que saltó primero del barco, conculcando el primer mandato del líder, para salvar su trasero, como si el de Corina Machado y tantos millones de compatriotas y votantes no se quedara allí en peligro.

También fue el que tardó varios días en dar las primeras explicaciones de su deportación, como si de verdad hubiera asumido lo que firmó días antes con los sicarios de Maduro: que iba a ser bueno, olvidarse de todo y disfrutar de una plácida vida de jubilado en la acogedora Madrid.

No debió irse, pero tampoco debió llegar callado: lo mínimo era, a pie de avión y en suelo ya español, haber denunciado la extorsión y anunciado sus intenciones. No lo hizo, hasta el punto de que tuvo que ser María Corina Machado quien lo explicara todo, desde un lugar secreto en Caracas, para evitar la depresión del movimiento cívico de resistencia más plausible ahora mismo del planeta.

Solo después de esa intervención, el blandengue Edmundo trató de resucitarse a sí mismo, consciente ya de que sus aspiraciones personales son irrelevantes al lado de sus responsabilidades históricas: si no estaba dispuesto a ese sacrificio, ¿para qué aceptó un liderazgo cedido por la líder natural, la inhabilitada Corina?

Y una vez abierto ese melón, debía consumirse hasta el final. Y eso ha sido el comunicado con el que, además de explicar las coacciones del régimen, justificaba de algún modo su estampida, típica de quienes no son los más valientes de la clase.

Le obligaron a firmar la renuncia a la Presidencia, a cambio de ser deportado, y él lo aceptó. El severo juicio para el político que ese acto cobarde merece se torna en indulgencia con el ser humano débil que lleva la mochila, pero no varía los hechos: los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, primeros sicarios del chavismo junto a Cabello, todos ellos un escalón por encima de Zapatero y Monedero, amenazaron, reprimieron y extorsionaron al ganador de las elecciones para perpetrar un autogolpe de Estado en beneficio del tirano Maduro.

Y todo eso ocurrió en suelo español, en su embajada en Caracas, en una de las escenas más indignas protagonizadas nunca por nuestra diplomacia. Que Edmundo, otra vez en modo pusilánime, diga ahora que nadie del Gobierno español le coaccionó es irrelevante: solo faltaría que Albares o su embajador, arremangados como militares americanos en Guantánamo, le hubieran arrancado su renuncia en persona.

Pero prestarse a acoger la extorsión, lo pidiera Blandito González, lo organizara Zapatero o ambas cosas, es una ignominia histórica que no parece ser casual: el sistemático alineamiento de Sánchez con Venezuela, China o Palestina, unida a su insurgencia ante el Congreso y el Parlamento Europeo en sus mandatos morales de reconocer la derrota de Maduro, conforman ya una política exterior radicalmente opuesta a la tradicional de España.

Y su sumisión con Marruecos, que no pertenece a ese bloque, sugiere un inquietante añadido a ese volantazo: por ideología nos arriman al eje del mal, hasta el punto de ejercer de cómplices de un dictadorzuelo caribeño capaz de reprimir a millones de ciudadanos; pero por interés necesariamente espurio nos metemos en la cama con cualquiera. Menos con Edmundito, que ya se encarga él solo de hacerse la cama a sí mismo.