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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

La ley de hierro de Sánchez

A un dictadorzuelo no le pido ética. Aquí tampoco estética porque de esta autocracia no sale ni saldrá nada parecido al futurismo fascista. Este régimen apuesta en lo artístico por la escuela del feísmo, tan en boga, cuyo afán es la exaltación de lo desagradable, de lo estomagante

Actualizada 01:30

Manifestó gran disposición, rozando las prisas, a colaborar con la Justicia cuando los cambalaches de su esposa empezaron a oler. Siguiendo su ley de hierro, su patrón de conducta, que ya cansa, tantas ganas de cooperar acabaron en silencio ante el juez. Un silencio legal, comprensible, pero que niega lo previamente expresado. Sucede que este patrón de conducta es de aplicación absoluta en el fraudillo. No conoce excepciones. Atañe a lo legal y a lo ilegal, a lo político y a lo moral, a lo económico y a lo cultural, a lo fúnebre y a lo festivo. Siempre que se comprometa a algo, hará lo contrario tarde o temprano. Así cómo nos vamos a divertir. A un dictadorzuelo no le pido ética. Aquí tampoco estética porque de esta autocracia no sale ni saldrá nada parecido al futurismo fascista. Este régimen apuesta en lo artístico por la escuela del feísmo, tan en boga, cuyo afán es la exaltación de lo desagradable, de lo estomagante. Un abanico de lo molesto a lo repugnante. Como los paquetes que el ministerio del pobre Albares envió por todo el planeta a modo de obsequio creativo. O las deformidades deliberadas que Urtasun cuelga de las paredes libres de los museos, cuyo único requisito es que resulten repulsivas a la vista y desapacibles al alma.

Me caliento y me voy de tema, como siempre. A lo que yo iba es al doctor Sánchez, plagiario cum laude, e indicaba que no le pido ética ni estética. Pero, como a cualquier otro déspota, sí le pido, ya que debo sufrirlo, un poco de diversión. Y así no hay manera; con su patrón de conducta inalterable, tan rígido, tan absolutamente previsible, nos aburrimos. Y eso no te lo perdono, Pedro. Con Franco había un margen de incertidumbre, y a los habituales chistes se unía esa sutil forma de entretenimiento que eran las anécdotas de un caudillo dado a las salidas inesperadas («Haga como yo, no se meta en política»; «Desengáñese, Arburúa, vienen a por nosotros», etc.) Lo de Hitler y su preferencia por un dolor de muelas antes que mantener otra reunión con Franco también desconcierta a los que imaginan al gallego lamiéndole las botas al austríaco. Es porque solo tienen por modelo a Sánchez, lamebotas o lamemanoletinas de la emperatriz Úrsula, ama severa.

Y después de grabar a fuego su traicionera y mendaz naturaleza, su incapacidad de atenerse una sola vez a la palabra dada; después de esculpir en mármol, e incluso quizá de dejar constancia de todo lo chungo en la nube para que el sultán de Marruecos tenga sobre su mesilla de noche una copia del móvil del puto amo, ¡se cree que todavía puede engañarnos!

Así debería acabar la columna, pero no sería veraz. La cruda verdad es que sigue engañando a más de siete millones, cifra muy útil para prever el peso ponderado de los inteligentes en cualquier situación de la vida social. Una cena de promoción, una boda.

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