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HorizonteRamón Pérez-Maura

La bolivarización de España

Vivimos en un tiempo en que los que hacemos un periodismo como el que practica Álvaro Nieto en 'The Objective', con colaboradores como Juan Luis Cebrián o Fernando Savater, o como el que hacemos en El Debate, con colaboradores como Gabriel Albiac, somos todos fascistas

Permítanme reproducir mi intervención de ayer en el foro «El Estado soy yo. El camino a la bolivarización de España» organizado por la Fundación NEOS pese a que su extensión excede con mucho la que corresponde a una columna de opinión.

Debo empezar por decir que he aceptado participar en este foro porque no puedo estar más de acuerdo con el enunciado que lo encabeza: «El camino a la bolivarización de España». Llevamos seis años en ese proceso en el que nos ha metido, con enorme éxito para sus objetivos, el presidente del Gobierno que ha contado con menos respaldo popular en la historia de la España democrática.

Todos somos testigos de la progresiva ocupación de casi todas las instancias de poder en España. Y eso es una copia exacta de lo que se ha vivido en la Venezuela bolivariana.

Por ahora el único asalto que no ha triunfado todavía ha sido el del Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo. Recuerdo haber celebrado en mi columna de El Debate el resultado de la elección de la nueva presidente. Algunos de los muchos comentaristas de nuestros artículos que tenemos en la sección de Opinión cada día descalificaron mi opinión diciendo que la nueva presidente es una mujer de izquierdas. Parece que efectivamente lo es. Pero hay dos claves en esa elección. La primera es que no podemos pretender tener una Justicia independiente si se trata de colocar en los puestos más relevantes a personas de una ideología u otra por encima de cualquier otro criterio. La única justicia independiente es la que tiene jueces que son independientes del poder político, sean del color que sean. Y por más de izquierda, mujer y catalana que pueda ser Isabel Perelló, la forma en que La Moncloa intentó impedir su elección demuestra que no es santo de su devoción. Su abrumadora mayoría de 16 votos sobre 20 demuestra que los jueces creen en su independencia. Me parece que en los tiempos que corren, no se puede pedir más.

En España quedan otras dos instituciones bajo el acoso del Gobierno: la Corona y la Libertad de Prensa. Dejemos la Corona para más tarde, entre otras cosas porque no hay paralelismo con lo que se ha vivido en Venezuela. Vayamos a la Prensa donde ese paralelismo es tan evidente que casi resulta burdo. Creo que no soy la persona más autorizada para hablar de lo que se vivió allí pudiendo hacerlo personalidades de la talla de Miguel Henrique Otero. Lo que sí puedo decir es que vamos por una ruta casi idéntica, que pasa por tomar el control de todos los medios de comunicación. Para ello se ha inventado ahora el llamado plan de regeneración democrática que no es más que un proyecto de leyes mordaza. El primer objetivo, imprescindible en el momento que vivimos, es soterrar los errores del presidente con propaganda. Recuerden cómo hace menos de dos semanas el presidente dijo que iba a sacar adelante sus proyectos con o sin el apoyo del poder legislativo. Su entorno mediático guardó silencio hasta ver cómo sacaba la pata. Y cuando lo hizo todos se pusieron a repetir sus paupérrimos argumentos intentando justificar sus palabras, intolerables en una democracia.

Pero si la verdadera intención de Sánchez no fuese ignorar la voluntad de los españoles representada en las Cortes, no seguiría sentado en La Moncloa con más de treinta derrotas parlamentarias e incapaz de aprobar unos Presupuestos Generales del Estado. Es más, sin siquiera presentarlos como es su obligación constitucional. Creo que todos recordaremos cómo en 1996 Jordi Pujol fue a la Moncloa a decir al presidente Felipe González que, a la vista de los casos de corrupción que asolaban al Gobierno, Convergencia i Unión no respaldaría los siguientes Presupuestos. Era una forma de hacer una moción de censura, y González la entendió a la primera. Convocó elecciones y perdió. Por cierto, por la mínima. Cuando muchos dicen, con razón, que a pesar de la gravedad de lo que rodea a Pedro Sánchez hoy el PP apenas logra despegarse del PSOE, permítanme recordarles que en 1996 González tenía, entre otros escándalos el del director general de la Guardia Civil, el de la directora del Boletín Oficial del Estado, el del gobernador del Banco de España entre otros. Indiscutiblemente de mucha más gravedad que los de Begoña Gómez y David Sánchez. Y, aun así, José María Aznar ganó las elecciones a Felipe González por sólo 290.328 votos. Porcentualmente la diferencia entre ambos fue de sólo un 1,16 por ciento. Una filfa para el momento que se estaba viviendo. Y no nos olvidemos del dato más importante de todos. Entonces el centro y la derecha estaban unidos en un solo partido. Hoy están divididos en dos o no sé si en tres. Y eso es un suicidio.

