La famiglia Sánchez
El audio del presidente ante el juez es la banda sonora de una época en la que el Gobierno, su jefe y su familia se comportan como un cártel
De un presidente cabe esperar algo más, delante de un juez, que acogerse a su derecho a no declarar. También de una primera dama, aunque no sea un puesto formal, porque vive en La Moncloa, viaja en el Falcon, usa coche oficial, escoltas y toda la parafernalia y sus hijas comen, estudian y viven del erario.
Del hermano puede decirse lo mismo: aceptar un cargo a dedo, empadronarse fiscalmente en Portugal y despistar al juez, escondido bajo una gorra en un piso franco de otro socialista, no es lo exigible en el epicentro del ecosistema del primer ejecutivo de España.
No es solo una cuestión legal, que también: es un asunto de estética, que siempre es el envoltorio a juego con la ética. Y de ejemplaridad, buen gusto y saber estar. Más allá de la cuestión delictiva, el presidente y su familia no se pueden comportar como un clan, un cártel, una mafia o un comando.
Y el juicio a sus comportamientos no se circunscribe al ámbito del Código Penal: antes hay una frontera moral, una aduana pedagógica, una línea roja de la decencia que delimita sus actos y comporta unas obligaciones.
Y todas se las han saltado, con truquitos de ratero leguleyo combinados con las trampas y las armas más propias de un capo que de un político. Sánchez, por ejemplo, apela para callarse ante Peinado al mismo cuerpo legal que asalta, pisotea y escupe cuando amnistía a unos delincuentes para comprarse el puesto; cuando envía a sus sicarios a Suiza a calibrar el grado de enojo de Puigdemont o a negociar en el pasado su investidura; cuando anula la sentencia de los ERE o cuando ultima el atraco fiscal en favor de Cataluña, preámbulo tal vez de un referéndum.
Su santa, la única mujer que ha prosperado de verdad entre tanto cacareo feminoide que no impide el hundimiento en España del bienestar y las oportunidades para ellas, también ha ignorado las normas al negociar una cátedra en un despacho en La Moncloa, y al asociar a continuación a empresas y tipos beneficiarios de decisiones de su marido.
Del cuñado poco puede decirse que no se refleje en esa foto con la cara cubierta, como antaño un etarra fugado y escondido en Santo Domingo. Todo ello junto puede ser indicio de delitos de uno, dos o los tres, pero ya es prueba de la absoluta incompatibilidad del personaje con el cargo: no hablar delante de un juez corona su silencio ante la prensa seria, la que no hace entrevistas con final feliz; su desprecio al Parlamento y su indiferencia ante los ciudadanos, a quienes se limita a intentar comprar con dádivas públicas a ver si cuela, extraídas sin anestesia a esa parte de la población laboriosa que es peor tratada fiscalmente ya que en la Edad Media del feudalismo.
No todo lo que sea legal es tolerable en política ni en la vida: ya pueden despenalizar las injurias al Rey, a la bandera o a las instituciones del Estado que, alguien digno, no las cometerá porque legalmente salgan gratis. La educación es el límite del hombre cabal, que no utiliza los derechos como un salvoconducto a la barbarie, sino como un trampolín a la probidad.
Cuando en 1993 el capitán de los Carabineri Sergio de Caprio interceptó a Totó Riina, solo le dijo: «Salvatore, está usted detenido». El gran capo de la Mafia, escondido durante 25 años, tuvo una respuesta que suena igual que la de la famiglia Sánchez al completo: «Se equivoca, soy un contable que va a su trabajo».