Volviendo al acoso a los medios de comunicación, sospecho que Sánchez va a tener problemas para llevar a cabo su maniobra. Yo creo que el anuncio de su plan de regeneración democrática es más que nada trompetería fácil de muy difícil encaje. Supongo que a estas alturas de la vida a nadie se le va a ocurrir entrar en la redacción de un medio de comunicación a cerrarlo: desconectar los ordenadores y mandar a su casa a los redactores. Eso ya sólo ocurre en países como Rusia o Turquía. Ni en la Hungría a la que tanto gustan denostar. Lo que se hace hoy en día es retirar la publicidad institucional. En España el Estado es el mayor anunciante del país: el propio Gobierno en sus múltiples ministerios, Renfe –que buena falta le hace–, AENA, Paradores…

En la noche de los tiempos, es decir, en la década de 1990, cuando yo era poco más que un becario en ABC, el diario de los Luca de Tena presentó una demanda contra la Junta de Andalucía porque siendo, con mucho, el periódico más vendido de la comunidad autónoma, había tres o cuatro –no lo recuerdo– que recibían más publicidad de la Junta. El periódico ganó el pleito y se obligó a seguir los datos de nuestra añorada Oficina de Justificación de la Difusión a la hora de hacer el reparto proporcional de la publicidad que se pagaba con los impuestos de todos.

Ése era un criterio objetivo. Se podrá discutir si hoy hay un medidor tan independiente como aquella OJD. Yo creo que para las ediciones digitales Google Analytics es perfectamente respetable, pero admito que puede haber otras. Lo que me parece inaceptable es que el Gobierno hable de «la calidad» de los medios como criterio para decidir la inversión publicitaria. ¿Cómo se juzga la calidad de los medios? ¿Hay criterios objetivos?

Yo les invito a que hagan una prueba. Introduzcan ustedes en el buscador de su teléfono o su tableta la dirección Vandal.com, verán que están ustedes en una página de juegos de marcianitos. Todo tipo de juegos a los que yo no dedico un minuto. Pero verán ustedes que en la dirección que ustedes han escrito, entre vandal y com aparece el nombre de un periódico al que cada vez que alguien se va a jugar a los marcianitos se le registra como una lectura de sus sesudas páginas en las que no hay ni un marcianito. Y después, ese periódico pasea por Madrid autobuses con una publicidad en la que dice que tienen cinco millones de lectores. Una parte relevante de ellos jugando a los marcianitos. Enhorabuena. Yo tengo mucho interés en saber si eso es considerado periodismo de calidad por el Gobierno.

Antes de concluir mis reflexiones sobre la bolivarianización de España me gustaría hacer un par de apuntes sobre lo que se vivió el 7 de septiembre en la Embajada de España en Caracas. Ya el domingo 8 a media mañana en El Debate publicamos que se había obligado a Edmundo González Urrutia a firmar el reconocimiento de la fraudulenta victoria de Nicolás Maduro para poder salir de Venezuela. Mi fuente era de la máxima solvencia. Horas más tarde cuando todo el mundo decía que había salido sin firmar nada, mi fuente se limitaba a decirme, «se sabrá. Créeme, se sabrá». Así que nosotros no insistimos más en lo que tan buena fuente nos había contado. Pero los hechos nos han dado la razón.

Como casi todos los medios independientes que quedan en España han contado en estos días, la actuación del Gobierno de España en este caso ha sido deplorable. Desde luego no por haber garantizado la integridad del ganador de las elecciones. Yo aplaudo que se haya hecho y entiendo perfectamente que quisiera huir de las torturas del Helicoide. Yo también lo haría. El heroísmo es admirable, pero no exigible. Como bien decía el gran Otto de Habsburgo, «el heroísmo solo se puede exigir a uno mismo». Y sobre Otto de Habsburgo pendía una pena de muerte de los tribunales del Tercer Reich.

Lo que nos ha demostrado la actuación de España por medio de su embajador es que nuestra principal preocupación ha sido quitarle de encima a Maduro un inmenso problema. Lo que hemos hecho. Seguimos empeñados en no reconocer la victoria de Edmundo González, la aplastante victoria, porque algunos esperan mantener los réditos que de él reciben y otros creen que podrán poner la mano el día de mañana. No tienen ningún inconveniente en que Venezuela se convierta en una nueva Cuba. Pero una Cuba con petróleo y lo que eso representa.

El ministro Albares nos ha dicho que España está en sintonía con la Unión Europea en este asunto. Pues bien, ni el Alto Comisionado Josep Borrell dejó de decir en sus últimas horas en el cargo que Venezuela es una dictadura –Sánchez y Albares jamás lo hicieron– ni España ha reconocido el resultado de la votación del Parlamento Europeo declarando a Edmundo González como ganador de las elecciones.

En este proceso de bolivarización me pareció muy relevante cómo informó Radio Televisión Española del resultado de la votación en el Parlamento Europeo. Dijo que había sido reconocido con los votos del Partido Popular y la ultraderecha. Ya sabemos que para el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada derecha y ultraderecha es como Trinidad y Tobago. Es indisociable. De los diputados de izquierda que también votaron a favor, no se acordaron.

Vivimos en un tiempo en que los que hacemos un periodismo como el que practica Álvaro Nieto en The Objective, con colaboradores como Juan Luis Cebrián o Fernando Savater, o como el que hacemos en El Debate, con colaboradores como Gabriel Albiac, somos todos fascistas. Lo único que me consuela es que este adjetivo sirve para describir tantas cosas y personas que es obvio que ya no significa absolutamente nada.

No quiero terminar sin hacer una referencia a la Corona. Yo animaría a quienes tienen acceso a Pedro Sánchez a que le expliquen que el término «jefe del Estado» se inventó para Francisco Franco. No hay mayor promoción del franquismo que la que hace Sánchez cuando llama al Rey «jefe del Estado». Y luego mucha Ley de Memoria Democrática.

La realidad es que el intento de anular al Rey por parte del presidente del Gobierno es constante. El despacho semanal del Rey con el presidente del Gobierno ha sido suprimido y la obligación de despachar con él para disolver las Cortes y convocar elecciones tampoco se cumplió el año pasado. Salvo que se entienda que una llamada telefónica pueda ser considerada un despacho.

Lo que me parece muy importante es que tengamos todos claro que vivimos en una sociedad profundamente polarizada por las políticas de Pedro Sánchez. Él ha conseguido tras las últimas elecciones romper España en dos. A su lado pueden estar todos, aunque su objetivo sea romper España. Si en el proceso él es presidente y sigue sentado en La Moncloa, el mecanismo es aceptable. Él ha creado en España dos polos. A un lado PP y Vox y algún partido regional como UPN o Coalición Canaria. Al otro lado todos los que pueden romper España: saben que él les dará lo que le pidan para seguir en el cargo. A lo largo del último año hemos visto una recesión del bloque del presidente del Gobierno y un lento avance del bloque alternativo. En todas las elecciones habidas el PP ha crecido y Vox no ha retrocedido. ¿Dónde ha crecido entonces el PP? A base de quitar votos al PSOE. Es cierto que el PSOE retrocede mucho menos de lo que el PP progresa, pero eso es porque el PSOE se está convirtiendo en un partido de extrema izquierda y le está quitando el electorado a Sumar y Podemos entre otros.

Queda mucho por delante para defender nuestras libertades. Pero no seamos negativos. La democracia española está hoy más amenazada que el 23 de febrero de 1981. Entonces había una inmensa mayoría contra el golpismo. La sociedad hoy está dividida. Pero la oposición partidaria de las libertades crece y es cada día más consciente de lo que tiene enfrente.

Muchas gracias.